Un Feijóo para los valencianos
Análisis
Ximo Puig tiene que dar ese golpe (...) Si su reivindicación se demuestra convincente (...) hasta podría retener la Generalitat aunque el PSOE perdiera el Gobierno español
El Saló de Corts. La imponencia del Saló de Corts. Cuando el president Ximo Puig desea transmitir a un invitado la raigambre del pueblo valenciano, la robustez de sus instituciones centenarias, le abre las puertas de esa estancia majestuosa decorada por una pintura en la que aparecen representados los diputados electos de la vieja Generalitat. “Esto de la autonomía no es un invento de hace cuatro días, somos valencianos desde entonces”, presume orgulloso ante la mirada absorta del acompañante de turno. El artesonado que remata la escena se remonta al siglo XVI y debe su riqueza a la maestría de Genís Llinares, sus hijos Pere y Martí y el carpintero Gaspar Gregori. Quien no se conmueve en ese entorno no se conmueve por nada.
El 25 de junio de 2015, un segundo después de haber sido investido por las Corts contemporáneas, Puig rompió a llorar como nadie lo ha hecho al asumir la presidencia de la Generalitat. Su única aspiración era ocupar ese cargo. Así como Joan Lerma y Eduardo Zaplana acabaron en un Ministerio, así como Francisco Camps soñó heredar el trono popular de Mariano Rajoy y así como José Luis Olivas y Alberto Fabra llegaron a la jefatura del Consell de rebote, en el caso de Ximo Puig ésta era una misión cuasi religiosa. Siempre ha entendido que su país es “el país dels valencians” que cita a menudo en los discursos. ¿Qué mayor honor que dirigirlo desde el Palau?
No mantienen buena sintonía personal por su visión opuesta del sistema de financiación, pero Ximo Puig no dista tanto de su homólogo gallego, Alberto Núñez-Feijóo, una rara avis en el seno del PP. Ayer con Rajoy y hoy con Pablo Casado, el presidente de la Xunta marca perfil propio cuando lo considera oportuno. Su liderazgo político, fuera de duda, provocó que en el seno de su formación no se moviera un alma hasta que él renunció a encabezarla, lo que hizo con lágrimas en los ojos, recordando que no podía “fallar a los gallegos”. Recientemente ha afirmado sentirse “más de Galicia que del PP”, ha dejado claro que no será “rehén” de ningún partido —“ni siquiera del mío”, ojo— y ha vuelto a sentenciar que su afán exclusivo se llama Galicia: “No tengo otra ambición política”.
El 25 de junio de 2015, un segundo después de haber sido investido por las Corts contemporáneas, Puig rompió a llorar”
Aunque los populares gallegos no atraviesan sus mejores días, Feijóo acaricia la cuarta mayoría absoluta. El año pasado el PSOE no solo se impuso en las elecciones generales y europeas, lo que no había sucedido nunca, sino que el PP quedó apartado de las siete principales alcaldías gallegas. Sin embargo, Sin embargo, no pocos de los que entonces votaron socialista se inclinarán por Feijóo en cuanto sean llamados a las urnas. Es justamente eso lo que ha de proponerse Puig redoblando su exigencia para con el Gobierno estatal. No fallar a los valencianos; ser más valenciano que del PSOE; no convertirse en rehén de su propio partido y no tener mayor ambición que la presidencia de la Generalitat. A buen seguro que Puig suscribiría sin problema todas y cada una de las máximas de Feijóo. Ahora se enfrenta al reto de lograr que la ciudadanía lo perciba así.
La negativa del Ejecutivo de Pedro Sánchez a aceptar el paso íntegro de las tres provincias valencianas a la fase 1 de la desescalada ha molestado sobre manera a Puig y los suyos. Como explicaba ayer Salvador Enguix, impera la convicción de que se ha tratado de una decisión política sin sustento técnico, lo que ha dejado al president a los pies de los caballos, toda vez que había dado por sentado que el lunes se recuperaría una cierta actividad. Duele por los autónomos que habían previsto iniciar el complejo retorno mañana lunes y que tras el dictamen del Ministerio de Sanidad deben aguardar una o dos semanas más para subir la persiana. Ayer mismo, tanto Sánchez como el epidemiólogo Fernando Simón no precisaron los motivos de la medida adoptada. Presentando unos incrementos de contagios acumulados bastante peores en los últimos 14 días, País Vasco, Navarra y Cantabria —por poner algunos ejemplos— sí que han saltado de fase. La percepción de que se ha querido penalizar a una comunidad de campanillas gobernada por el PSOE con el fin de atenuar el “no” a Madrid que flota en el ambiente.
La percepción de que se ha querido penalizar a una comunidad de campanillas gobernada por el PSOE con el fin de atenuar el “no” a Madrid flota en el ambiente ”.”
¿Hubiera adoptado el PP de Rajoy una decisión así con la Galicia de Feijóo? ¿Se hubiera atrevido el PSOE de González o Rodríguez Zapatero con la Andalucía de de Chaves y Griñán? Cuesta creerlo. En cambio, Sánchez no valora como debiera el peso la autonomía más relevante de las nueve que están gobernadas por un socialista. Porque, con sus cinco millones de habitantes, el País Valenciano multiplica por más de dos el censo de Castilla-La Mancha y Canarias, las siguientes comunidades más pobladas en manos del PSOE. Todas las demás se mueven alrededor del millón o incluso por debajo. Ha llegado la hora, así pues, de que Puig haga valer su preponderancia para tejer un discurso propio. Es ahora o nunca. El PSPV no puede dejar pasar ese tren. Está en juego la capacidad de influencia de los valencianos y su futuro como partido.
Es una realidad que la relación Sánchez-Puig nunca ha sido excelsa. Hay heridas sin cicatrizar que supuran esporádicamente. Se han producido gestos interesantes —el proyecto de ley de Presupuestos tumbado por el Congreso hace un año reflejaba unas inversiones acordes al peso demográfico— pero aspectos perentorios como la reforma del sistema de financiación o la mutualización de la deuda duermen el sueño de los justos. Se veía venir que no sería tan fácil. Tampoco ayuda la representación exigua de los socios de Compromís en el hemiciclo español, con un solo diputado clamando en el desierto, igual que los regionalistas cántabros, asturianos o turolenses. Otro gallo cantaría si hubiesen cuatro o cinco parlamentarios valencianistas capaces de aportar estabilidad a la manera del PNV.
Con todo, la imagen de Puig ha salido reforzada de esta crisis. Nadie discute que la está gestionando mejor que Sánchez, gracias a la interlocución fluida con la oposición y los agentes sociales, además de haber mostrado diligencia en el reclutamiento de material de protección fletando 20 vuelos desde China mientras otras comunidades de postín se felicitaban por recibir dos o tres. La ciudadanía ha sentido un president cercano y honesto, capaz de pedir perdón por los errores cometidos en primera instancia. El oasis del que también ha hablado Salvador Enguix en este diario, en contraposición al barullo de la política estatal.
Con todo, la imagen de Puig ha salido reforzada de esta crisis. Nadie discute que la está gestionando mejor que Sánchez”
No obstante, el criterio de reparto de los 16.000 millones no reembolsables que el Estado transferirá a las autonomías se ha revelado perjudicial para el Consell. Vuelve a no primar el factor poblacional. Y cuando la Generalitat se queja amargamente —como el viernes, al conocerse la decisión de Sanidad— su lamento ni siquiera se hace con un renglón en alguna portada de los periódicos radicados en Madrid. No basta con un aullido puntual, se echa en falta el golpe en la mesa que reclamábamos aquí mismo meses atrás.
Puig tiene que dar ese golpe. No hay otra. Si su reivindicación se demuestra convincente, si se eleva levemente por encima de las siglas, hasta podría retener la Generalitat aunque el PSOE perdiera el Gobierno español. Ha de erigirse en el presidente de todos los valencianos que preconiza y no esquivar el enfrentamiento político cuando sea menester. Si no, es cuestión de tiempo que el PSPV regrese al baúl de la historia por largo tiempo. A Lerma se le recriminó, precisamente, su excesiva tibieza con las directrices emanadas de La Moncloa. De él depende que la historia no se repita.
La moderación de Puig es su gran aval . No genera un rechazo visceral, puede atraer votantes ubicados a la izquierda del PSOE y otros de perfil centrista o incluso más escorados a la derecha”
La moderación de Puig es su gran aval. No genera un rechazo visceral, puede atraer votantes ubicados a la izquierda del PSOE y otros de perfil centrista o incluso más escorados a la derecha. En parte ya lo consiguió hace justo un año, pero esa meta requiere un mensaje de fondo más nítido. Que su apellido sea sinónimo de valenciano aquí y allá como el de Feijóo lo es de gallego por delante del PP.
Eso implica poseer una voz propia en el PSOE como la que tuvo Pasqual Maragall. Las encuestas permiten entrever una sociedad valenciana cada vez más alejada de la media estatal en muchos temas, que ya no responde a las preguntas como cualquier autonomía mesetaria. La irrupción fulgurante de Compromís tiene buena culpa de ello. Es una sociedad deseosa de ser escuchada. “Cuando enmudecen los hombres, hablan las piedras”, dijo antaño Martí Domínguez. Puig tiene la obligación —y la necesidad— de hacer escuchar la voz del pueblo valenciano. La que se proyecta desde tiempo inmemorial desde el Saló de Corts.
Puig tiene la obligación —y la necesidad— de hacer escuchar su voz. La que se proyecta desde tiempo inmemorial desde el Saló de Corts”