La fierecilla indomable

La fierecilla indomable

Lo malo, o lo bueno, que tienen los años es que hay cuestiones por las que en otro tiempo habías peleado sin tregua que dejan de importarte, mientras que, por otro lado, hay cosas que aguantabas y ahora te parecen intolerables. Esa fierecilla que llevas dentro te sigue dando problemas como si, a estas alturas de la película, no tuvieras claro que hay batallas que es mejor dejar de lado. Ser indomable es perjudicial para la salud, lo sé, y no hay noche en la que, tras el preceptivo análisis de conciencia, no te hagas el correspondiente propósito de enmienda. Sin embargo, tras poner a Dios por testigo de que nunca más te alterarás por causas perdidas, o ajenas, llega otro día y parece el de la marmota.

mujer

 

Salas / Efe

A saber, a mí qué me importa que un inútil aparque entre coche y coche dejando un metro­ por delante y otro por detrás, desaprovechando el espacio que podría ocupar otro vehículo. Pues allí salgo yo, cual Juanita de Arco del parking, afeándole al conductor su insolidaridad sobre ruedas. El tipo pasa de ti y se va a su casa tan tranquilo, mientras que tú, encendida, pegas la hebra con el primero que encuentras, en un vano intento de extender el conflicto o, como mínimo, encontrar la solidaridad de un desconocido.

Otro día vas a un restaurante del que eres asidua, al que has llevado, o recomendado, a todos tus amigos, y crecidos por el éxito te niegan una mesa cuando más la necesitas. Empiezas poniendo ojitos y apelando a tu probada fidelidad, pero, en vista de que ni por esas, te sulfuras y sales por la puerta jurando no volver jamás. Mira lo que les importa, pero tú te vas calle abajo maldiciendo al dueño como si te acabara de dejar un novio.

Y hablando de novios, qué irritante es que algunos después de perseguirte insistentemente, como si no hubiera mañana, urgidos quizá por alguna carencia, que intuyes pero no puedes atender en ese momento, de repente, como niños a los que se les niega un helado, opten por desaparecer del mapa dejándote llena de desasosiego, no sea que quizá les haya atropellado un camión.

A ver cuándo aprendo que el mejor desprecio es no hacer aprecio, ni al del parking, ni al del restaurante, ni al desaparecido.

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