Los inspectores de Hacienda no suelen caer simpáticos. La mayoría queremos que el erario tenga dinero para pagar la educación y la sanidad públicas, las pensiones, la vivienda social y demás. Pero cuando toca abonar el IVA o el IRPF o el IBI, nuestro aprecio por el Estado de bienestar flaquea un poco. Si flaquea mucho y nos lleva a la evasión fiscal, antes o después Hacienda se percatará y sus inspectores husmearán en nuestras cuentas. ¡Ay!
Por ello los inspectores de Hacienda no suelen caer bien. Se comprende que vayan a por las grandes compañías o las grandes fortunas que querrían defraudarles siempre. Porque es ahí donde pueden recaudar mucho, sin perjudicar demasiado el futuro de esos contribuyentes. Pero lamentamos que crujan a quienes tienen poco, empujándolos hacia la condición de paria. O más allá.

También por ello sorprende una serie televisiva como Celeste . Me refiero a la que protagoniza Carmen Machi encarnando a una inspectora de Hacienda. Sorprende porque Machi, sabuesa del fisco que opera como un detective sin demasiados escrúpulos, recibe el encargo de recuperar más de veinte millones de euros que, al parecer, una cantante mexicana –el caso Shakira resuena en la trama– trata de escamotear a Hacienda. Y sorprende porque la habitualmente chistosa y risueña Machi es en los primeros capítulos seca y cortante.
La serie ‘Celeste’ exhibe la mejor faceta de los funcionarios de Hacienda
Estamos acostumbrados a ver a guerreros, agentes secretos y superhéroes convertidos en convincentes protagonistas de películas. Pero ver a un inspector de Hacienda en ese papel es infrecuente. A pesar de que, junto a maestros, sanitarios, policías, bomberos y otros funcionarios públicos, los inspectores de Hacienda velan también por el interés colectivo. Es tan lógico que valoremos sus esfuerzos cuando persiguen a quienes, pese a tener mucho, se resisten a una moderada redistribución de la riqueza regulada por ley, como que protestemos cuando asfixian a los que ya boquean sin aire. Lo malo no son los impuestos, sino las políticas fiscales que por defecto o por exceso abonan el desequilibrio social. Y, puesto que ese desequilibrio crece, hay que aplaudir a los inspectores. Al menos, a los que apuntan bien.