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“Hay que confiar en las anomalías de la existencia”

Escritora, miembro de la Real Academia de la Lengua Francesa de Bélgica

Nací en Bélgica, crecí en Japón y vivo en París con mi pareja. Siempre he tenido un instinto no reproductor. La familia Nothomb fundó el partido de derechas católico belga, una mochila que mis padres rechazaron; pese a ello yo nací mística:

Amélie Nothombescritora, miembro de la Real Academia de la Lengua Francesa de Bélgica

Mística?

Sí, una mística contrariada, porque mis padres, de familia ultracatólica, no querían saber nada de Dios.

¿Se plantea una vida más allá de la vida?

He vivido experiencias que me hacen pensar que esto no puede acabar de una manera tan simple. En la Amazonia, donde participé en ceremonias de transito con los indígenas, vi tantos espíritus que pensé que no era posible que los hubiese inventado todos.

Usted nació ausente.

Viví como un vegetal mis dos primeros años, pero mis padres no se preocuparon, pensaron “ya se arreglará”, y gracias a eso me arreglé.

Aristócratas despreocupados.

Asumieron un riesgo, pero para mí esa ausencia fue una riqueza. Necesité ese tiempo para convertirme en la criatura que soy.

¿Qué repercusiones ha tenido?

Me pase lo que me pase, en lugar de verlo como un peligro lo concibo como un enriquecimiento. En la adolescencia pasé por una anorexia muy grave. Mis padres tampoco le dieron importancia, pero me sobrepuse y aprendí cosas.

¿Cómo qué?

Tengo la impresión de que vale la pena confiar en las anomalías de la existencia, hay que darles tiempo, tienen algo que enseñarnos, y a menudo uno se sobrepone por sí mismo.

¿Cuál es el lado positivo y cuál el negativo de su gran sensibilidad?

Mi mente es como en una radio, sintonizo todas las frecuencias. Oír constantemente lo que pasa es apasionante y terrible, porque hay frecuencias que no son buenas, y ese es el gran esfuerzo de mi vida, sobre todo en la noche.

¿Padece insomnio?

Sí, precisamente porque no consigo desconectarme de las malas frecuencias.

Vive usted sin móvil, sin ordenador, sin redes sociales. ¿Es su manera de protegerse?

No necesito ese ruido. Mi mayor protección es escribir, en esa polifonía galopante de mi cabeza escojo los sonidos que me interesan y escribo, actúo, y así ya no soy pasiva, no los sufro.

En la universidad tampoco fue fácil.

Si te apellidas Nothomb en Bélgica, todo el mundo te asocia con la derecha católica. Yo escogí una universidad de izquierdas y sin Dios, pero todo con el que me cruzaba, incluidos profesores, me decían: “¡Qué haces tú aquí!”.

Que desagradables.

Sentí una soledad absoluta, por eso volví a Japón a los 21 años, pensando que no era aceptada porque era más japonesa que belga, y así viví el fracaso de mí japoneidad. Si me he convertido en una belga más o menos exitosa es porque antes fui una japonesa fracasada.

¿Ha conseguido ser feliz?

Sí. Creo que uno es feliz a partir del momento en que es consciente de que al menos tendrá un momento de felicidad al día.

Escoja uno de esos momentos.

El del champán, prácticamente todos mis derechos de autor me los gasto en champán.

¿Qué le ha enseñado la vida?

Que el tiempo es un aliado. El tiempo es como un escultor: sólo viviendo una cierta cantidad de años acaba descubriendo la escultura.

¿Qué ha descubierto sobre la amistad?

Que las amistades que duran no son las que uno esperaría. Conocemos a gente con la que estamos de acuerdo pero detestamos, y gente con la que no estamos de acuerdo y nos encanta. Las opiniones son mucho menos importantes de lo que creemos.

¿Y qué sabe del amor?

Es lo esencial de la vida, pero hay que saber que no tendrá el rostro que uno había imaginado.

¿Qué es lo que más teme de sí misma?

Volver a la nada, al pozo de mi adolescencia.

¿Por eso escribe tanto?

Una sola mañana en 1997 decidí darme vacaciones, y de repente volví a tener 13 años y la sensación de caer en el vacío y no poder volver a salir de él jamás. Ese día me dije: “Vas a escribir cada día sin excepción o estarás en peligro”. Suelo escribir cuatro novelas al año y escojo una para publicar, las otras no verán la luz.

¿Qué ha entendido del ser humano?

Si uno cae lo suficiente en sí mismo, se acaba encontrando con todo el mundo, con los monstruos, los hijos de puta, los asesinos… todos están ahí. Escribir es tener la ocasión de entender que el cabronazo en primer lugar eres tú.

¿Por qué nos queremos tan poco?

Es más fecundo no quererse. Se capta mejor lo que pasa fuera cuando no te gustas demasiado.

Levantándose a las cuatro de la mañana, ¿puede tener vida social?

Tengo una vida social muy intensa, recibo una cantidad considerable de cartas de mis lectores y dedico cuatro horas diarias a contestarlas.

Entonces tiene una relación muy íntima con sus lectores.

Si, es apasionante, y también peligroso, porque algunos lectores no ven la frontera. He sufrido agresiones.

¿Cómo vive el mundo de hoy?

Con angustia, pero quiero pensar que la vida es más imaginativa que nosotros.

De niña, ¿qué quería ser de mayor?

Primero quise ser Dios, empecé con la megalomanía más extrema, cuando supe que no lo conseguiría quise convertirme en mártir, y eso funcionó muy bien. Luego tuve un par de narices y habiendo tantos y tan buenos escritores me dije: “El escritor seré yo”…