La herencia que Alfonso XIII dejó a Franco
Grandes discursos del siglo XX
Antes de morir en su exilio romano, el monarca abdicó en favor de su hijo Juan, a quien puso al servicio del nuevo régimen y de España
El contexto
Los encuentros y desencuentros de Alfonso XIII con Francisco Franco, antes y después de la Guerra Civil, así como con otros de los destacados militares sublevados en julio de 1936 han sido objeto de estudio y debate. La principal conclusión de todos los historiadores es que la figura del Rey era un lastre imposible de asumir para los golpistas y tanto Emilio Mola primero como el propio Franco después rechazaron que ejerciese cualquier papel, ni siquiera simbólico.
Declarado “falangista de primera hora” y a su vez “Rey de todos los españoles por un derecho asentado en historia”, desde su exilio en Italia el monarca fue el primero que negoció con Benito Mussolini ya en 1934 su apoyo a un levantamiento militar contra República para la reinstauración de la Monarquía en España. Un gesto que se concretó en una testimonial, pero significativa, donación de armamento ligero y un millón y medio de pesetas.
Alfonso XIII y Franco coincidieron e iniciaron una relación de amistad documentada en diversas cartas tras el desastre de Annual de 1921, punto de inflexión en el declive de la Monarquía. El militar, que había conseguido sofocar la revuelta minera de Asturias de 1917, acudió en auxilio de la posición de Melilla al frente de una de las banderas de la Legión y recuperó parte del terreno perdido durante una desbandada de las tropas españolas en la que se estima murieron más de 8.000 militares.
En reconocimiento a sus servicios, el Rey no sólo le otorgó diversas condecoraciones, sino que lo nombró gentilhombre y le concedió el derecho de entrar bajo palio real en la iglesia de San Juan de Oviedo el día de su boda con Carmen Polo. Ejerció, además, como padrino de la ceremonia, aunque representado por el gobernador civil de la ciudad. Asimismo lo nombró director de la nueva Academia General Militar, una institución que debía modernizar el Ejército.
La historia del desencuentro entre ambos llegó tras el ambiguo papel que jugó el monarca durante la dictadura de Primo de Rivera que el mismo monarca avaló, pero acabó desmantelando en favor de la denominada dictablanda de Dámaso Berenguer. Una sucesión de errores y muestras de flaqueza que Franco le acabaría echando en cara.
En cualquier caso, Alfonso XIII decidió apostar firme por la insurrección y tras el levantamiento militar ordenó a su hijo Juan, heredero al trono, que entrase en España y se sumara al bando sublevado. Sin embargo, en su camino a Burgos desde Francia don Juan fue interceptado en el Parador de Aranda de Duero y fue conminado a salir de nuevo del país por el general Emilio Mola, que lideraba el golpe. Así que el apoyo sobre el terreno del heredero al trono duró apenas un día.
En abril de 1937, poco antes de la muerte de Mola y de que Franco asumiese el liderazgo del bando sublevado, el antiguo amigo africano se dirigió por carta al Rey señalándole abiertamente que no tendría un papel representativo en el nuevo régimen que surgía del levantamiento. Acabada la guerra, Alfonso XIII pronunció su histórica sentencia: “Elegí a Franco cuando no era nadie y él me ha traicionado a cada paso”.
Instaurado el nuevo régimen, el monarca jugó su última carta por la restauración ya en su lecho de muerte. El 15 de enero de 1941 dirigió al pueblo español el discurso de abdicación a favor de Juan que reproducimos, en el que elogiaba la epopeya de la liberación de España y ponía al servicio del país y del nuevo Gobierno la institución, representada ya por su hijo Juan, como símbolo de unidad y confraternidad. El 28 de febrero de ese mismo año fallecía en Roma.
Don Juan inició su lucha por la restauración en solitario con una apuesta muy arriesgada: diversos encuentros con altos representantes de la Alemania nazi para que fuese Berlín quien presionase a Franco a favor de la Monarquía, encarnada en un nuevo Rey y ya sin la sombra del anterior monarca. Un movimiento que no sólo fracasó, sino que tuvo el efecto contrario al buscado.
El Rey sin corona no se amedrentó y optó por el enfrentamiento directo proclamando en unas declaraciones a la prensa en noviembre de 1942 que se han dado en conocer como el Manifiesto de Ginebra que la Monarquía sería restaurada en España y que la figura del Rey representaría la convivencia de “todos los españoles”. Tendrían que pasar más de tres décadas para que fuese así, pero ya en la figura de su hijo Juan Carlos.
El discurso
“El 14 de abril de 1931 me dirigí al pueblo español manifestando mi decisión de apartarme de España y de suspender deliberadamente el ejercicio del poder real, sin renunciar por ello a ninguno de los derechos sagrados de que la Historia que había hecho guardador y depositario.
”Cumplí en aquella resolución deber de patriotismo, y gracias a ella nadie podrá afirmar hoy que se ha vertido sangre española para sostener intereses de un régimen o de una dinastía, sino que la magnífica epopeya de la liberación de España, el heroísmo del Ejército y de la juventud española viene marcado con el sello indiscutible del sacrificio por la patria, que abre paso a la solidaridad de todos para crear su unidad, su libertad y su grandeza.
”Asegurada ya la victoria definitiva, sentí con ella impulso de anticipar esta declaración; contuvo, sin embargo, mi ánimo el deseo de madurarla hasta hoy que, robustecido de consejos leales e informes autorizados, me juzgo en la obligación de dirigirme de nuevo y por última vez a los españoles.
Al reorganizar el país, es preciso que quede expedito el camino para reanudar la tradición que durante siglos ha asegurado la unidad y la permanencia de España”
”Al reorganizar políticamente el país, es preciso que quede expedito y franco el camino para que, en el momento que se juzgue oportuno, pueda reanudarse la tradición histórica, consustancialmente unida a la institución monárquica, que, durante siglos, ha asegurado la unidad y la permanencia de España.
”Durante mi reinado, procuré siempre servir el interés de mi patria y espero que la posteridad hará justicia a la rectitud de mi intención y al logro de muchos de mis propósitos durante un periodo que cuenta entre los más prósperos de nuestra historia. Pero, aun siendo así, sería desconocer la realidad, no advertir que la opinión española, la de los que han sufrido y han luchado y han vendido, anhela la constitución de una España nueva en que se enlace fecundamente el espíritu de las épocas gloriosas del pasado con el afán de dotar a nuestro pueblo de la capacidad necesaria para realizar su misión trascendental en lo futuro.
”A esa exigencia fundamental de la opinión española debe responder la persona que encarne la institución monárquica y que pueda ser llamada a asumir la suprema jerarquía del país.
La figura del monarca ha de encarnar la esperanza de los que desean una España nueva, libre de los defectos y vicios del pasado”
”Por una parte, ha de esforzarse en que desaparezcan los últimos vestigios de las luchas civiles que dividieron a los españoles en el siglo XIX; por otra, ha de encarnar la esperanza de los que desean una España nueva, libre de los defectos y vicios del pasado, en la que un sentido eficaz y vivo del patriotismo vaya unido a una más adecuada organización de la sociedad y del Estado y a una más equitativa participación de todos en la prosperidad general.
”No por mi voluntad, sino por ley inexorable de las circunstancias históricas, podrá tal vez mi persona ser un obstáculo, y, sobre todo, entre quienes convivieron conmigo y tomaron después, de buena fe seguramente, rumbos distintos.
”Ante algunos podría aparecer como el retorno a una política que no supo o no pudo evitar nuestra tragedia y las causas que la provocaron; para otros, podría ser motivo de remordimiento o de embarazo. Deber mío es remover esos posibles obstáculos, sacrificando toda consideración personal para servir la gran causa de España, por la que tan generosamente han ofrendado su sangre millares de españoles.
Ofrezco a mi patria la renuncia de mis derechos para que quede designado, sin discusión posible en cuanto a la legitimidad, mi hijo don Juan”
”De manera alguna pesa en mi ánimo la elección de la oportunidad o acierto de la mayor o menor resonancia de mis actuales manifestaciones; hubiera rehuido siempre alterar el espíritu público o distraer su atención de otras miras hacia mí, pues mi propósito y designio consisten en causar un solo efecto: desaparecer en sazón y tiempo para bien de España.
”Renuevo especial llamamiento al patriotismo de todos, sin distinción, y en particular a los remisos al sacrificio por la unión, a los cuales va muy encarecido con mi ejemplo.
”Con este espíritu y este propósito, ofrezco a mi patria la renuncia de mis derechos para que, por ley histórica de Sucesión a la Corona, quede automáticamente designado, sin discusión posible en cuanto a la legitimidad, mi hijo el príncipe don Juan, que encarnará en su persona la institución monárquica, y que será el día de mañana, cuando España lo juzgue oportuno, el Rey de todos los españoles.”