Maó es el extremo este de Menorca, de las Baleares y de España; casi tan cerca de Cagliari (Cerdeña) como de Valencia, la ciudad, como el conjunto de la isla, tiene una personalidad gastronómica muy marcada, cargada de hechos diferenciales que la hacen especialmente interesante.
Con apenas 30.000 habitantes, Maó y sus alrededores más inmediatos acogen una oferta gastronómica sorprendente y diversa: desde restaurantes centrados en el turista que quiere explorar los tópicos de la isla sin renunciar a la calidad a locales enfocados más a un público local o a quien busca sumergirse en la gastronomía isleña de otra manera, sin prisas y sin atajos; bares, casas de comidas y restaurantes de todos los tipos y para todos los bolsillos.
Esta es nuestra propuesta para empezar a empaparse de lo que Maó y el sur de la isla tienen que ofrecer en términos gastronómicos:
Un imprescindible
Sa Pedrera d’es Pujol nace en los años 60, a unos 5 kilómetros del centro, como un merendero que fue creciendo hasta ser hoy uno de los restaurantes más conocidos de la isla. El motivo es una cocina personal basada en buena medida en recetas clásicas menorquinas, revisitadas por el asturiano Daniel Mora.
Propuestas como el oliaigua con higos -un clásico que lleva 20 años en carta y que elaboran con cuatro tipos de tomates e higos en texturas- la Carn Freda, una terrina de la cocina señorial isleña que se prepara con siete tipos diferentes de carne, o la formatjada Wellington, que se sirve con la tradicional salsa gravi, comparten protagonismo con platos como la raya a la manteca negra con alcaparras e hinojo de mar, el calamar salteado con sobrasada curada y almendras o las chuletas de porc negre con salsa de granadas y un farcellet de col.
Un restaurante más informal
Un restaurante con encanto en una calle tranquila del centro, cerca de los puntos neurálgicos, pero apartada ya de los excesos turísticos, Ses Forquilles es una opción perfecta para quien busca una experiencia gastronómica local sin rigideces, basada en un excelente producto y con una óptica actualizada.
Un tartar de quisquilla con coca de aceite, unas gambas de la isla a la brasa, su célebre (y con razón) croquetón de pollo a l’ast o el bikini de ensaimada, de sobrasada y miel, son perfectos para compartir mientras se decide el principal, quizás unas mollejas de ternera menorquina glaseadas con encurtidos, unas manitas de cerdo crujientes con mostaza y membrillo o una pieza de pescado a la brasa. Acompañados de un cóctel de su interesante propuesta y disfrutados en una de las mesas del patio, si es posible.
Una cena
El Romero, el que fuera un pequeño gastrobar de la Plaça de la Conquesta, ha ido evolucionando hasta convertirse en un restaurante de marcada personalidad, que maneja el producto de la isla desde una óptica propia sin salirse de una gama de precios contenida.
Su cocina prescinde de las carnes, centrándose en la huerta y, sobre todo, en el mar, con propuestas como las vieiras con aguaturma y remolacha asada, el pulpo tostado con acelga picante y gel de azafrán de Menorca o las escupiñas escabechadas con esferas de aliño, que comparten espacio en carta con algunas propuestas vegetarianas, como la berenjena con tzaziki de ciruela y jengibre.
Una opción alternativa
A un paso de Maó, en Es Castell, está S’Arravaló, proyecto de alma punk del cocinero Pere Bolet; una casa de comidas sin más pretensiones que dar de comer rico y con sentido común.
Careta crujiente, cassola de caracoles, prensado de cabeza de cerdo, carpaccio de calabacín y sardina ahumada… propuestas para compartir, para comer con las manos, para disfrutar sin complejos, entre las que destaca la Tupina de Conill, una conserva casera de conejo que debería estar en cualquier comanda. Para quien quiera más, hamburguesas y carnes a la piedra de razas autóctonas. Y, para terminar, el lingote de chocolate belga con aceite y sal que es ya una de las señas de identidad de la casa.
Una ruta urbana
Maó es, sobre todo, un ambiente, un ritmo; algo que solamente se detecta callejeando sin prisa, parando aquí y allá a tomar algo. Vale la pena hacer una pequeña ruta gastronómica, apenas 400 metros, para disfrutar de ese ambiente y de la oferta más informal del corazón la ciudad.
Un buen punto de partida es la terraza del Bar Augustin, estratégicamente situada frente al mercado de pescado y a la iglesia de Es Carme; el lugar perfecto para sentarse y ver pasar la ciudad, quizás mientras se toma un copa de uno de sus vinos naturales acompañado por una selección de quesos o por su estupendo paté de campaña.
De allí hasta la Vinoteca Dolce Vita, en el Carrer de Sant Roc, que cuenta con una pequeña pero interesante selección de vinos por copas y algunos bocados para acompañar. Y unos metros más hasta la Plaça Bastió, donde antes de elegir dónde sentarse hay que acercarse hasta la panadería Pigalle, en el Carrer del Bastió, son apenas 50 metros, para hacerse con uno de sus estupendos panes de estilo francés.
De vuelta a la plaza, Pipet & Co. puede ser una buena opción; un espacio con encanto en el que disfrutar de un brunch o, a mediodía, de una propuesta sencilla y ecléctica que va desde el plato de cuchara del día a unas mollejas a la plancha con ajo y perejil, una quiche o una entraña de ternera a la plancha mientras se disfruta del ambiente siempre animado de la plaza.
En el puerto
El Rais disfruta de una ubicación estratégica, con una terraza que se asoma al náutico y a la Isla del Rey.
Su oferta de cocina navega entre propuestas más informales, como las láminas de vaca curada a la sal con encurtidos, la ensaladilla con verduras de Binissaida y gambitas de cristal o el fish & chips de lubina en adobo a una interesante oferta de carnes y pescados a la brasa o una nutrida oferta de arroces, como el de vaca menorquina con caldo de cocido, el de langosta con caldo de pescado de roca o su popular arroz de senyoret a la brasa.
Una apertura reciente
Pintarroja, en el puerto de Es Castell, es la última -hasta el momento- propuesta del bulliniano Eugeni de Diego; un proyecto veraniego con alma de chiringuito y mucho fondo de cocina.
Su carta se divide en dos secciones: Para Picar, donde las ostras al natural comparten espacio con unos huevos fritos con patatas y gambas o con unos mejillones con sobrasada y De La Plancha, con una propuesta clásica de gambas, cigalitas y sardinas. Todo esto, en una pequeña terraza asomada al mar, con un ambiente que hace pensar en aquella Menorca que fue y que cada vez cuesta más encontrar.
Algo en los alrededores
En San Climent, apenas a un kilómetro del aeropuerto, Es Molí de Foc puede perfectamente ser una última comida en la isla para irse con un buen sabor de boca. En un antiguo molino de cereales del S.XIX en el centro de este pequeño pueblo, el restaurante del valenciano Vicent Vila ofrece una cocina en la que los arroces tienen una especial y merecida fama.
Caldoso de rapa con cigalas, meloso de conejo y atún, paella de senyoret con caracoles menorquines, de verdura con pato y albóndigas… probablemente la de Es Molí de Foc sea la oferta de arroces más heterogénea de la isla.