La composición del lienzo obedece a los intereses políticos del presente, pero atesora también una poderosísima carga simbólica que reverbera desde un pretérito cada vez más remoto. En 75 años, Andalucía ha pasado de ser la tierra de origen de muchos de los habitantes del Cinturón Troglodita de Barcelona –el nombre (despectivo) con el que el Ayuntamiento de la Ciudad Condal en tiempos de la dictadura bautizase a las cuevas y barracas pobladas por emigrantes del Sur– a abrir una oficina comercial para atraer inversiones en el Paseo de Gràcia, la gran arteria de la burguesía catalana y pasarela mayor de la arquitectura modernista.
La analogía expresa una evidencia: la España de entonces, por fortuna, se asemeja muy poco a la actual. Aunque conviene no leer ambas imágenes como una traslación exacta entre dos épocas: las familias meridionales que mediada la pasada centuria viajaban al noreste de España gracias a un tren que en Sevilla se conocía como El catalán y en Barcelona se bautizó con el nombre de El sevillano cincelaron su propia epopeya personal solos, por su cuenta y riesgo, desafiando a la incertidumbre y huyendo de la Andalucía más amarga.
La sede de la Junta que Moreno Bonilla acaba de inaugurar hace una semana en el antiguo edificio de la Compañía Unión y el Fénix Español, construido en 1931, sólo es una embajada institucional que representa al gobierno de la mayor autonomía española, aunque San Telmo haya querido presentarla como un deseo de las “comunidades andaluzas en el exterior”.
Sin ser incierto, se trata de una media verdad: la Junta quiere hacer llegar a Barcelona, que junto a Madrid es un centro de poder y la segunda capital económica del país, una imagen favorable a sus intereses (políticos) y, únicamente en menor medida, atraer inversión foránea. La prelación es importante: el segundo factor –el empresarial– importa, sobre todo, si retroalimenta al primero.
La Junta, al contrario que la Generalitat, que cuenta con una red de 18 embajadas paralelas a las estatales, no ha tirado la casa por la ventana: su delegación en Barcelona, que resucita la que los gobiernos del PSOE mantuvieron abierta hasta hace una década en la calle Carrer de Valencia, se reduce a una oficina con cuatro empleados y una delegada: la exdiputada catalana Esperanza García, que comenzó en la órbita de Cs para a continuación pasarse al PP.
García cobrará un sueldo de 55.000 euros brutos al año –más que la directora de la oficina de la Junta en Bruselas– y el alquiler de la sede (temporal) costará 4.666 euros al mes. Se trata de una inversión (relativamente) discreta cuyos beneficios más que de orden empresarial, puesto que existen consultoras privadas que pueden ejercer esta misma labor con bastante más eficacia y experiencia, deben encuadrarse en el ámbito de la imagen institucional.
Esto no anula el factor personal. La mayoría absoluta conseguida por el presidente de la Junta de Andalucía en junio ha potenciado su imagen como hipotética alternativa a Ayuso si Feijóo no conquista la Moncloa a finales de este año. Y a cualquier político con ambición le conviene proyectar en Catalunya una imagen amable y atractiva en términos empresariales y sociales.
Este contexto es el que explica tanto el máximo rango protocolario otorgado a la inauguración de la ‘embajada catalana’ del Quirinale como el resto de la agenda oficial de Moreno Bonilla en Catalunya: eventos electorales con los candidatos del PP para el 28M, visitas a las asociaciones culturales andaluzas y la asistencia a una romería rociera en la Sagrada Familia.
Moreno no ha ido a Barcelona sólo a defender las tradiciones meridionales –proyectando una imagen bastante limitada y unívoca de la región, al estilo de la antigua Convergencia o del andalucismo de los años de la Transición– sino a sembrar simpatías a la causa de un PP que no se opone al máximo desarrollo autonómico siempre y cuando no derive en el soberanismo.
Asistimos pues a un juego de equilibrios. Génova ve con buenos ojos que el modelo de Madrid, que rentabiliza la figura de Ayuso, pero es cuestionado en los círculos de influencia y poder de Barcelona, tenga un cierto contrapeso en Catalunya. Y el puente es Moreno Bonilla.
La polémica petición del presidente de la Junta del pasado mes de septiembre para que los empresarios catalanes trasladasen sus negocios al Sur, aprovechando la inestabilidad derivada del procés y su política tributaria, ha dado paso a mensajes bastante más conciliadores. Donde hace apenas unos meses se apelaba a la competencia directa ahora se insta a la cooperación.
La anunciada embajada de la Junta “contra el separatismo” se ha transformado ahora en la “prolongación de Andalucía en Barcelona”. El tono es conciliador y el perfil de la delegada, más político que corporativo, no deja lugar a dudas: Moreno quiere conectar con sectores sociales y económicos catalanes –muchos de origen andaluz– desatendidos por la Generalitat.
Su audiencia potencial es amplia: medio millón largo de personas, el 40% de los andaluces que viven oficialmente fuera de la región, trabajan o tienen su residencia en Catalunya. Los vínculos sentimentales y culturales entre ambos territorios además son sólidos y perdurables.
Más de dos millones de andaluces construyeron la Catalunya del presente: mestiza y bilingüe. Sus descendientes y herederos, cuyo origen familiar procede fundamentalmente de Granada, Córdoba y Jaén, superan holgadamente a los 261.000 andaluces censados en Madrid.
La operación recuerda mucho a la que los andalucistas hicieron en las primeras elecciones autonómicas catalanas. Entonces, la lista del PSA al Parlament encabezada por el profesor Francisco Hidalgo Gómez, cordobés afincado en Cornellá de Llobregat, obtuvo 71.841 votos (2,66%) y dos escaños por Barcelona, donde alcanzó el 3,03% de los sufragios.
Moreno Bonilla no ambiciona situar a diputados andaluces en la cámara autonómica catalana. Persigue incrementar su influencia allí donde Ayuso, cuyas incursiones en Catalunya han estado marcadas por la confrontación institucional, no conecta o es considerada non grata.
Su estrategia parece inspirada en el Don’t Think of an Elephant! de George Lakoff: cambiar el marco mental que identifica al PP en Catalunya para que el barco de una nueva Derecha Open Mind navegue desde el tormentoso cabo del centralismo a la orilla de la simpatía andaluza.