La primera escena de Su Majestad muestra a Pilar, una ficticia princesa de España, en una final de la Copa del Rey. El partido lo disputan el Barça contra el Girona y los asesores de la Casa Real ya están en la sala de realización para asegurarse que el volumen del himno puede ahogar los pitidos de las aficiones. Cuando entra al estadio, el ruido es ensordecedor y la princesa, interpretada por Anna Castillo, se encuentra con una prueba de fuego: aguantar una expresión serena durante toda la canción.
Es mejor no revelar cómo concluye la situación: el espectador lo podrá ver el próximo jueves cuando se estrene en Prime Video. Pero sí merece la pena adelantar que es un ejemplo de chiste bien ejecutado y rematado con una desternillante precisión. Así debe introducirse una comedia, en este caso creada por dos guionistas de eficacia contrastada como Borja Cobeaga y Diego San José, autores de los textos de Ocho apellidos vascos y Ocho apellidos catalanes.

El primer chiste es BRILLANTE.
En su propuesta para Amazon, presentan una crítica al sistema democrático español pero con una Casa Real ficcionada, con más o menos similitudes con sus referentes reales. El rey interpretado por Pablo Derqui es Alfonso XIV, un hombre viudo durante casi todo su reinado, cuya reputación estaba intacta hasta que debe apartarse de la primera línea pública por un escándalo relacionado con ingresos no declarados. Esto obliga a Pilar a dar la cara por la familia cuando no está preparada: la población solo la conoce por las fiestas, las declaraciones desacertadas y los rumores sobre su paso por clínicas de desintoxicación.
Cobeaga y San José, más que tener el concepto de monarquía en el punto de mira, quieren radiografiar el Estado. Esto incluye, por ejemplo, una crítica al funcionamiento de Madrid como capital del reino y lo politizado que está el poder judicial: los miembros del Consejo General del Poder Judicial posiblemente sean quienes más se irritarán con la pluma de los guionistas.
Teniendo en cuenta el miedo casi ancestral de la ficción española al criticar el orden político español, con Antidisturbios como ejemplo de fenómeno atrevido que nunca renovó por una segunda temporada por razones misteriosas, se agradece la osadía. Los instantes más afilados, que conste, no impiden que la obra se suaviza con el paso de los episodios con una búsqueda activa de empatía hacia una fantástica Anna Castillo, que tiene entre manos un personaje que evoluciona a trompicones.

Pablo Derqui, un rey que tiene que desaparecer de la primera línea por un escándalo de corrupción.
Y, mientras Su Majestad nunca abandona la corrección, deja con una duda: por qué los creadores parecen ser alérgicos al chiste de carcajada. Es como si, después de ser conocidos por Ocho apellidos, se hubieran querido distanciar de la expectativa en estos últimos tiempos con Cobeaga firmando la impecable y simpática No me gusta conducir y San José con el thriller cómico Celeste. Aquí no les hubiera venido mal: la primera escena demuestra que es cuando mejor funciona el conjunto.