Me he divertido mucho preparando una conferencia para un ciclo sobre correspondencias de escritores, dirigido por Alfredo Taján, en el centro cultural La Malagueta, en Málaga. Elegí comentar las cartas entre Virginia Woolf y Vita Sackville-West, una aristócrata bisexual que le inspiró la novela Orlando. Son textos estupendos: inteligentes, cariñosos, vivaces… pero, además, tiene su gracia compararlos con lo que escribe cada una en su diario o en cartas a otras personas. Esta es, por ejemplo, Vita contándole a su marido que ha conocido a Virginia: “Pocas veces me he encontrado tan atraída por alguien, y creo que yo a ella también le gusto”. Mientras Virginia anota en su diario lo que le ha parecido Vita: “Rubicunda, bigotuda, colorida... No gran cosa”. Es verdad que al conocerla mejor, cambió de opinión sobre Vita, hasta el punto de preguntarse: “¿Estoy enamorada de ella?”, a la vez que Vita se apresuraba a tranquilizar a su marido: “La amo… pero de verdad, cariño, es un amor espiritual. Nos hemos ido a la cama dos veces, nada más”.
¿Cómo habría sido todo esto, me pregunto, en la era de las redes sociales? Sin duda, mucho menos interesante. Arropadas por su lealtad recíproca, sabiendo que nadie, o solo personas de toda confianza, leerían lo que estaban escribiendo, Vita y Virginia podían narrar y reflexionar sin prisa, profundizar, matizar… Las redes, en cambio, exigen brevedad y contundencia. Nada de dudas ni debilidades; solo felicidad y certeza. Creemos exhibir en ellas nuestra intimidad, pero el hecho mismo de exhibirla la convierte en otra cosa, que Lacan bautizó “extimidad”.
Cómo y por qué está sucediendo todo esto, lo he encontrado muy bien explicado en un libro que acaba de aparecer: Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad, de Lola López Mondéjar. Su gran mérito, en mi opinión, es describir muchos fenómenos actuales: fragmentación, aceleración, precariedad, descrédito de las grandes visiones del mundo (religión, marxismo…), concepción utilitaria de las relaciones personales… a partir de un denominador común: la pérdida o empobrecimiento del relato, de la interpretación que hacemos con palabras de nosotras mismas y del mundo.
Es una mutación social tan enorme, que yo no sé cómo podemos afrontarla. Pero al menos en nuestro pequeño ámbito particular, me permito sugerir que, sin abandonar Bluesky, Instagram o WhatsApp, volvamos a escribir largas cartas (aunque las enviemos por email) y a llevar un diario íntimo.