Pasar ante la fachada de Carme, 24, obligaba a contemplar la tienda alargada y que encima doblaba la esquina. Si la decoración obrada con buen gusto resultaba atractiva, lo que en verdad absorbía la atención era el gran rótulo del nombre: El Indio. Cuál no fue el disgusto al descubrir el cierre del establecimiento. Corría 2014.
No se sospechaba entonces que lo grave estaba por venir. Y no me refiero a la noticia de que había de convertirse en restaurante; la verdad fue que el Ayuntamiento no concedió el permiso. Y es que se iba a perpetuar el cierre, amén de ser objeto la fachada de una constante y vandálica agresión brutal. Nada menos que diez años se han sucedido bajo un panorama degradante que aumenta sin cesar.
El Indio levantó la puerta en 1870. Un cambio espectacular sobrevino en 1922 bajo la propiedad de Baldà i Riera, al emprender la iniciativa de efectuar una total renovación decorativa de inspiración modernista peculiar obrada por Vilaró i Valls.
La nueva fachada estaba a la altura del llamativo nombre de la tienda, con dos enormes testas guerreras de caoba encajadas en un abanico de plumajes. Y sobre un zócalo de agrisado mármol jaspeado se alzaban unas trabajadas filigranas de madera noble que realzaban en pan de oro las elegantes y bien perfiladas letras del nombre y también las especialidades anunciadas: lanerías, sederías, pañolería, lencería, mantelería, novedades.
Los grafiteros han causado estragos y han sido robados algunos elementos de la fachada
Una novedad relevante fue la creación de un vestíbulo con vistosos escaparates.
La amplitud interior revestida mediante madera de calidad permitía situar con holgura aquellos formidables mostradores de siete metros y las estructuras de armarios sin puertas que exhibían la variedad del género plegado con cuidado exquisito. Menudeaba la estilosa sillería Thonet, al ser frecuente recibir clientas acompañadas por la modista que sin prisa alguna se hacían mostrar los tejidos e incluso en la acera para comprobar bajo la luz natural la exactitud colorística de la pieza. Lo más modernista eran los tiradores de las puertas y las lámparas. Y no faltaba, por supuesto, una gran colgadura con la efigie en color de un solemne Toro Sentado.
El tiempo verbal exigido es el pasado: tras el cierre, el propietario de la casa mandó destruir todo aquel interior histórico para dejar camino libre al futuro inquilino.
Lo peor ha sido el vandalismo creciente sufrido a lo largo de un decenio por la original y atractiva gran fachada. Los emporcadores del espray se han lucido; enterados otros salvajes, han hurtado florecillas talladas de madera e incluso el letrero de la esquina: Carmen 24.
Tras el cierre, el propietario de la casa mandó destruir todo aquel interior histórico
Cuánto tiempo habrá de discurrir aún para que se resuelva semejante espectáculo insoportable. Y es que de no actuar la degradación acabará destruyendo las ya mermadas trazas del histórico y estimado El Indio.