Diario de una desclasada

Diario de una desclasada

Está mal decirlo pero guardo un buen recuerdo del Tsunami Democràtic, no del movimiento en sí, obviamente, sino de sus efectos colaterales. Uno de los días en los que los manifestantes bloquearon el aeropuerto de Barcelona yo tenía un viaje a Japón; los horarios de los aviones se descuajeringaron y se perdieron los enlaces debido a la imposibilidad de los pasajeros de acceder a la terminal. Como resultado, los amables responsables de Qatar Airways me recolocaron en otro vuelo en el tramo Doha-Tokio y, además, en otro asiento que resultó estar en primera clase. Nunca lo olvidaré.

Viajé en una especie de cabina para mí sola con butacón reconvertido en cama, con sus sábanas, su edredón, su pijama, su neceser con productos de aseo; todo tipo de bebidas y comidas; una tele panorámica; cuarto de baño (compartido, no todo es perfecto) con ducha incluida y tantas atenciones que me hubiera quedado a vivir allí. Y, lo mejor, no tuve contacto con ningún otro pasajero, aunque quizá me hubiera interesado hacer vida social con el vecino que, si había pagado por su asiento, debía de ser alguien con posibles o quizá, como yo, era un desclasado.

The Household Cavalry attend the Changing of the Guard ceremony at Buckingham Palace, to celebrate the 75th anniversary of the signing of the North Atlantic Treaty, in London, Britain April 3, 2024. REUTERS/Maja Smiejkowska

Ceremonia de cambio de guardia en honor del 75 aniversario de la OTAN, el pasado día 3 en Buckingham Palace 

Maja Smiejkowska / REUTERS

Por esta mi profesión, que entre otras cosas me permite contar mis aventuras en este espacio como si le importaran a alguien, he vivido por encima de mis posibilidades y he conocido personas y lugares que nunca podrían imaginar aunque, siguiendo el monólogo del replicante de Blade runner, todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.

De los casi doscientos países del mundo, he pisado más de la mitad; le di la mano a Isabel II antes de cenar en el comedor de gala de Buckingham Palace; me tomé un ron con Fidel Castro; me he sentado en el despacho oval de la Casa Blanca; he cenado en la Casa del Pueblo, en Pekín; me hundí en la nieve en la base Juan Carlos I, en la Antártida; sobrevolé en avioneta el Serengueti junto a un apuesto militar, como si fuera Meryl Streep en Memorias de África, e incluso Julio Iglesias me invitó a volar en su avión privado. Le dije que no y siempre me arrepentiré. Quién sabe adónde hubiera llegado.

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