Nos morimos. En el sentido literal, sin trampa ni cartón. Esta semana hemos sabido con datos oficiales de la Generalitat que por sexto año consecutivo en Catalunya ha habido más fallecimientos que nacimientos. No somos muy diferentes al resto de los europeos. Incluso en Hungría, el país con una política de incentivos públicos más agresivos en favor de la natalidad, el motor demográfico está gripando.
Aun así, somos ciento diez mil más los ciudadanos aquí empadronados respecto a hace un año. Un milagro del pan y los peces que se explica únicamente por la llegada masiva de inmigrantes. El aspecto de la sociedad de hoy resultaría irreconocible para alguien que apareciera de repente tras haber vivido aislado durante los últimos veinte años. Pero en un abrir y cerrar de ojos lo será también para nosotros. Lo que está sucediendo ante nuestros ojos no es una transformación, es una revolución. La misma radiografía sirve para España y Europa en su conjunto.
No nos ahorremos la broma: en Europa tienen más futuro los veterinarios que los pediatras
Dejemos a un lado los debates intensos, apasionados y la mayor de las veces también demagógicos sobre el fenómeno inmigratorio. Enfoquémoslo desde otro punto de vista: ¿puede ser feliz una sociedad con más defunciones que recién nacidos entre los lugareños?
Echando la vista atrás, observamos que esta situación se daba históricamente en periodos de hambruna, epidemias o guerras. Desgracias todas ellas que diezmaban la población contra su propia voluntad. Así que suponemos que la alegría colectiva en esas coyunturas debía de ser más bien limitada.

Pero ¿y ahora? Nuestra pereza para traer gente al mundo en el presente es algo querido. Un comportamiento volutivo que deriva de la puesta en práctica de los valores que hemos abrazado y que ordenan nuestra vida individual y colectiva. Si esto es así, si ese es en el fondo nuestro deseo, ¿no deberíamos estar de lo más satisfechos? ¿No tendría que celebrarse como un gran triunfo que en ciudades y pueblos abunden los perros y escaseen los críos? Canes que, dicho sea de paso, cada vez se asemejan más a los chavalines en los cuidados que reciben por parte de sus propietarios y en los gastos que estos soportan para mantenerlos. No nos ahorremos la broma: en Europa tienen más futuro los veterinarios que los pediatras.
Pero lejos de estar exultantes, se advierte en realidad un poso de resentimiento, frustración y malestar. Para confirmarlo basta con coleccionar los múltiples argumentos que se utilizan para justificar el desierto de nacimientos. No es que no deseemos criar, lamentamos con teórica sinceridad.
Lo que sucede, apuntamos, es que traer niños al mundo es una tarea hercúlea, incompatible con las condiciones de vida actuales. Dinero que no se tiene, tiempo que no alcanza, sacrificios incompatibles con otros objetivos vitales y administraciones que no ponen de su parte. Estas son las explicaciones más recurrentes que apuntalan la tesis de la inviabilidad del fomento de la natalidad. ¡Algo inevitable!
No puede negarse que todo esto es cierto. Pero conviene señalar al mismo tiempo que, pese a su importancia, no es más que algo secundario. Lo principal radica, insistamos en ello, en los valores que abrazamos y que ordenan nuestras prioridades. Y tener hijos en número suficiente para acabar con la debacle de nacimientos no es, ni de lejos, la principal. Por eso a la maternidad y a la paternidad (¡algo cuentan todavía los hombres a la hora de traer gente al mundo!) se les añade un largo listado de condicionales y condicionantes previos que son los que finalmente explican que cada vez visitemos menos y más tarde las plantas de neonatos.
Lamentablemente no hay respuesta posible a la pregunta que planteábamos. Y aun así, la cuestión es de lo más sugerente: ¿cuánta ilusión por el mañana demuestra una sociedad en la que cada año nos damos más veces el pésame de las que nos felicitamos por la llegada de un nuevo crío al mundo? Porque este es el fondo del asunto, por crudo que sea leerlo expresado de esta guisa, más allá de la gelidez que acompaña los gráficos y estadísticas.