El Padrino IV

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Trump, dispuesto a vender a Ucrania (y a Europa) en sus tratos con Putin

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El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en Nueva York el pasado mes de septiembre 

Shannon Stapleton / Reuters

Dinero a cambio de protección. Este es el crudo planteamiento, con aires de extorsión mafiosa, que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha hecho a su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski. A cambio de la ayuda norteamericana recibida durante los tres años de guerra para resistir a la invasión rusa –unos 175.000 millones de dólares-,Washington exige ahora un retorno con intereses por valor de 500.000 millones en forma de acceso preferente a sus recursos minerales (tierras raras y metales estratégicos) y el 50% de los beneficios producidos por sus explotaciones mineras, además de la creación de un fondo de inversión conjunto para la reconstrucción que pondría bajo control norteamericano en la práctica las infraestructuras y los grandes proyectos económicos del país. Si no, el flujo de armas se cortará. Digno de Al Capone.

Todo ello sin comprometer, de entrada, ninguna garantía de seguridad futura y mientras negocia unilateralmente, y a la vista de todo el mundo, con su enemigo, Rusia, cuyas tesis parece haber asumido. Zelenski lo ha rechazado. Pero el mensaje está claro: la amistad tiene un precio. Y lo que vale para Ucrania, vale para Europa en su conjunto.

Noqueado por el giro que han dado los acontecimientos y la nueva –y desequilibrada- relación de fuerzas en el frente de batalla, Kyiv asiste impotente al cortejo desplegado por EE.UU. para acordar con Rusia el futuro de Ucrania. Y, con él, el de toda Europa, condenada indirectamente a convertirse en una zona tutelada por Moscú –el gran sueño de los ultranacionalistas rusos- si la Unión Europea no se rebela y actúa en consecuencia. Como apuntaba Shlomo Ben Ami en La Vanguardia, estamos ante el fin de la alianza occidental fraguada en la Segunda Guerra Mundial y Europa debería asumirlo y “liberarse de su adicción crónica a Estados Unidos”. El cambio impulsado por Trump no es una mera ruptura con la política de su predecesor, Joe Biden, sino con la línea estratégica de décadas de administraciones demócratas y republicanas.

Trump abona la ley del más fuerte y el reparto del mundo en zonas de influencia

Determinado a romper con el orden internacional surgido en 1945, Trump abona la ley del más fuerte y el reparto del mundo en zonas de influencia, entre las que Europa no parece su prioridad. El primer encuentro entre las delegaciones norteamericana y rusa esta semana en Riad (Arabia Saudí) –sin presencia de ucranianos ni europeos- para abordar una negociación de paz y una normalización de las relaciones entre ambas potencias ha mostrado la violencia del procedimiento.

En aras de su nueva concepción del mundo y sus nuevos intereses, que pasan también por un prometedor restablecimiento de las relaciones comerciales con Moscú, Washington se dispone a vender a Ucrania. A la que Trump, reescribiendo la Historia y prostituyendo la verdad, culpa ahora de la guerra, llamando “dictador” al desconcertado Zelenski. Nada bueno puede salir para Kyiv de unas negociaciones en las que, antes mismo de sentarse a la mesa, Washington ha entregado ya gratis la cesión de territorio ucraniano y su no incorporación a la OTAN.

Las conversaciones entre rusos y norteamericanos evocan momentos históricos nefastos en la historia de Europa, desde los Acuerdos de Munich de 1938 –en los que las potencias europeas vendieron a Checoslovaquia en un intento, a la postre infructuoso, de aplacar a Hitler y evitar la guerra- hasta la Conferencia de Yalta de 1945, en la que EE.UU. y el Reino Unido pactaron con la entonces Unión Soviética la división de Europa. La situación actual no es igual que la de hace 80 años, pero el mero hecho de poder hacer paralelismos ya es inquietante.

En los últimos diez días, Europa ha recibido un duro baño de realidad. Su antiguo aliado, su protector, la trata ahora como un adversario y amenaza con dejarla totalmente abandonada a su suerte. La aprobación de aranceles suplementarios sobre los productos europeos –de entrada, el aluminio y el acero, a los que seguirán otros-; los furibundos ataques del vicepresidente J.C. Vance contra la Unión Europea en París y en Munich, y la decisión unilateral de Donald Trump de reanudar incondicionalmente el diálogo con el presidente ruso, Vladímir Putin, sin contar con la UE representan un giro copernicano. Europa se ha quedado sola.

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El presidente francés, Emmanuel Macron (derecha), y el primer ministro británico, Keir Starmer, en el palacio del Elíseo el lunes pasado 

Nathan Laine / Bloomberg

Conscientes de lo delicado de la situación, que compromete gravemente la seguridad de la UE, un grupo de líderes europeos, convocados de urgencia por el presidente francés, Emmanuel Macron, se reunieron el lunes en el palacio del Elíseo para reafirmar su apoyo a Ucrania y tratar de presentar una posición común que no les deje fuera de las negociaciones con Rusia.

Allí estaban, junto a Macron, el alemán Olaf Scholz, la italiana Giorgia Meloni, el español Pedro Sánchez y el polaco Donald Tusk –los cinco grandes-, además del británico Keir Starmer. Completaban la reunión los primeros ministros de Dinamarca y Países Bajos, Mette Frederiksen y Dick Schoof respectivamente, así como la cúpula de la UE –António Costa y Ursula von der Leyen- y el secretario general de la OTAN, Mark Ruthe. Para Europa, un acuerdo con Rusia no puede limitarse a un alto el fuego, sino que debe garantizar una paz duradera que evite próximas agresiones rusas. Y para ello, razonan, Rusia no puede salir victoriosa.

La particularidad del formato, una cumbre informal con participación de solo un puñado de dirigentes europeos y la presencia del premier británico, pretendía darle una mayor operatividad, aún a costa de generar descontento entre los excluidos (uno de los más críticos fue el húngaro Viktor Orbán, descaradamente alineado con Moscú), pero tampoco alumbró grandes acuerdos. Los europeos a duras penas lograron transmitir una imagen de unidad y mostraron sus divisiones respecto a la oportunidad de enviar tropas europeas en una eventual misión de paz.

Una segunda cumbre más amplia, telemática esta vez, reunió el miércoles a 19 jefes de Estado o de gobierno, la mayor parte de la UE, a quienes se añadió Noruega e Islandia, e incluso Canadá, con Justin Trudeau, otro gran damnificado del giro político en Washington. Solo Austria –aún sin gobierno- y los prorrusos Eslovaquia y Hungría, además de Malta, quedaron nuevamente fuera de la agenda del Elíseo.

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Políticamente en horas bajas a nivel interno, Emmanuel Macron se ha erigido en estos momentos de crisis, sin embargo, en el principal referente de la UE, así como en el interlocutor –mal que le pese a Giorgia Meloni- de Donald Trump, con quien conversó dos veces telefónicamente el pasado lunes (antes y después de la cumbre europea) y se verá personalmente dentro de pocos días. La semana próxima el líder francés y el primer ministro británico, Keir Starmer, viajarán juntos a Washington para reunirse con el presidente de EE.UU. en la Casa Blanca.

Francia y el Reino Unido, ambos con una fuerza nuclear de disuasión y un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, son los dos únicos países europeos capaces –por potencia diplomática y militar- de llevar la batuta en este momento. Y los dos únicos que están dispuestos a movilizar sus ejércitos para aportar el grueso de una misión militar que, según su propuesta, movilizaría a 30.000 militares europeos en Ucrania para apoyar un eventual acuerdo de paz.

La semana que viene Macron y Starmer tratarán de convencer a Trump de que una solución para Ucrania y para Europa, un acuerdo sólido para una paz verdaderamente duradera en el continente, pasa por incorporar a los europeos –además de, obviamente, a los ucranianos- a las negociaciones y por que Estados Unidos se erija en garante de lo acordado y no se desentienda de la seguridad europea. Europa está dispuesta a asumir sus responsabilidades, pero no en solitario. No todavía. La UE ha visto ya las orejas al lobo y, mal que bien, empieza a prepararse para aumentar sensiblemente su gasto en defensa con el fin de poder valerse algún día por sí sola. Pero ese día todavía no ha llegado.

  • ‘Grosse koalition’. Las elecciones del próximo domingo en Alemania no deberían proporcionar grandes sorpresas. Los sondeos de intención de voto llevan semanas con el mismo vaticinio: un triunfo claro del candidato democristiano Friedrich Merz (CDU-CSU), con un notable ascenso de la ultraderechista Alice Weidel (AfD), que llegaría en segundo lugar, y un considerable batacazo del socialdemócrata Olaf Scholz (SPD) y, muy cerca, el ecologista Robert Habeck (Los Verdes), mientras que todos los demás –liberales incluidos- se arriesgan a quedarse fuera del Bundestag. Dado que Merz, pese a sus ambiguos coqueteos, ha descartado pactar con la extrema derecha, es muy posible que los alemanes acaben de nuevo con un gobierno de gran coalición entre la CDU/CSU y el SPD.

  • Atentados terroristas. Los islamistas votan extrema derecha. O, al menos, hacen todo por engordarla políticamente en su afán por alimentar un enfrentamiento civil en Europa. A poco más de una semana de las elecciones en Alemania, un joven afgano de 24 años lanzó su coche contra una multitud en Munich causando inicialmente 39 heridos, aunque posteriormente morirían dos de ellos: una mujer de 37 años y su hija de dos. El domingo pasado, un sirio de 23 años se lanzó a apuñalar indiscriminadamente a la gente que pasaba por la calle en el centro de Villach, una ciudad de Austria, matando a un adolescente de 14 años e hiriendo a otras cinco personas. En ambos atentados, las autoridades constataron el móvil islamista.

  • La voracidad de la IA. El debate la Inteligencia Artificial (IA) acostumbra a oscilar entre la competencia mundial por estar a la vanguardia del desarrollo de esta nueva tecnología –con las inversiones multimillonarias que exige- y la necesidad, o no, de someterla a una estricta regulación pública. Menos atentación se presta al enorme consumo energético que requerirá. Un reciente informe de la organización Beyond Fossils Fuels ha calculado que la demanda eléctrica se disparará en Europa un 160% a lo largo de esta década para alimentar los centros de datos. Para el 2030, serán necesario añadir a la red unos 287Twh al año, el equivalente al consumo eléctrico de España en 2022. Es como si un nuevo país miembro se sumara a la red europea.
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