Estamos creando un país de vagos porque al que no quiere trabajar se le premia y al que trabaja se le castiga”. ¿Diego Pablo Simeone? No. La frase es de Bittor Arginzoniz, que, como su nombre indica, es natural de Málaga y domina el fuego en su Asador Etxebarri, al que peregrinan los que pueden y saben.
Yo comparto la opinión de este vasco al que nadie ha regalado nada y barrunto que en cien años, todos funcionarios, pensionistas o pacifistas porque lo que es pequeños empresarios...

¿Quién no prefiere, por ejemplo, ser pacifista? Este miércoles, sin ir más lejos, el Parlament aprobó la modificación de la ley de Fomento de la Paz –“pionera en Europa”, vigente desde el 2003– a fin de que en el 2030 Catalunya sea declarada solemnemente “País de pau”, objetivo maravilloso para el que habrá que contratar más pacifistas en los dos organismos creados hace ya dos décadas. Todo por la paz.
¿Estamos impulsando un país de vagos o somos el faro de Occidente en conquistas sociales?
¿Estamos impulsando un país de vagos o somos el faro de Occidente en conquistas sociales? No importa, la cultura de la vagancia reporta beneficios a un país progresista y no debería ser estigmatizada –le estoy pillando el gusto al estigma–. ¿Qué sucedería si la laboriosidad fuese fomentada y no castigada? ¡Un horror! España se llenaría de gente con inquietudes y lo malo es que las llevarían a cabo, de modo que crecería la tasa de influencers, poetas líricos, grupos de batucadas, presidentes de comunidad de vecinos con proyectos ilusionantes y expertos en bienestar emocional sin fines fálicos.
La vagancia es un vicio caro, como todos, que la Constitución debería contemplar, cumpliendo así una aspiración de muchos ciudadanos de bien.
–Yo soy vago por mi abuelo Blas, que nunca pudo gandulear.
Ayudaría lo suyo cambiar de nombre a la vagancia porque llamar vago a un piernas estigmatiza –¡doblete!– a quienes altruistamente ceden a otros su derecho constitucional al trabajo.
Ya tarda el Congreso de los Diputados en debatir en un pleno monográfico si estamos creando un país de vagos, en cuyo caso deberíamos fijar las bonificaciones fiscales y sus correspondientes subidas de impuestos.