En la mañana del martes, antes de que las bombas volvieran a caer sobre Kyiv, los colegios eran oasis de normalidad para los niños ucranianos. Vestíbulos y andenes de metro se transformaron, una vez más, en refugios abarrotados. Menos de una hora después, Pedro Sánchez anunciaba la convocatoria anticipada de elecciones generales. Son dos sucesos inconexos, y lo recalco para evitar malentendidos: casualidad y causalidad se confunden a menudo con las prisas.
Hay prisas en la actualidad política nacional. Hay prisas por recuperar el poder en la oposición, lo que ha generado malabarismo dialéctico, meme pegadizo y falacia machacona. Destaca la acusación ad hominem, el comodín del “antisanchismo” para todo. El ataque centrado en la persona es la esencia del pensamiento conspirativo, advierten los estudios sobre el resentimiento como arma política. Bajo esta lógica, el oponente, convertido en fuente de todos los problemas, se presenta como una amenaza existencial. En lugar de plantear críticas fundamentadas, se canaliza y se fomenta la animadversión.
Los sucesos en Kyiv y Madrid, insisto, carecen de relación entre sí. Sin embargo, como píldoras de información ingeridas sucesivamente, se entremezclan en mi mente. Por un lado, veo a ucranianos arriesgando sus vidas en pos de una idea de Estado de derecho y de bienestar, que identifican con la UE y sus elecciones libres, en las antípodas de las rusas y bielorrusas.
Por otro lado, asistimos a la depreciación de algo valioso aquí. Me refiero a cómo un partido político consolidado celebró con júbilo los resultados electorales el domingo obviando deliberadamente la presencia de un elefante en la habitación: la extrema derecha, y eso que había doblado de tamaño respecto a la cita anterior. Aunque no explicitado, parece un plan B asumible para Génova.
Feijóo victimizó al electorado y reiteró, como un mantra, que la situación es insoportable
Leo un artículo del ex secretario general del Parlamento Europeo Klaus Welle, del ala conservadora, que afirma sin titubeos que la extrema derecha representa una amenaza real para los derechos humanos, la prensa libre y el pluralismo, entre otros, pues son valores que cuestiona. El conservadurismo de la extrema derecha, añade, es iliberalismo y autoritarismo.
Papel y bolígrafo en mano, vi la comparecencia de Feijóo. Aunque era su intervención largamente esperada, le sorprendió con el pie cambiado. Se esperaba su análisis de la disolución de las Cortes, pero entregó seis minutos en langue de bois –lo que el recién fallecido Martin Amis describía como lenguaje de segunda mano– cargados de ambigüedad y clichés, que permitían a cada cual proyectar o interpretar lo que le placiera.
Anoté frases como “las dañinas consecuencias para la nación están a la vista de todos” (¿cuáles?), “la España que no ha soportado este lustro de sanchismo no puede consentir cuatro años más” (sic) o “hay que derogar el sanchismo” (como si fuera una norma jurídica).
Feijóo dejó un rastro de preguntas suspendidas en el aire: ¿Qué hay más allá del sanchismo? ¿A qué se refiere con “dejar atrás cinco años para olvidar”? ¿Incluía pandemia e invasión rusa? Insistió en la necesidad de “recuperar los valores que nos son propios como sociedad y se han intentado dilapidar”. ¿Qué valores? Describió un país cabreado, victimizó al electorado y reiteró, como un mantra, que la situación es insoportable (sin especificar por qué).
La idea de regresar a ciertos valores y a la ilusión de orden, tan ajena a las complejidades de un mundo impredecible, me lleva a pensar en Cronorrefugio, la novela ganadora del premio Booker Internacional, publicada en español como Las tempestálidas. En ella, el búlgaro Gueorgui Gospodínov imagina que los partidos políticos europeos, en un giro hacia un nuevo conservadurismo, adoptan la filosofía de las “clínicas del pasado”, inicialmente destinadas a enfermos de alzheimer, para quienes se acondiciona el espacio con el aspecto que recuerdan con más cariño. Se convocan referendos para que la población vote a qué década volver.
Construir, pues, un refugio de tiempo –como ha observado también Ivan Krastev en Barcelona– frente a la sensación de que “el mundo ha iniciado un declive irrefrenable y que el futuro ha sido cancelado”.
¿Se referiría Feijóo a ese tiempo en el que, con un salario, se podía acceder a una vivienda, en contraposición al presente, en que los jóvenes comparten alquiler como única opción? El líder popular nos insta a olvidar cinco años difíciles sin explicar a cambio de qué. “Olvidar exige esfuerzo y trabajo –dice Gospodínov–. Probablemente esa, y no otra, sea la labor esencial de toda ideología”.