Barcelona ha merecido desde antiguo ser muy visitada por los foráneos. Destacan algunas reacciones propias de la incultura o del incomodo provocado por alguna sorpresa visual.
Un ejemplo asombroso de la mencionada incultura es lo publicado en una guía inglesa a propósito del gran edificio de la editorial Montaner i Simon. No solo ignoraba el autor lo que tenía enfrente, sino que informó que se trataba de una plaza de toros. ¡Caramba!
Un cronista de viajes británico escribió que Hitler se puso morado de marisco en los años 30 en la Barceloneta
El famoso novelista Evelyn Waugh pasó por Barcelona en 1929 y en su libro Labels justifica haberse sentido muy atraído por la obra gaudiniana; confesó que desearía volver y dedicar unos cuantos días para conocerla más a fondo. Hace hincapié en que el consulado de Turquía está en la exótica casa Batlló. Como buen británico, maliciaba que tras semejante fachada solo podía alojar la legación de un país que no merecía ser europeo.
El estadista Georges Clemenceau fue descabalgado en 1910 del poder y decidió poner una distancia oceánica de por medio: se largó medio año a Latinoamérica. A su vuelta recaló en Barcelona, en el hotel Colón. Informados unos dirigentes del Ateneu Barcelonès, fueron a su encuentro y le rogaron que pronunciara una conferencia. Aceptó. Atraído en curiosear el paisaje urbano, montó en un coche de punto y pidió dar una vuelta. Sospecho que encaró el inmediato paseo de Gràcia. A medida que descubría fachadas modernistas iba enrojeciendo de ira, y, al topar con la Pedrera, ordenó dar media vuelta, regresó al hotel, hizo las maletas y escapó a toda prisa de vuelta a París, sin pronunciar la conferencia. Al arribar, un periodista le comentó si venía de las Américas y se ganó esta réplica: “¡No! Vengo de una ciudad horrible, Barcelona, en la que levantan casas para los ¡dragones!”.
En 1998, un periodista de viajes y turismo del Independent on Sunday publicó que Hitler pasó por la Barceloneta hacia 1930, se zampó una zarzuela y se puso morado de marisco. Basta saber que era vegetariano estricto para desenmascarar el embuste y jamás pisó nuestra ciudad. Escribí al dominical y el autor descargó el patinazo en el colega Jules Brown, autor de Rough guide to Barcelona , aunque él reivindicó la libertad de aportar inventiva para hacer más atrayentes las crónicas. ¡Caramba con semejante pillo de categoría!
cuaderno barcelonés
Palomas invasoras
De nuevo reaparece como noticia el incremento notable de la población de palomas. Los intentos continuados a lo largo de decenios no han remediado el problema y revelan la ineficacia de las medidas emprendidas, aunque lo peor es que tarden tanto en reconocer que ya es inaplazable actuar. Se ha probado casi todo: la caza con red, la prohibición de vender determinada comida, el empleo de anovulatorios… En cambio, una de las medidas más eficaces consiste en evitar que proliferen los repartidores de los más diversos manjares. En Suiza se resolvió de inmediato con la simple ordenanza: la ciudadanía responde ante tales medidas dado su alto grado de civismo. Aquí se multiplican quienes practican su marcada inclinación caritativa a base de repartir cuanto picotean las palomas, dejando los suelos hechos una porquería con los restos que aprovechan otros animales más inquietantes y nocivos. Hay que multiplicar la disuasión verbal desplegada por los voluntarios, pero también emplear a renglón seguido la multa frente a los obstinados. Cuesta una fortuna restaurar cuanto ensucia la palomina.