A la vuelta de agosto, descubrimos que se nos han caducado los yogures, la leche, la mayonesa y el queso fresco de la nevera. Lo que uno no espera encontrarse al regreso de las vacaciones es que, en la apertura del año judicial, los cuatro altos cargos togados que acompañan al Rey en la mesa del salón de plenos del Tribunal Supremo sean interinos. El Consejo General del Poder Judicial es una institución que lleva cinco años con el mandato de sus miembros caducado. Eso afecta al Supremo, que cuenta con 23 plazas de magistrados sin cubrir (la tercera parte de su composición), lo que perjudica al buen funcionamiento de la justicia.
¿Quién tiene la culpa de que los altos tribunales estén peor que nuestro frigorífico al concluir las vacaciones? Los dos grandes grupos del Parlamento, PSOE y PP, por su incapacidad de ponerse de acuerdo. Pero los populares tiene una responsabilidad adicional porque se niegan a negociar nada, al disponer de una mayoría conservadora desde hace una década que les permite bloquear en los tribunales iniciativas del gobierno de izquierdas.
La justicia de este país no puede parecer nuestro frigorífico a la vuelta de vacaciones
El presidente en funciones del Tribunal Supremo, Francisco Marín, que ocupa el puesto circunstancialmente después de que su antecesor Carlos Lesmes dimitiera tras cuatro años con el cargo caducado, no pudo ser más claro cuando proclamó que el Poder Judicial está en una situación crítica, “casi de respiración asistida”. Alberto Núñez Feijóo, que fue invitado al acto, se limitó a mirar al techo de la sala. El magistrado Marín, que arrancó sus palabras con una cita del libro premonitorio Cómo mueren las democracias, hizo un llamamiento dramático a los actores políticos para que asuman su responsabilidad más allá de los intereses partidistas, “porque el buen funcionamiento de la justicia está en entredicho en España”.
Solo le faltó citar al cauto Cicerón, que al final de su vida fue víctima de la injusticia. Este político romano dejó escrito que “hacer depender la justicia de las convenciones humanas supone destruir la moral”. Al paso que vamos, la moral de nuestro país se parecerá pronto a un rompecabezas del que por el camino hemos perdido la mitad de las piezas.