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El ejército chino mata a 20 soldados indios en la frontera himalaya

Tensión en el valle de Galwan

Son las primeras víctimas mortales en 45 años de escaramuzas

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India y China registraron anoche en el Himalaya su primer y grave incidente fronterizo con muertos de los últimos cuarenta y cinco años. Nueva Delhi ha reconocido el fallecimiento de 20 soldados durante una escaramuza en el valle de Galwan, entre la región de Ladakh propiamente dicha –bajo control indio– y la meseta yerma de Aksai Chin, bajo control chino pero reivindicada por India.

“Durante el proceso de desescalada en curso en el valle de Galwan, se dio anoche un enfrentamiento violento en el que se produjeron bajas”, ha informado el ejército indio. “La pérdida de vidas en el lado indio incluye veinte soldados. Altos cargos militares de ambos bandos están actualmente reunidos en el lugar para controlar la situación”, según la nota. Verbalmente, el portavoz también reseñó bajas del lado chino, que Pekín no ha concretado y ni siquiera reconocido.

Altos cargos militares de ambos lados están actualmente reunidos en el lugar para controlar la situación”

China, en cualquier caso, ha reconocido el incidente, culpando a “algunos soldados indios” de cruzar la línea de demarcación “en dos ocasiones, violando seriamente lo acordado”. India y China no se han puesto de acuerdo sobre cuatro mil kilómetros de frontera común. La zona del incidente formaba parte del antiguo principado de Cachemira, para el que Pakistán -que ocupa la parte occidental- exige la autodeterminación.

A principios del mes de mayo, en el mismo valle de Galwan y en el lago de Pangong Tso, así como en la frontera de Sikkim, ya hubo escaramuzas entre soldados indios y chinos, a palos y puñetazos. Desde entonces, ambos ejércitos han reforzado su presencia en la zona, mientras entablaban conversaciones para desescalar la situación, que parecían bien encarriladas hasta el pasado fin de semana.

Instantánea de uno de los encuentros que se han producido en los últimos años entre China e India en noviembre de 2009

ADNAN ABIDI / Reuters

Hace dos años, el punto de fricción fue una zona disputada entre China y Bután, país bajo tutela india. Sin embargo, la tensión viene de lejos. El apoyo de Nueva Delhi al Dalái Lama y al exilio anticomunista tibetano estuvo en el origen de la guerra de 1962, en la que China ocupó la meseta deshabitada de Aksai Chin, estratégica para Pekín porque une el Tíbet con Xinjian.

China tampoco reconoce la frontera común al este de Bután y denomina Tibet del Sur al actual estado indio de Arunachal, que incluye el importante monasterio tibetano de Tawang. Junto a esta presencia tibetana tradicional, India ha habilitado decenas de asentamientos para más de cien mil disidentes tibetanos, algunos de los cuales forman una unidad específica del ejército indio. MacLeod Ganj, en Uttarakhand, acoge además el autodenominado Gobierno Tibetano en el Exilio.

Golpe de mano de Pekín

India ha realizado varias construcciones en áreas en disputa

El Tíbet y Cachemira llevan décadas estrechando la relación entre Pakistán y China, que ahora es aún más estratégica, por la apuesta china de acceder al Mar Arábigo –donde ha levantado el puerto de aguas profundas de Gwadar –precisamente a través de la disputada Cachemira. Al hilo de estos movimientos, el ministro del Interior indio expresó a principios de año que Guilguit-Baltistán, donde se inicia el estratégico corredor económico, “es parte de India”.

Pekín ha terminado dando un golpe de mano entre Ladakh y Aksai Chin, después de que India haya mejorado las carreteras de acceso al paso del Karakorum –actualmente cerrado– e iniciado varias construcciones en dichas áreas en disputa, de toponimia más turca que india. Algo que también habría hecho el Ejército Popular de Liberación, que lleva tiempo mejorando sus accesos, que de todos modos son más fáciles.

El primer ministro indio, Narendra Modi, frente al presidente chino, Xi Jinping durante un encuentro de los BRICS en octubre de 2016

Manish Swarup / AP

Asimismo, el acercamiento de India a EE.UU., acentuado con Narendra Modi –que recibió apoteósicamente a Donald Trump a finales de febrero– preocupa en China. Pekín también ha expresado su irritación por la política de mano dura de Nueva Delhi en Cachemira, cuya autonomía acaba de devaluar, separando además el Ladakh –de cultura budista y alfabeto tibetano en su parte oriental– del resto de Jammu y Cachemira.

En un contexto de fuerte presión de Washington a través de la revuelta en Hong Kong y de la campaña mediática sobre Xinjian –con los uygures sustituyendo a los tibetanos como ariete contra el Partido Comunista Chino- cualquier síntoma de que India se apunte al cerco militar orquestado desde Estados Unidos es observado al milímetro desde Pekín. La disidencia uygur, a diferencia de la tibetana, sigue en armas y cuenta con algunos miles de yihadistas combatiendo codo a codo con Al Qaeda al régimen laico de Bashar el Asad en Idlib.

Estados Unidos, de todos modos, juega con dos barajas, ya que, pese a grandes tensiones, Pakistán es su gran aliado en la región desde el inicio de la Guerra Fría y ha recibido sumas astronómicas en armamento en las dos últimas décadas. Todo ello convierte a la inmensa Cachemira, disputada por tres potencias nucleares, en un polvorín.

El acercamiento de India a EE.UU., acentuado con Narendra Modi, preocupa en China