Europa tiene que rearmarse

EL RUEDO IBÉRICO

El mundo asiste al ocaso del sistema de equilibrio de poderes forjado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Esto se traducirá de manera inevitable en el retorno a un orden internacional dinámico y de evolución imprevisible, caracterizado por la resurrección y consolidación de un viejo y conocido animal: el nacionalismo neoimperialista. En consecuencia, el recurso a la violencia para resolver las disputas o para conseguir los objetivos políticos o estratégicos de los estados vuelve a cobrar toda su relevancia y a situarse en el centro de la agenda mundial. El concepto de mutua vulnerabilidad entre las grandes potencias, que había conducido con sus defectos y virtudes a configurar un sistema de seguridad colectiva global, ha terminado y se abre un panorama de extrema incertidumbre.

En un escenario de renacimiento de la razón de Estado como eje de la política interior y exterior, las organizaciones multilaterales, el derecho internacional, la interdependencia económica entre las naciones y la cooperación pacífica entre ellas van a dejar de ser los valores dominantes durante un tiempo imprevisible. Aquí es donde se enmarca la realidad europea de esta hora. La Europa actual es el resultado de un mundo que está desapareciendo y se enfrenta al nuevo desde una posición de extrema debilidad. Esta se manifiesta en casi todos los frentes, pero, en especial, en uno: la ruptura de la relación euroatlántica y, en consecuencia, la quiebra de la garantía de seguridad proporcionada por Estados Unidos al Viejo Continente durante los últimos ochenta años.

opi 4 del 15 març

  

Perico Pastor

A estas alturas es absurdo y estéril discutir si Europa se equivocó o no al infrainvertir en fortalecer sus capacidades militares. El pasado solo sirve o ha de servir para no repetir los mismos errores. Ahora, el rearme europeo es un imperativo porque, tanto si el cese de la guerra en Ucrania se salda con una victoria de Putin como si no, extremo improbable, Rusia se ha convertido en una seria amenaza para el Viejo Continente y EE.UU. ha dejado de ser el aliado de siempre. El cleptócrata del Kremlin mantiene y mantendrá su proyecto de expansión destinado a recuperar la esfera imperial de la URSS, perdida tras su hundimiento en 1991. Este designio se potencia ante el debilitamiento de la alianza transatlántica.

En este contexto, el aumento del gasto en defensa promovido por la UE y por algunos gobiernos es fundamental, pero no es suficiente ni será eficaz si no se abordan problemas estructurales de fondo. Algunos de ellos pueden ser afrontados con relativa rapidez, léase la fragmentación de la industria armamentística y de las cadenas de suministro europeas; otros llevarán más tiempo en ser resueltos, por ejemplo, la reducción de la dependencia tecnológica de EE.UU. en las áreas de inteligencia, vigilancia, reconocimiento, big data para usos militares, digitalización... Y para avanzar en todos esos campos, la cooperación entre la UE y el Reino Unido ha de ser un pilar básico y permanente de la política de defensa.

Una estrategia de seguridad y defensa europea ha de ser acorde a las exigencias de la guerra híbrida

Ello es, además, imprescindible para que Europa desarrolle su propio modelo de disuasión estratégica articulado a través de tres vectores: primero, la creación de un paraguas nuclear europeo a partir de las capacidades en ese terreno de Francia y del Reino Unido y su potencial extensión a otros estados continentales. Segundo, la construcción de grandes arsenales de armas convencionales en países europeos que ni tienen ni aspiran a tener la bomba. Tercero, la puesta en marcha de un plan de inversiones en misiles balísticos y supersónicos de largo alcance desplegados en barcos, aviones y sistemas terrestres móviles.

Pero una estrategia de seguridad y defensa europea no puede limitarse a lo militar en el sentido clásico del término. Ha de ser acorde a las exigencias de la guerra híbrida. Moscú y sus aliados emplean y emplearán un sinfín de instrumentos para desestabilizar las democracias europeas y polarizar sus sociedades. Esto abarca desde la desinformación hasta la esponsorización de partidos y movimientos con esos objetivos. Es la vieja estrategia de la URSS en la guerra fría: forjar una quinta columna europea favorable a Moscú. Y un buen número de gobiernos en el centro-este del Viejo Continente y relevantes fuerzas políticas en su parte occidental ya desempeñan ese siniestro papel. Por ello ha de diseñarse y aplicarse una estrategia de contrainteligencia para preservar la democracia y la libertad en Europa frente a sus enemigos.

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El rearme del Viejo Continente exigirá un considerable volumen de recursos, pero también liderazgo y compromiso. Ello obligará a realizar un gran esfuerzo pedagógico y de comunicación para explicar a los ciudadanos europeos por qué gastar más en defensa es una necesidad y una prioridad para mantener su modo de vida. Pero, al mismo tiempo, es básico recordar algo a menudo olvidado: el impacto positivo de esa política sobre el conjunto de la economía.

Por un lado, su tasa de retorno es en promedio muy superior a la obtenida por cualquier otra partida de gasto público; por otro, impulsa el surgimiento de tecnologías innovadoras que antes o después se extienden al sector privado, elevan la demanda de empleo cualificado e incrementan la dotación de I+D+i existente en la economía, la productividad y el potencial de crecimiento.

Europa tiene la base económica y tecnológica para emprender esa ambiciosa y vital tarea. Si carece de la voluntad política para llevarla a cabo, su porvenir en el mundo que viene es poco, por no decir nada, prometedor. Esperar que EE.UU. sea el garante de su paz y de su seguridad es una quimera y, en cualquier caso, la deseable reconstrucción del vínculo atlántico, si algún día llega a producirse, habrá de redefinirse sobre fundamentos muy diferentes a los del pasado.

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