Nasser, ¿el faraón del siglo XX?
Egipto
Bajo el gobierno de Gamal Abdel Nasser, Egipto superó graves problemas y se sumergió en otros. Pese a todo, siempre tuvo un apoyo mayoritario
Gamal Abdel Nasser (1918-70) fue un líder incombustible. Sus partidarios veían en él al hombre que devolvió la dignidad al pueblo egipcio frente a las injerencias extranjeras y que favoreció, con sus reformas, a los desposeídos. Sus detractores, en cambio, subrayaban sus métodos antidemocráticos y represivos. ¿Cuál fue su camino al poder?
En busca de la independencia
Como antigua provincia del Imperio otomano, la dependencia de Egipto respecto a Turquía era más teórica que práctica a principios del siglo XIX. Tanto que el militar Mehmet Alí se proclamó gobernador egipcio y logró transmitir el poder a sus herederos. Estos tuvieron que enfrentarse al Imperio británico, que acabó por imponer su dominio en la zona.
A mediados del siglo XX, Egipto era un país debilitado por la crisis económica y la derrota militar de la guerra contra Israel
Egipto no logró independizarse de su nueva metrópoli hasta 1922, año en que formó una monarquía constitucional encabezada por el rey Fuad, al que sucedería su hijo Faruk. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno colaboró con Inglaterra en la lucha contra el nazismo, aunque los sectores más nacionalistas consideraban que el auténtico enemigo no eran los alemanes, sino los británicos, dada su excesiva influencia sobre el país.
El ascenso de Nasser
A mediados del siglo pasado, Egipto era un país debilitado por la crisis económica y la derrota militar de la guerra librada contra Israel. El descontento popular se tradujo en la denominada revuelta del Sábado Negro. La multitud incendió en El Cairo múltiples edificios propiedad de europeos en protesta por la presencia británica.
De forma paralela, un grupo de trece oficiales contrarios a la monarquía se preparaba para tomar el poder. En 1952 tuvo lugar el golpe de Estado que obligó al rey Faruk a ceder el trono al príncipe heredero, menor de edad. El general Mohamed Naguib asumió el gobierno, en ese momento como primer ministro y un año después, ya abolida la monarquía, como presidente de la república. En teoría, él era el hombre fuerte del país, pero quien movía los hilos era el coronel Gamal Abdel Nasser.
Naguib dimitió cansado de representar, según afirmó, “el desairado papel de que estaba controlándolo todo cuando, en realidad, no controlaba nada”. El apoyo popular que recibió le permitió regresar a la presidencia de inmediato, pero tenía los días contados como líder político. Nasser supo ganarse el respaldo de diversos sectores sociales hasta llegar al sillón presidencial en 1954.
Reformismo y represión
Una vez en el poder, estableció un régimen de difícil definición. No era un gobierno fascista, pero tampoco socialista. Ni siquiera militarista, pese a tener su origen en una sublevación del Ejército. Nasser llevó a término profundas reformas destinadas a beneficiar a los más desfavorecidos –como la gratuidad de la enseñanza–, nacionalizó las empresas extranjeras y puso en marcha una reforma agraria.
El reparto de tierras que se llevó a cabo no solucionó los problemas de los campesinos. Su situación dependía del Nilo, cuyas crecidas podían echar a perder la cosecha. Para regular el curso del río, el gobierno construyó la presa de Asuán. Esta obra de proporciones faraónicas iba a facilitar la producción de electricidad y la obtención de agua para los regadíos.
En cuanto a las promesas democratizadoras, quedaron en nada. Nasser, también conocido como el Rais (“guía”), consideraba prioritario establecer la justicia social y mantener el orden. La celebración de elecciones, en su opinión, era inútil. Abolió los partidos políticos y reprimió tanto a los disidentes de izquierdas como a los islamistas. Muchos de sus enemigos acabaron ejecutados o en un campo de concentración en el desierto.
Mientras la oposición era silenciada, la propaganda oficial elogiaba al Rais. Así sucedió en las elecciones de 1956, en las que Nasser se presentó como candidato único. Los votantes solo tenían dos opciones: elegir la papeleta del sí, con su llamativo diseño, o decantarse por la del no, mucho menos atractiva desde un punto de vista gráfico. Como era de esperar, ganó el sí, con un 99,9% de los sufragios.
Aquel mismo año, Nasser nacionalizó el canal de Suez. Como respuesta, Inglaterra, Francia e Israel lanzaron un ataque fulminante contra Egipto. Finalmente, la presión de la ONU, Estados Unidos y la Unión Soviética impuso el cese de las hostilidades. Nasser salió favorecido de la crisis y se presentó como vencedor del imperialismo, como si su país hubiera expulsado a los invasores sin ayuda alguna.
Un fracaso tras otro
En política exterior, el Rais se convirtió en uno de los líderes del movimiento de los Países No Alineados, integrado por aquellos que permanecían neutrales en la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Convencido antiimperialista, dio cobijo a diversos movimientos de liberación del Tercer Mundo. Pese a su prestigio, no pudo evitar repetidos fracasos en sus aventuras internacionales, como la efímera unión con Siria o la fallida intervención en la guerra civil de Yemen.
En 1967 experimentó una de sus derrotas más humillantes frente a Israel en la guerra de los Seis Días. En un ataque sorpresa, los judíos destruyeron las tres cuartas partes de la aviación egipcia sin dar tiempo a que los aparatos despegaran de sus bases. Ante el desastre, Nasser estuvo a punto de dimitir. Cambió de opinión ante las manifestaciones masivas en su apoyo. Moriría repentinamente tres años después de un ataque cardíaco. Su entierro convocó a cerca de dos millones de personas. Con su desaparición se esfumaba el sueño panarabista.
Panarabismo
La frustrada unión árabe
Nasser, ansioso de liderar la lucha del pueblo árabe contra Occidente, se presentó a sí mismo como un nuevo Saladino. Defendía el panarabismo, la unión de los árabes en un solo estado, que debía ser republicano y socialista. Fruto de esta ideología fue el intento fallido de constituir una república que uniera Egipto y Siria. La idea nació cuando los sirios, cercados entre dos enemigos –Irak e Israel–, solicitaron ayuda al presidente egipcio. Este aprovechó la ocasión para crear en 1958 la República Árabe Unida (RAU) y enviar su ejército a Siria.
En 1958, Yemen del Norte se adhirió a la RAU, que pasó a denominarse Estados Árabes Unidos (EAU). Pero la unión no llegó a hacerse efectiva. El Rais intervino en la guerra civil de aquel país (1962-70) apoyando a los republicanos contra los monárquicos, al precio de elevadísimos gastos que afectaron a las partidas presupuestarias dedicadas a infraestructuras.
En 1961, un grupo de militares protagonizó en Siria una rebelión independentista. Nasser optó por retirar sus tropas de allí. En un discurso televisado, admitió los errores que había cometido: “Hemos sobreestimado nuestra fuerza”, afirmó. Su prestigio como líder panarabista no pareció verse afectado por las sucesivas derrotas militares. Tampoco por los fracasos económicos. Su intento de llevar a la práctica una reforma económica radical se saldó con un incremento de la deuda nacional, mientras el mercado laboral no lograba absorber el aumento de la población.
Este artículo se publicó en el número 452 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.