De actuar con los Monty Python a buscar fantasmas en el polo Norte
Grandes viajeros
La apasionante relación del cómico y caballero británico Michael Palin con dos barcos de leyenda
El currículum de Michael Palin haría enarcar una ceja en cualquier lugar del mundo, menos en su país, Gran Bretaña. Es cómico, humorista e integrante del grupo Monty Python. También fue presidente de la muy docta Real Sociedad Geográfica de Londres entre el 2009 y el 2012. Eso y guionista, escritor, viajero… Pero ante todo sir Michael Palin (fue nombrado caballero el pasado junio) es un hombre de éxito. A veces, sin embargo, no tiene demasiada fortuna.
En el 2014, los cinco miembros vivos de Monty Python se reunieron para volver a actuar juntos, con la ausencia obligada del protagonista de La vida de Brian , Graham Chapman, que falleció en 1989 (otro de los componentes del grupo, Terry Jones, nos dejó este miércoles). En su apoteósico regreso a los escenarios, en el O2 Arena de Londres, brilló un número clásico de su repertorio:el surrealista diálogo que protagonizan Michael Palin y John Cleese, de 77 y 80 años, sobre un loro muerto. Podría ser el equivalente al gag de Encanna y las empanadillas , de Martes y Trece:
Después de aquello, Michael Palin se preguntó: “¿Y ahora qué hago?”. Sólo tenía claro que “debería ser algo completamente distinto”. Era un mes de septiembre de hace seis años y la respuesta llegó del otro lado del mundo. Canadá acababa de anunciar el hallazgo del barco HMS Erebus , protagonista junto a su hermano gemelo, el HMS Terror , de uno de los mayores misterios de la historia de la exploración marítima. Ambos zarparon de Gran Bretaña el 19 de mayo de 1845 con rumbo al círculo polar ártico.
Un total de 129 hombres iban a bordo. Buscaban el paso del Noroeste, pero sólo hallaron una muerte atroz. Los navíos quedaron atrapados en el hielo y no se supo nada de ellos hasta 169 años después, en el caso del Erebus, y 171, en el del Terror. El primer pecio en ser hallado, el del Erebus (HMS son las siglas de Buque de Su Majestad, en inglés), apareció en la costa de una remota isla ártica de Canadá, en Nunavut, a once metros de profundidad y en buen estado, como demuestran las grabaciones submarinas de Parques de Canadá:
Michael Palin, que ya había protagonizado exitosos documentales de viajes para la BBC, como Pole to Pole (Del polo Norte al polo Sur), dedicó los siguientes años de su vida a reconstruir con fidelidad aquella desgraciada exploración. El resultado es un ensayo apasionante, Erebus: historia de un barco (Ático de los libros). El propio Palin es uno más de los protagonistas de la obra, que supera lo que Bernard-Henri Lévy calificó de romanquête en ¿Quién mató a Daniel Pearl? (Tusquets)
El término nace de la contracción de novela (roman) e investigación (enquête). Aunque el libro se lee como una novela y él mismo es uno de los personajes, Palin no renuncia al rigor y admite que todavía quedan muchas preguntas sin respuesta. La única pega que se le puede hacer, si se le puede hacer alguna, es su mala suerte. Desde el título al punto final, el título se centra en el Erebus, que apareció en el 2014. La fatalidad quiso que, en septiembre del 2016, con el libro ya acabado, apareciera el otro barco:
Del hallazgo del Terror sólo hay una mínima referencia en los agradecimientos y en la cronología que cierra el relato, aunque eso no le resta ni un ápice de brillantez. El misterio de la expedición Franklin, así llamada en honor a su líder, sir John Franklin, ha sido y es una fuente inagotable de inspiración: novelas, ensayos, libros de viajes, series, y documentales. El escritor estadounidense Dan Simmons también ha encontrado aquí un filón. Pero a diferencia de Palin, Simmons pone el acento en el segundo navío.
Y también a diferencia de Palin, Simmons recurre a lo sobrenatural en busca de respuestas. Su novela, El Terror (Roca editorial), propició la serie homónima de la AMC. A pesar de su trasfondo fantástico y de sus muchas licencias, la primera temporada de esta adaptación televisiva resaltó uno de los aspectos más controvertidos y contrastados de la expedición: los últimos marineros en morir recurrieron al canibalismo para prolongar unos días más su agonía.
Sobrecoge imaginar a aquellos hombres en un desierto helado, que se extendía “como una mortaja extendida sobre un cadáver”. La frase es del más poliédrico presidente que ha tenido la Real Sociedad Geográfica de Londres en sus casi dos siglos de historia. Michael Palin recorrió todos los puertos en que atracaron el Erebus y el Terror, desde que los botaron hasta que desaparecieron. Viajó a Australia y a las Malvinas. Dobló el cabo de Hornos un día inusualmente tranquilo. Visitó la isla Ascensión, entre otros “minúsculos resquicios del imperio británico”. Y surcó el Ártico.
Lo hizo a bordo del moderno oceanográfico ruso Akadémik Serguéi Vavílov , lo que le permitió valorar todavía más si cabe la gesta del Erebus y el Terror. Los dos nacieron como buques de guerra en 1826, aunque no protagonizaron ni una acción bélica y se limitaron a patrullar por el Mediterráneo. La relativa calma que vivió Europa tras el fin de las guerras napoleónicas permitió su reconversión para la exploración científica. Los nuevos héroes ya no libraban batallas contra los ejércitos enemigos, sino contra los elementos.
Esos aclamados héroes eran marinos como James Clark Ross, que plantó la Union Jack en el polo Norte magnético en 1831. Diez años después, trató de hacer lo mismo con los reacondicionados Erebus y Terror en la Antártida. No lo logró pero los dos barcos llegaron más al sur que ninguna otra embarcación antes. Según Palin, “nunca más en la historia marítima un barco impulsado sólo por velas se acercaría siquiera a lo conseguido por el Erebus y su hermano”.
A su regreso a Gran Bretaña, los navíos se habían labrado una formidable reputación como los más resistentes al hielo y los más fuertes de la Marina Real. Por eso, cuando se decidió que había llegado el momento de buscar el paso del Noroeste, todo el mundo tuvo claro que ellos serían los encargados de la aventura. Para tratar de garantizar su éxito se reforzaron todavía más sus cascos y se les dotó de motores de vapor, aunque resultaron ser más un lastre que una gran ayuda.
El paso del Noroeste era un viejo sueño. Si se descubría un tramo que uniera los océanos Atlántico y Pacífico, los beneficios para Gran Bretaña serían inmensos. Esta ruta norteña acortaría el camino hasta el lucrativo Oriente de las Indias y de Catay (China), destinos a los que había que ir por la ruta sur, doblando el casi siempre peligroso cabo de Hornos. La expedición en busca de ese atajo zarpó esta vez al mando de sir John Franklin.
Franklin no tenía ni el carisma ni la energía de su predecesor, James Clark Ross. Lo eligieron como segunda opción, después de que el propio Ross, recién casado y con dos hijos pequeños, rechazara el ofrecimiento. Para entonces Franklin era un hombre prematuramente envejecido, con tendencia a la obesidad. Tenía 59 años y no capitaneaba un barco desde hacia 12. Se diría que se embarcó para no desilusionar a su esposa, lady Franklin.
Nunca sabremos qué pasó. El HMS Terror apareció a 80 kilómetros al norte de donde se hundió el Erebus, frente a la costa de la isla del Rey Guillermo, pero a más profundidad, a unos 24 metros de la superficie. Parece una broma de mal gusto que tardara tanto en aparecer. ¡Si hasta la bahía donde se halló ya se llamaba antes bahía del Terror! De haber prestado más atención a los inuits, los exploradores lo habrían hallado muchísimo antes.
Los dos barcos pasaron el invierno frente a la isla de Beechey, mientras seguía el goteo de bajas. Sir John Franklin falleció el 11 de junio de 1847. Para entonces los expedicionarios llevaban más de un año inmovilizados en el hielo. En 1848, sin apenas provisiones o con comida enlatada en mal estado, los supervivientes abandonaron los navíos, que con los años y el deshielo se acabaron hundiendo. Sus fantasmas aún vagan tratando de llegar a pie a algún lugar seguro. Allí, en el infinito blanco, Michael Palin los ha buscado para enseñarles el camino de vuelta.
No soy historiador naval, pero tengo cierto sentido de la historia. No soy marino, pero me atrae el mar”
Este artículo forma parte de una serie de reportajes sobre mujeres y hombres de todo el mundo, célebres por sus experiencias viajeras.