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Ruta en coche para enamorarse de la Toscana

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Un recorrido que no alcanza los 500 kilómetros nos conduce por los principales tesoros de esta región italiana

Florencia es el punto de partida ideal para empezar a recorrer las maravillas de la Toscana

La Toscana, una de las rutas más fascinantes de Italia

Francesco Riccardo Iacomino

Uno de los grandes objetivos vitales para cualquier viajero que se precie es el de recorrer la Toscana de arriba a abajo con la libertad que da un medio de transporte propio. Se puede decir que es hasta un cliché, pero bendito tópico cuando lo que aguarda al que coge carretera y manta son algunos de los lugares más fascinantes del mundo. Florencia, Siena, Lucca o Pisa no necesitan presentación, aunque sí una buena organización previa para poder exprimir al máximo cada uno de los encantos de la región. Y no son pocos, desde luego.

Con las cifras por delante, la Toscana cuenta con seis lugares declarados patrimonio de la humanidad y es la quinta región de mayor tamaño de toda Italia con más de 23.000 kilómetros cuadrados de extensión. Sin embargo, es posible hacerse una idea bastante clara de por qué visitarla es un sueño para millones y millones de personas recorriendo muchísima menos distancia. 

A veces, los desvíos o los itinerarios alternativos ocultan auténticos tesoros que vale la pena explorar

La proximidad entre alguno de sus municipios más espectaculares y el buen estado de sus carreteras permiten disfrutar de ella de una forma cómoda, segura y tranquila. Eso sí, como en cualquier ruta que se precie, un consejo: a veces, los desvíos o los itinerarios alternativos ocultan auténticos tesoros que vale la pena explorar.

Ninguna ruta por la Toscana se atrevería a omitir a la capital de la región en su itinerario. En verdad, ningún recorrido por Italia debería de hacerlo. Florencia es un destino único en el mundo por su simbiosis entre naturaleza y arte, por su importancia histórica al nivel de su rival durante siglos, Roma, y sobre todo, es una ciudad sin parangón en lo que a belleza se refiere. No en vano, el síndrome de Stendhal (una enfermedad psicosomática que provoca un elevado ritmo cardíaco, vértigo o mareos cuando uno se expone a una sobredosis de belleza) nació frente a la florentina basílica de la Santa Croce.

Pese a que basta un solo día para enamorarse de ella, todo aquel que quiera exprimir al máximo la oferta cultural de Florencia debería de pasar en ella al menos dos noches. 48 horas son suficientes para disfrutar de la inmensidad de la cúpula ideada por Filippo Brunelleschi o el colorido de la fachada de Santa María del Fiore, así como de la magnífica colección de la Galería de los Uffizi, la solemnidad del David de Miguel Ángel en la Galería de la Academia, el distinguido aire medieval de la Piazza della Signoria o las vistas del río Arno desde el Ponte Vecchio. También es ineludible la cita al atardecer con Piazzale Michelangelo, el mirador más hermoso del mundo para quien suscribe estas líneas.

El tramo más meridional de la ruta por la Toscana es para Montepulciano y Pienza, dos urbes pertenecientes a la provincia de Siena de pequeño tamaño pero incalculable patrimonio. La primera de ellas está íntimamente ligada a los etruscos, quienes levantaron la ciudad, aunque fueron los romanos los que continuaron desarrollándola después de vencerlos (como ocurre en otros puntos de la península Itálica). 

Sin embargo, más allá de estos vestigios clásicos, Montepulciano destaca por ser un túnel del tiempo que permite conocer cómo era una localidad toscana en la edad media gracias a su entramado de calles y al magnífico estado de conservación de sus palacios.

Pienza muestra hoy en día el magnífico aspecto que quiso darle el Papa Pío II hace ya seis siglos

Pienza es otro de los lugares patrimonio de la humanidad de la Toscana gracias a su casco histórico. Esta localidad, más pequeña que Montepulciano, muestra hoy en día el magnífico aspecto que quiso darle el Papa Pío II hace ya seis siglos. 

El pontífice, oriundo de esta urbe, se propuso lavar la cara a su ciudad natal, redibujando el plano urbanístico de la misma y levantando una serie de palacios, iglesias y edificios que buscaban convertir Pienza en el prototipo de ciudad perfecta toscana. Tal fue el cambio que el papa cambió el nombre de por aquel entonces, Corsignano, por Pienza: la ciudad de Pío.

Durante siglos, Siena vivió una fuerte rivalidad con Florencia. Pese a que, en general, la ciudad florentina acabó imponiéndose a Siena, ésta sigue dando guerra al menos en lo que a belleza se refiere. Eso sí, existe una marcada distancia entre ambas en ese sentido, ya que mientras la primera es el paradigma del Renacimiento, la segunda destaca por sus majestuosas edificaciones góticas. 

Entre otras muchas cosas, ya que si algo tiene Siena son atractivos turísticos, que van desde su propia historia (reflejada en su maravilloso casco histórico, patrimonio de la humanidad desde 1995), su gastronomía, su entorno natural e incluso eventos únicos en el mundo como el famosísimo Palio. Esta fiesta, que se produce dos veces al año desde la edad media, mide las fuerzas de los distritos del municipio en una espectacular y colorida carrera de caballos en medio de la Piazza del Campo.

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Más allá del Palio, la Piazza del Campo se consolida como uno de los principales monumentos de Siena, así como el principal punto de encuentro para sus habitantes. Su curiosa forma de concha puede apreciarse nítidamente desde lo alto de la torre del Mangia, un antiguo campanario medieval de casi 100 metros de altura enclavado en el centro de la plaza. 

Desde allí hasta el otro emblema de la ciudad, su catedral, apenas distan cinco metros a pie. Este enorme templo (cuyas dimensiones iban a ser aún mayores, tal y como puede apreciarse en los cimientos de unas naves inconclusas) bien podría ser una razón en sí misma para visitar Siena por su importancia artística e histórica. Y por su belleza extrema, claro (no incomparable, pues otras, como la de Orvieto se asemejan e incluso llegan a rivalizar con ella).

A caballo entre Siena y San Gimignano se alza Monteriggioni, un pequeño pueblo de apenas cincuenta casas de piedra donde el tiempo parece haberse detenido hace varios siglos. Pese a que no destaca por un monumento en particular, sino por su conjunto urbanístico, Monteriggioni es un lugar ideal para hacer una pausa en la ruta en coche por la Toscana y disfrutar de su tranquilidad y autenticidad antes de seguir con otros platos fuertes, así como de su gastronomía regada por una buena copa de chianti.

Siguiendo el recorrido se llega hasta San Gimignano, una localidad descrita en muchas ocasiones como la Manhattan toscana y, la verdad, no andan del todo desencaminadas. El visitante de hoy puede admirar catorce de las más de setenta torres que fueron construidas en la edad media por las familias más poderosas de la ciudad, que competían entre sí a ver quién tenía la torre más grande y, por tanto, más poder.

En la actualidad, las edificaciones supervivientes configuran el horizonte de una de las localidades que más turismo atrae de la Toscana, en gran parte por ellas, así como por otros monumentos dignos de mención como la catedral de Santa María Assunta o el palazzo Comunale, donde destaca la Camera del Podestà con sus fascinantes (y, según para quién, polémicos) frescos de Memmo di Filippuccio.

En Vinci nació uno de los mayores genios que ha dado la historia, y esto debería ser motivo suficiente para detenerse a pisar las mismas callejuelas que le vieron nacer. En ese sentido, y como era de esperar, todo en el pueblo gira en torno al creador de obras como La última cena o La Gioconda. Así, los lugares más visitados y destacados de Vinci son la iglesia de la Santa Croce, donde según la tradición el pequeño Leonardo fue bautizado, y el castillo dei Conti Guidi, que alberga desde 1953 el Museo Leonardo.

Hablando de genios, la próxima parada también es cuna de uno de ellos: Galileo Galilei. Pisa destaca por su torre, tan inclinada como conocida en el mundo entero, pero cuenta con otros atractivos que invitan al visitante a salir a explorar más allá de la plaza de los Milagros, donde se erige la torre inclinada desde el siglo XII.

Admirar la ostentación de los edificios de la Piazza dei Cavalieri, antiguo centro político de la ciudad, o pasear por la animada calle comercial Corso Italia son algunos de los planes que se pueden hacer antes o después de visitar el Duomo, el Baptisterio y la torre inclinada de Pisa. Porque esto hay que hacerlo, sí o sí.

La última parada antes de finalizar la ruta por la Toscana estaba obligada a dejar buen sabor de boca en el visitante, y Lucca lo consigue con creces. Si anteriormente se hizo mención a la rivalidad entre Siena y Florencia, con quien se las tuvo tiesas Lucca fue con Pisa. A pesar de que algunos de los monumentos más espectaculares de esta urbe estén construidos en el llamado románico pisano, como su catedral o la majestuosa iglesia de San Miguel en el Foro, erigida sobre los restos del antiguo foro romano de Lucca.

Lo de aprovechar los vestigios de la antigua Roma es algo que va en la genética de la localidad, tal y como atestigua otro de sus principales atractivos: la plaza del Anfiteatro. Al igual que con San Miguel en el Foro, su nombre da pistas de su anterior uso como recinto para combates de gladiadores, entre otras festividades del imperio. A día de hoy es una animada plaza, rodeada de coquetos restaurantes (aunque también turísticos, por lo que mejor evitarlos). 

La plaza del Anfiteatro era usada para combates de gladiadores y otras fiestas del imperio romano

Más allá del perímetro de este antiguo anfiteatro, ningún visitante puede finalizar una visita por Lucca sin pasear por sus murallas, subir a lo alto de la torre Guinigi (icónica por su jardín de encinas en plena azotea) o admirar el mosaico exterior de la basílica de San Frediano.

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