“No grites”, le susurró el intruso a la pequeña Jessica mientras le tapaba la boca con la mano. La niña, de apenas nueve años, no movió un músculo por temor a que le hiciera daño. Acto seguido, el desconocido le sacó de la casa en plena madrugada y condujo hasta un remolque cercano, su refugio, donde cometería los actos más viles que se puedan imaginar.
Con la luz del alba, decenas de policías acordonaron las calles próximas a la vivienda de los Lunsford: sus padres, desconcertados, aseguraban que alguien la había secuestrado mientras dormían. Lo que nadie podía sospechar es que, a apenas una decena de metros, el verdugo de la menor, un pederasta reincidente, la había enterrado viva.
Primeros abusos
John Evander Couey nació el 19 de septiembre de 1958 en el estado de Florida, aunque los registros oficiales no señalan el lugar exacto de su nacimiento. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es lo siguiente: su madre era una adolescente de 16 años, John fue diagnosticado de un daño cerebral infantil; además tenía un defecto físico, objeto de mofas y bromas (orejas deformes); y, en la primera etapa de su infancia, tuvo que convivir con su padrastro, un hombre alcohólico y maltratador, que lo molía a palos.
A estos abusos físicos, mentales y emocionales, se sumaron otros sexuales cometidos por su abuelo y tío maternos. De hecho, la conducta de nuestro protagonista empezó a cambiar y, con tan solo ocho años, intentó abusar sexualmente de una prima, lo que le valió el repudio de gran parte de la familia.
A partir de ese instante, John siempre tuvo inclinaciones por el exhibicionismo, la pedofilia y la pederastia. Es decir, se había convertido en un peligroso depredador sexual. Su primera condena la obtuvo a los 19 años, aunque apenas permaneció dos años en prisión. Después llegaron otras, también por una docena de robos y tenencia ilícita de armas.
Sin embargo, en su expediente constaba principalmente como delincuente sexual. De ahí que, durante los años que estuvo en libertad provisional, no solo fue incluido en la base de datos para este tipo de criminales, sino que recibía un seguimiento por parte de su agente de la condicional. Una supervisión que no le impidió violar y matar a una niña.
Hasta finales de 2004, John vagabundeó por distintos estados, Florida y Georgia, trabajando como camionero, vendedor de chatarra, como peón y albañil en alguna obra, siempre cerca de colegios e institutos… Y con la botella de alcohol bajo el brazo o distintas sustancias estupefacientes en el cuerpo.
Como su hermanastra vivía en Homosassa (Florida), John decidió mudarse hasta dicha localidad. Ahora bien, se instaló en una casa remolque que compartía con otras dos personas. Dicha vivienda estaba escasamente a 90 metros de Jessica Lunsford, su próximo objetivo.
Bajo tierra
A las tres de la madrugada del 24 de febrero de 2005, el depredador asaltó la casa de los Lunsford, secuestró a la pequeña y la condujo hasta el remolque. Una vez allí, la violó en repetidas ocasiones, tanto esa noche como a la mañana siguiente. Antes de irse a trabajar, John la encerró en un armario y se marchó.
Mientras tanto, los padres de Jessica denunciaron su desaparición y las autoridades dieron comienzo a una frenética búsqueda. Los agentes estaban convencidos de que la niña no andaba lejos. Y no se equivocaban. Por ese motivo, el pederasta decidió pasar a la acción y matar a la niña: la ató las manos con un cable de altavoz, la metió en unas bolsas de basura y la enterró viva. Poco antes había cavado una tumba poco profunda en el patio trasero donde estaba el remolque.
Una vez culminado el asesinato, John puso tierra de por medio y desapareció. Sin embargo, un requerimiento judicial por un delito grave de drogas llevó a su primer arresto. Su último domicilio vigente era el remolque de Homosassa, pero nadie lo había visto desde hacía días. Alguien les puso en la pista y terminaron en Savannah (Georgia), donde lo detuvieron. Horas más tarde, fue puesto en libertad tras declarar sobre un presunto delito contra la salud pública.
Al mismo tiempo, la oficina del Sheriff del condado de Citrus analizó el registro de delincuentes sexuales de la zona y se percataron de que, entre ellos, se encontraba John. Acudieron en su busca para interrogarlo, pero nuevamente sus conocidos confirmaron que se había marchado días después de la desaparición de Jessica.
Con esta coincidencia sobre la mesa, la policía registró el remolque y hallaron un colchón y unas almohadas manchadas de sangre, también un armario con huellas dactilares y rastros de sangre, además de vestigios con ADN. Una vez analizadas estas pruebas, los forenses confirmaron que tanto la sangre como las huellas y el ADN hallados en el remolque pertenecían a Jessica.
El juez autorizó una orden de búsqueda y captura y, el 17 de marzo, John Couey fue detenido acusado del secuestro y asesinato de Jessica Lunsford. Durante el interrogatorio, grabado en audio y vídeo, el depredador confesó y explicó pormenorizadamente lo ocurrido. John aseguró que su intención era robar en casa de los Lunsford, pero vio a Jessica y “actuó por impulso y se la llevó”.
Confirmó haber agredido sexualmente a la niña varias veces, ocultarla en un armario y, posteriormente, enterrarla viva en una fosa poco profunda. “No quise matarla”, se lamentaba. Durante la reconstrucción de los hechos en el remolque, John señaló la tumba cubierta de hojas y localizaron el cuerpo inerte de la pequeña, de rodillas y aferrado a un delfín de peluche. Según los informes de la autopsia, la muerte se habría producido por falta de oxígeno en tres o cinco minutos. Es decir, falleció por asfixia.
Ley contra pederastas
En febrero de 2007 se inició el juicio contra el bautizado como el sepulturero ante un tribunal de Miami por la imposibilidad de formar un jurado imparcial en el condado de Citrus, donde estaba previsto inicialmente. Pese a que la confesión grabada no fue admitida como prueba, ya que supuestamente los detectives que interrogaron al asesino vulneraron su derecho a una defensa, la fiscalía tenía suficientes pruebas y evidencias forenses para condenarlo.
El 7 de marzo, el jurado declarado a John Couey culpable de asesinato en primer grado, agresión sexual a un menor y secuestro. Durante la lectura del veredicto, el criminal se mostró indiferente, sin ninguna emoción visible y sin empatía, tal y como hizo en todas las sesiones del juicio, donde se le pudo ver garabatear dibujos en la mesa. Algo muy distinto a los padres de Jessica, que no pudieron evitar el llanto ante una sala abarrotada.
De nada le sirvió a la defensa del acusado repasar los abusos físicos y emocionales sufridos por su patrocinado en plena infancia, situaciones que le provocaron un supuesto trastorno mental, o incluso apuntar a un coeficiente intelectual inferior a lo normal, lo que sacaría a John de la pena de muerte.
El 24 de agosto de ese mismo año, el juez Richard Howard confirmó una sentencia a la pena capital. “Sáltate todas estas apelaciones. Acepta tu castigo. Levántate y sé un hombre”, dijo el padre de Jessica, Mark Lunsford, mientras escuchaba al magistrado y miraba de frente al asesino de su hija.
Gracias a la lucha de este padre, en mayo de 2005, el entonces gobernador Jeb Bush firmó una ley llamada “Jessica Lunsford” para endurecer las penas a los pederastas de Florida. Ese marco legal establece condenas mínimas de 25 años de cárcel para las personas que sean declaradas culpables de abusar sexualmente de menores y una máxima de cadena perpetua. También se ordena colocar dispositivos de localización por satélite a los convictos que hayan cumplido con sus sentencias y estén en libertad condicional, lo que permitirá a la policía localizarlos permanentemente.
“No vamos a permitir que la muerte de nuestros hijos sea en vano. Antes de que la próxima familia pierda a un hijo a manos del fallido sistema estadounidense, vamos a exigir responsabilidades a los legisladores por permitir esta temporada abierta contra nuestros hijos”, declaró Lunsford antes de que la citada ley saliera adelante.
El 30 de agosto de 2009 a las 11:15 horas, John Couey falleció de cáncer en el Jacksonville Memorial Hospital. La muerte de este depredador sexual fue celebrada por la familia Lunsford. Por ejemplo, la abuela de Jessica, Ruth, llegó a aseverar sentirse bien por la noticia.
“Asesinó a mi nieta. No tuvo piedad de mi nieta. Dios tomó el control. Se lo llevó de este mundo. ... No estoy llorando, cariño. Si mis piernas y mis pies aguantaran, saldría a gritar por todo el condado de Citrus”, dijo.