Cuando se circula por las carreteras locales que surcan la vieja Castilla por momentos parece que el vehículo discurre sobre un puente de gris asfalto tendido entre un mar de cereal. Incluso cuando se levanta la brisa es posible evocar un suave oleaje agitando ese océano amarillo de espigas que ocupa gran parte de la meseta y que siempre supuso alimento, trabajo y riqueza para muchos pueblos de Valladolid, Burgos y Palencia.
Las cosechas en estos campos han sido abundantes desde tiempo inmemorial. Más que suficiente para la población local y con reservas para venderse a tierras necesitadas de harina con la que hacer pan.
El canal nació de la necesidad de transportar mercancías hacia el norte del país
En la actualidad, desplazar toneladas y toneladas de cereal no es muy problemático, pero antaño hacerlo a base de carros era tan lento como costoso. Así que ya en el siglo XVI se pensó en abrir un canal de agua que llevara ese trigo hacia el norte, hacia la cornisa cantábrica donde incluso podría embarcar y viajar hasta lugares lejanos.
No obstante, una obra de semejantes dimensiones no era fácil de llevar a cabo. De hecho, no se puso en marcha hasta mucho después. Tuvieron que llegar los tiempos de la Ilustración, a mediados del siglo XVIII, y personajes como Fernando VI o el marqués de la Ensenada para que se impulsara esta infraestructura faraónica. La cual tardó más o menos una centuria en concluirse, ya que el canal de Castilla que hoy conocemos, con sus 207 kilómetros de recorrido divididos en tres ramales, no se terminó hasta 1849.
Unas obras eternas recompensadas con una primera época de bonanza, cuando viajaban hasta 350 barcazas al día. Un incesante trajín mercante a bordo de embarcaciones que podían alcanzar 20 metros de eslora. Sería un espectáculo ver esos grandes barcos surcando las aguas por el corazón de Castilla, si bien aquí el concepto navegar tiene su toque mesetario, ya que las naves se deslizaban por el canal gracias a que eran tiradas por mulas desde la orilla.
Para fortuna de los esforzados animales, cada poca distancia descansaban. Y es que para remontar las aguas y poner rumbo al norte, las barcazas del canal sólo podían salvar los desniveles mediante las esclusas que jalonan todo el itinerario. Hay 49 esclusas, algunas espectaculares como la cuádruple del pueblo palentino de Frómista. Y no es esa la única ingeniería interesante, porque también aparecen atractivos puentes, viaductos o dársenas como la de Medina de Rioseco en Valladolid o la conservada en la ciudad de Palencia.
En definitiva, se trata de una construcción hidráulica de primer orden y que durante un par de décadas fue realmente efectiva. Aunque fue un breve espejismo. En la segunda mitad del siglo XIX triunfaba otro medio de transporte: el ferrocarril.
Y el canal de Castilla no pudo competir con los raíles y las locomotoras de vapor. De forma que pronto llegó decadencia que trajo barcazas inútiles, abandonadas o destruidas. Mientras que las aguas pasaron a servir para el riego y como energía que movía ruedas de molinos junto a las esclusas.
Actualmente solo los barcos de turistas navegan por el canal de Castilla
Sin embargo, en la actualidad los barcos han retornado al canal de Castilla. Barcos turísticos que descubren diversos tramos de su recorrido. Siempre con nombres históricos, como la que homenajea al ingeniero Antonio Ulloa y que boga por el ramal de Campos junto a Medina de Rioseco. O la bautizada como marqués de la Ensenada para navegar por Herrera del Pisuerga, muy cerca del comienzo del canal de Castilla en la localidad de Alar del Rey.
Entre ambos extremos, hay más. Pero ya no transportan mercancías, ahora llevan turistas como la que zarpa a la altura de la localidad burgalesa de Melgar de Fernamental o como las piraguas y tablas de surf de remo que se alquilan en el canal a su paso por Villaumbrales. No obstante, quizás la embarcación más emblemática sea la que tiene su embarcadero junto a la cuádruple esclusa de Frómista. Es la nave Juan de Homar que recuerda a otro ingeniero que vinculó su vida a las obras del canal de Castilla.
Navega a diario, incluso un par de veces por jornada, de Frómista hasta Boadilla del Camino, lo cual supone una hora de trayecto, entre ida y vuelta. Si bien se puede optar por ir o venir andando.
Son cuatro kilómetros absolutamente llanos junto a las aguas del canal. Y además coinciden con el trazado de la ruta Jacobea y el camino Lebaniego. Tal vez sea el tramo del canal de Castilla más transitado y conocido, ya que cualquier día del año es posible toparse con peregrinos llegados de cualquier parte del globo.
El Camino de Santiago se recorre durante unos kilómetros en paralelo al canal castellano
Estos caminantes alcanzan Frómista y descubren que el patrón de la localidad es San Telmo, el mismo santo que protege a los marineros. Los peregrinos descubren la estatua de este personaje en el centro del pueblo, precisamente frente a la parroquia de San Pedro que acoge un interesante museo de arte sacro.
Si bien el templo que nadie se pierde, sea por razones religiosas, culturales o turísticas, es el de San Martín de Tours. Una iglesia que aparece en cualquier tratado de la historia del arte medieval y el prototipo perfecto de la arquitectura románica europea.
Por lo tanto, esta localidad posee un sinfín de atractivos y su oferta turística es sorprendente dentro de la provincia. No faltan alojamientos y restaurantes para todos los bolsillos, desde humildes albergues de peregrinos hasta la hostería Los Palmeros, mencionada en la guía Michelin por su sabrosa evolución de los platos tradicionales.
Tampoco escasean tiendas para comprar recuerdos o productos típicos, entre los cuales destacan los quesos y también el pan. De hecho, caminantes y simples turistas tienen una parada obligada en la panadería Salazar, la cual presume de historia centenaria y unos inicios ligados al canal de Castilla, ya que se originó moliendo el trigo y haciendo harina precisamente junto a la cuádruple esclusa de Frómista.
Dónde alojarse
Eco Hotel Doña Mayor
Doña Mayor de Castilla fue el personaje medieval que promovió la construcción de la iglesia de San Martín en el siglo XI. Y esta mujer ahora da nombre al alojamiento más singular y entrañable de Frómista. Un hotel que en la última década ha hecho una apuesta total por el cuidado del medio ambiente en sus instalaciones y por el slow travel antes de que se pusiera de moda.
Cuenta con una docena de habitaciones diferentes y todo en ellas son una invitación al relax. No sólo para los peregrinos que descansan durante una noche en el eco hotel, también para los turistas que disfrutan aquí de un acogedor campo base para recorrer Tierra de Campos o para dejarse llevar por las actividades impulsadas desde el alojamiento que van desde el avistamiento de aves hasta la observación de estrellas en los limpios cielos de Castilla.