La verdad es que no recuerdo haberla usado ni una sola vez, tampoco mi grupo de amigos, pero cuando era joven corría el mito de que la pregunta “¿estudias o trabajas?” era el comodín para romper el hielo, para ligar o para socializar en los pubs o discotecas de la época. Contrastaba con el admirativo “¡estudias!” de generaciones anteriores en las que estudiar era el privilegio de unos pocos y con el también admirativo (aunque en sentido exclamativo) “¡trabajas!” de generaciones venideras, arrolladas por la lacra del paro juvenil.
Me vino esto en mente mientras leía en The Economist una pieza dedicada a lo que llaman la nueva heritocracia. Esto es, la constatación de que cada vez es más importante heredar que trabajar para explicar el progreso de los ciudadanos en nuestros países y como esto pone en riesgo las bases fundamentales del capitalismo moderno.

Estamos cambiando una estructura liberal por otra de corte feudal donde el mérito, la movilidad social y el incentivo a la formación y a la invocación (y, por tanto, al crecimiento) pierden peso. ¡Que tenga que ser The Economist el que reclame un impuesto de sucesiones para “salvar el sistema” no deja de tener su guasa… como se entere Isabel Díaz Ayuso!
Cuenta el semanario inglés que el volumen de herencias se ha doblado en Francia y triplicado en Alemania desde la década de los setenta. Es evidente que en parte esto tiene que ver con que ambos son hoy países más ricos que hace 50 años. Pero es evidente también que, si a esta inflación de activos (mobiliarios e inmobiliarios) le juntamos la baja productividad y el bajo crecimiento de las últimas décadas, acaba siendo la riqueza mucho más que la renta la que explica tu posición económica.
Para aquellos nacidos en el Reino Unido de 1960, uno de cada seis recibe una herencia superior a diez años de ingresos por su trabajo. Para aquellos nacidos en 1980, la ratio aumenta a uno de cada tres. La distribución del reparto, como se imaginarán, es completamente desigual y sesgada a los percentiles más altos. ¿Para qué trabajar si lo que te cambia la vida es heredar? Sin aspiración, la esclerosis está asegurada.
Pese al sol y el buen rollo, España, desengáñense, no es país para jóvenes: el 65,6% dependen de sus padres
La situación en España es todavía peor por tres factores diferenciales: 1) Un envejecimiento poblacional más agudo y una desigualdad generacional mayor (fruto también de un Estado de bienestar sesgado a las personas mayores): la Encuesta Financiera de las Familias revela que la desigualdad generacional no para de crecer en España y los jóvenes acumulan cada vez menos riqueza que sus padres e, incluso, que sus abuelos. Si los nacidos en la década de los años sesenta acumulaban aproximadamente 200.000 euros al cumplir los 45 años, aquellos que nacieron 20 años después son un 46,5% más pobres que los de su generación anterior.
2) Un problema mayúsculo de acceso a la vivienda y unas burbujas inmobiliarias que son más la regla que la excepción.
3) Una rentabilidad menor, en términos relativos, de la educación: un informe del Banco de España dice que en Alemania el sueldo medio de un universitario es 177% veces superior al de un empleado que terminó la educación básica obligatoria. En Francia es un 88%, mayor mientras que en España lo es un 66%.
A pesar del sol y el buen rollo, España, desengáñense, no es país para jóvenes. Un 65,6% de los jóvenes de entre 18 y 34 años viven con sus padres o dependen de ellos. Mucho, muchísimo más que en el 2010, que eran el 51,5%, y que el 49,6% de media en la UE. Así, en el 2024 las donaciones y cesiones de padres a hijos fueron 200.000 (según el Consejo General del Notariado), lo que supone un aumento del 15% respecto al año anterior. Por eso se me tuerce la sonrisa si recuerdo lo ridículo que me parecía el “¿estudias o trabajas?”, porque el “¿heredas o trabajas?” de ahora, de verdad, me hiela la sangre.
La amenaza del autoritarismo de Putin, Trump et al. va a ser la prioridad en la agenda. Y es lógico que así sea. Incrementando el gasto en defensa como mínima condición necesaria. Pero nos equivocaremos si, a la vez, no corregimos las razones de fondo que nos han hecho llegar hasta aquí. Recuperar la idea de progreso, hoy truncada, es la más importante de todas. Pero miro a mi alrededor y soy poco optimista. Como resumió sabiamente Kofi Annan, retos demasiado grandes para hombres tan pequeños.