El pasado día 20 abrí La Vanguardia por la sección de Política y me topé con este titular a cinco columnas: “Feijóo prepara para septiembre una ofensiva de desgaste contra Sánchez”. Y me dije, en primer lugar: ¡anda, qué novedad! Y, en segundo: ¡vaya curso político apasionante nos aguarda! Y, en tercero: ¿eso es todo lo que se les ha ocurrido a los estrategas populares durante el regenerador paréntesis estival? ¿Más de lo mismo?
Dicha ofensiva traerá solicitudes de comparecencias del presidente Sánchez y de varios ministros en el Congreso y, también, en el Senado, donde la mayoría popular ofrece a las críticas y reprobaciones un potente altavoz, aunque luego no se traduzcan en lo que los cazadores denominan piezas cobradas. Dicho de otro modo, las salvas de descalificaciones dirigidas a los socialistas (en las Cortes o en cotidianas entrevistas) y las peticiones de dimisión pueden quedarse en más ruido que nueces, en requerimientos estériles.
Así nos lo indica, al menos, la experiencia. Si teclean en Google, pongamos por caso, la frase “El PP pide la dimisión de Marlaska…” –diana favorita de los conservadores y, a la vez, ministro del Interior longevo (desde el 2018)–, podrán completarla de muchas maneras. Ejemplos: “…por cenar en un restaurante de Madrid mientras los antidisturbios actuaban contra los independentistas en Catalunya” (octubre del 2019); “…por la crisis de Ceuta” (agosto del 2021); “…después de que el Supremo anulara la transferencia de Tráfico a Navarra” (febrero del 2024); “…porque la destitución de Pérez de los Cobos era ilegal” (marzo del 2023); “…por la muerte de dos guardias civiles en aguas de Barbate” (febrero del 2024); “…por la crisis migratoria en Canarias” (este verano); etcétera, etcétera, etcétera.
Marlaska es un ser humano y como tal debe de cometer errores, otra cosa es si de una gravedad suficiente como para echarle. En eso se parece a otros ministros, como Margarita Robles, sobre la que también arrecian las peticiones de dimisión, por ahora sin éxito. Les remito de nuevo a Google. Y podría señalar a los titulares de otras carteras en trance similar, pero no quisiera aburrir.
El PP quiere ejercer la oposición como una partida de ajedrez, e ir comiéndose piezas del rival hasta echarle del tablero. Pero actúa como esos cazadores torpes vestidos de Rambo que no pillan un conejo o una perdiz ni a tiros, y que antes de regresar a casa agotan la munición a tontas y a locas, y dejan el monte perdido de cartuchos vacíos.
¿Se llega lejos por ese camino? Cuando pides muchas dimisiones, y luego no cae ni una, lo que estás sugiriendo es que careces de la fuerza necesaria para lograr tu objetivo. ¿Se da cuenta el PP de que está proyectando esa imagen? Ítem más: cuando adviertes día sí y día también que España se rompe o el modelo de Estado se quiebra, y luego no pasa nada de eso, ¿qué credibilidad te queda?
La oposición fatiga y aburre; al menos, el Gobierno nos sorprende a veces
La labor de la oposición debería ir un poco más allá. Por ejemplo, hacia el constante desarrollo de un programa alternativo capaz de interesar a la ciudadanía, hacia ideas más seductoras que las del Gobierno. ¿Es eso lo que hace? No. En marzo, el PP quiso manifestar su poder territorial –gobierna once autonomías, y Ceuta y Melilla– y su visión de Estado con la declaración de Córdoba, que tenía más de andanada contra la ley de Amnistía que de programa atractivo. Imperaban las vaguedades.
Acaso porque no todas sus autonomías quieren lo mismo, y no es fácil definir políticas de futuro que a todas agraden. Añado un caso reciente: el PP salió en tromba contra el pacto de ERC y PSC sobre soberanía fiscal catalana, pero no dio alternativas que mejoren la financiación autonómica.
Hay motivos para afirmar que el actual Gobierno de España no es el mejor de los posibles. Pero la oposición fatiga y aburre. Al menos, el Gobierno nos sorprende a veces, sacude el tablero, tiene iniciativas… Y además la economía va bien. Entretanto, la oposición se enzarza en la descalificación y la bronca, en los vaticinios apocalípticos incumplidos, y no logra tumbar al Gobierno, pese a que se mete en charcos, ni a sus ministros.
Todo eso nos dice que la actual oposición tampoco es la mejor. Podríamos afirmar que merecemos una oposición mejor. Sobre todo, quienes aspiran a que deje de serlo y alcance el poder.