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Salvatore Giuliano, el bandolero manipulado por la Mafia

¿Héroe o villano?

Toda una leyenda en Sicilia, se trabajó una imagen de “Robin Hood” y luego otra de líder independentista. Una traición le llevó a la tumba hace 70 años

Retrato de Salvatore Giuliano.

Dominio público

Salvatore Giuliano, el hombre más perseguido durante años en la historia de Italia, nunca salió de la abrupta comarca que rodea al pueblo siciliano de Montelepre. Hizo algunas incursiones a la capital, Palermo, apenas a treinta kilómetros, y a otras localidades próximas, pero fueron pocas y fugaces. Lo suyo era la sierra, por la que se movía con agilidad y olfato.

A los carabinieri, la policía rural italiana, encargada por entonces de liquidar el bandolerismo, los detectaba a kilómetros de distancia. Les distraía con una facilidad asombrosa, cuando no les tendía trampas que ya nunca podrían contar. Hoy, la leyenda que Giuliano se forjó no ha dejado de crecer y enredarse. Cuesta discernir entre lo que hay de verdad y lo que la imaginación y la tergiversación popular y literaria han ido añadiendo.

Lo único cierto es lo que reflejan los archivos parroquiales en cuanto a sus orígenes y su infancia, marcada por un buen cumplimiento de las obligaciones religiosas, aunque eso en frío aporta poco a su biografía. Nació el 22 de noviembre de 1922, aunque sobre el día hay discrepancias. De hecho, no faltan los que aseguran que esa fue la fecha con que fue inscrito, y no la de su venida al mundo, que habría sido una semana antes.

Los carabinieri le esperaron un atardecer en que regresaba del molino con dos sacos de harina robada

Su padre, de quien heredó el nombre, había vivido en Estados Unidos, y aunque había conseguido un buen trabajo como albañil, no soportó la nostalgia de Sicilia y regresó a Montelepre, donde le esperaba una mísera vida de agricultor labrando las tierras que adquirió con sus ahorros. Su madre, Maria Lombarda, a la que siempre se sintió muy unido, era una mujer de carácter fuerte y actitud decidida. Tuvo un hermano, Giuseppe, y una hermana, Marianna.

El pequeño Salvatore era un niño despierto y, como muchos niños de su edad, travieso. No era buen estudiante ni le gustaba ir a la escuela, donde se sentía prisionero. Pronto abandonó las clases para ponerse a trabajar como ayudante en el molino local. Hasta que un día se descubrió que robaba harina y la regalaba a familias pobres o la vendía a un precio simbólico a algunos clientes que le habían adoptado como proveedor.

Los carabinieri le esperaron un atardecer en que regresaba del molino con dos sacos de harina robada y, sin darle el alto, intentaron apresarlo para llevarle al cuartel. No sirvió: en vez de intentar huir o de entregarse, Salvatore sacó del bolsillo una pistola y disparó a sangre fría contra los policías, que, sorprendidos, se dejaron matar.

Todo fue muy rápido, y el joven Triddu, como le apodaban sus compañeros de correrías nocturnas por las estrechas calles del pueblo, se metió por uno de los senderos que llevaban al monte para no regresar jamás a una vida normal. Tenía 17 años.

Giuliano junto a Pisciotta.

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De cabeza al monte

Aquellos sacos de harina que extraía a escondidas del molino y repartía a cambio de pocas monedas enseguida le ganaron en el pueblo las primeras frases de admiración. Unas frases que, con el tiempo, acabarían proporcionándole el apelativo de “El Robin Hood siciliano”. Lo que ocurrió en aquellos primeros meses de huida por los montes próximos al pueblo es un misterio. La persecución a que fue sometido le dio una imagen de ser mítico imposible de localizar y capaz de burlarse de las fuerzas encargadas de su captura.

Pronto se supo que por allá arriba Triddu no estaba solo. Se había unido a algunos bandoleros de tantos como abundaban por las montañas. Hasta que, en cuestión de meses, acabó formando su propia banda, a la que se incorporaron otros jóvenes del pueblo decididos a seguirle.

Desde su escondite, en lo alto de un picacho, observaba el pueblo sin ser visto, controlaba los movimientos de los carabinieri, seguía los pasos de su familia y, algunas noches, bajaba sigilosamente para ver a sus padres y cenar lo que más añoraba: la pasta que cocinaba su madre. Además, se enteraba de lo que pasaba en Montelepre y regresaba al escondrijo con información sobre el despliegue de los carabinieri para liquidarle.

Los vecinos estaban al tanto de sus visitas, pero en lugar de delatarle permanecían alerta tras sus ventanas para avisar a la familia de cualquier peligro. Acababa de iniciarse la década de los años cuarenta, e Italia estaba alterada con la evolución de la Segunda Guerra Mundial y la implicación de su dictador, Mussolini, en la aventura liderada por Hitler.

En junio de 1943, las tropas aliadas lanzaron la Operación Husky: con el apoyo de la Mafia, desembarcaron en Sicilia y pasearon sus tanques triunfantes por el centro de Palermo. Comenzaba una nueva etapa en la historia de la isla.

Un tanque M4 Sherman en Sicilia durante el desembarco en la Segunda Guerra Mundial.

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No tardarían en surgir ambiciones independentistas, que Giuliano asumió como propias y apoyó con las armas. Con la ayuda mafiosa, que había dejado de verle como un enemigo, su banda se transformó en un verdadero ejército guerrillero. Su primo y amigo de la infancia, Gaspare Pisciotta, Aspanu, se había incorporado a la banda como lugarteniente y hombre de confianza de Giuliano, el jefe indiscutido. Para la imaginación popular, la pareja era invencible. Triddu aportaba disciplina y audacia y Aspanu ponía la cautela, la sensatez y la mesura a la organización.

Los dos eran implacables ante cualquier indicio de traición y las ejecuciones de los sospechosos no dejaban margen a la defensa. Despertar dudas era asegurarse la liquidación inmediata. Varios miembros de la banda (que llegó a tener cerca de doscientos hombres) fueron asesinados en cumplimiento de las órdenes que Giuliano impartía sin inmutarse, a veces con un simple gesto, y a menudo mientras tomaba el desayuno.

La actividad de la banda se diversificaba por la comarca: asaltaba haciendas, robaba establecimientos públicos, confiscaba ganado, secuestraba a personas con recursos para liberarlas por dinero, mantenía frecuentes enfrentamientos con las fuerzas del orden y se hacía con camiones de víveres que se dirigían a abastecer las tiendas de los alrededores.

A Giuliano le encantaba llegar a un pueblo con el camión repleto de mercancías y dejarlo abierto en medio de la plaza para que cada vecino participase en el reparto del botín. Era una forma de mantener viva la imagen, ahora exaltada bajo la idea de una Sicilia independiente, de que no era un bandolero, sino un justiciero.

La suya no dejaba de ser una banda de forajidos, pero su forma de actuar se revistió de algunos tics políticos

La suya no dejaba de ser una banda de forajidos, pero su forma de actuar se revistió de algunos tics políticos. Sobre el cadáver de algunas de sus víctimas aparecían garrapateadas frases como “Te mato en nombre de Dios y de Sicilia”. Su momento de mayor gloria lo alcanzó cuando el comandante Antonio Canepa, jefe del EVIS (Ejército Voluntario para la Independencia de Sicilia), le cambió el estatus de bandolero nada menos que por el grado de coronel.

La excusa de la guerra

No se sabe con certeza cuántas de las muertes que se atribuyen a su banda son ciertas. Algunos cálculos las cifran en varios centenares, entre ellas unas setenta de carabinieri y policías. A mitad de los años cuarenta, Giuliano y sus simpatizantes (que eran muchos, y no solo en el medio rural) consideraban esas muertes el resultado de acciones de guerra. Hubo un tiempo en que las ideas separatistas sicilianas parecían destinadas a prosperar.

Pero las cosas cambiaron a raíz del referéndum que en 1946 sustituyó a la monarquía italiana por la república. Los caciques sicilianos maniobraron bien, y la isla obtuvo un estatuto de autonomía bastante amplio, con un gobierno regional y un parlamento que a los independentistas, sin demasiado arraigo popular, les pareció suficiente.

Pero esta solución política negociada estaba lejos de ser definitiva. El incremento de votos logrados por los comunistas inquietaba por igual al partido gobernante (Democracia Cristiana), a Estados Unidos (que seguía interviniendo en la isla) y a la Mafia (detentadora del poder real, que veía en las reivindicaciones revolucionarias de la izquierda un peligro para su hegemonía histórica sobre el territorio).

Salvatore Giuliano alcanzó tanta popularidad que hasta se compuso una ópera, estrenada en 1986, sobre su figura.

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Esta preocupación se acentuó al conocerse los resultados de las elecciones de finales de abril de 1947. El 1 de mayo, fiesta del trabajo, unos tres mil braceros de la comarca se dieron cita en un valle rodeado de colinas cercano a Montelepre. Vino, barbacoas y música propiciaban la euforia en aquella mañana soleada. Era una fiesta comunista de celebración por lo ya conseguido en el ámbito de la representación política, y de reivindicación por lo que aún estaba por lograrse: un sistema de igualdad, libre de privilegios y, aunque la expresión se evitaba, sin propiedad privada.

Acababan de empezar los discursos de rigor, antes de dar paso al banquete colectivo, cuando una descarga de ametralladora procedente de una ladera atronó el valle y extendió el pánico. Varios cuerpos cayeron fulminados. En la confusión de carreras atropelladas y gritos, nuevas ráfagas seguían cobrándose vidas, alcanzando a mujeres embarazadas, músicos desconcertados, líderes pidiendo infructuosamente calma y niños aterrorizados. Tras la desbandada general quedaron once cadáveres y cerca de un centenar de heridos.

Era la masacre más grande que se recordaba en la región. La matanza fue atribuida, aunque no sin dudas, a Giuliano y su banda. Quienes lo negaron argumentaban que Giuliano no disponía de ametralladoras. Pero las pruebas eran bastante contundentes, y Giuliano, que a partir de ese momento enviaba cartas a los periódicos explicando sus acciones, nunca lo desmintió de manera rotunda.

El bandolero había sido utilizado por la Mafia como ejecutor de sus estratagemas. La víspera de la matanza, Triddu había recibido una misteriosa carta que leyó en solitario. Después dio las órdenes para atacar la fiesta.

El Ministerio del Interior italiano publicó un manifiesto con la orden de captura de Salvatore.

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Precio a su cabeza

El enrevesado ministro del Interior, Scelva, acusó a Giuliano y ofreció tres millones de liras por su captura. El proceso abierto culpó a la banda y a su jefe, pero evitó las acusaciones contra quienes se consideraban en realidad los inductores de la matanza: la Democracia Cristiana, la Mafia y la CIA. Las declaraciones posteriores de miembros de la banda coincidieron en que Giuliano había recibido el encargo, pero nunca quedó claro de quién.

Todo parecía señalar a un agente norteamericano que pululaba por la isla con prepotencia. El espía habría tenido la misión de provocar un incidente que causara una reacción comunista violenta, de manera que la ilegalización del partido estuviese justificada. A partir de ese momento, la persecución contra Giuliano y su banda se convirtió en uno de los objetivos prioritarios del Estado italiano surgido tras la guerra. Tres mil efectivos se desplegaron en Sicilia con la única misión de acabar con él.

Con el eco de la matanza de personas humildes, daba la impresión de que el respaldo popular comenzaría a flaquearle y de que sus días estaban contados. Pero Giuliano tenía recursos, y resistió todavía más de tres años en las montañas.

Cambió sus argumentos independentistas por un anticomunismo activo y violento, e incrementó los golpes que le permitían consolidar su estela de protector de los pobres frente al abuso de los ricos. En una de sus cartas al Giornale de Sicilia se preguntaba: “¿Qué condena puede imponerme la sociedad si he robado a los ricos y he entregado parte de esa ganancia a los pobres?”.

La versión oficial posterior fue que habían sido los carabinieri quienes lo habían matado en defensa propia

Sus críticas a los comunistas, sus nuevos enemigos, tenían este cariz: “Rechazad a estos falsos comunistas que, sabiendo que actúan de mala fe, han prometido y siguen prometiéndoos el paraíso terrenal”. A la Mafia, en cambio, que tanto desconfiaba de él y que solo se aprovechaba de sus servicios, la defendía ingenuamente con argumentos como estos: “La acusan de haber servido a los ricos para proteger sus bienes y manteneros a vosotros como esclavos de ellos, pero no es verdad”.

La peor emboscada

A comienzos de 1950, Giuliano era un problema para todos, incluso para sus compañeros de aventuras. Quien más y quien menos quería verse libre de su banda. Y sobre todo de su testimonio, con el que, llegado el caso, podía incriminar a más de una personalidad política, social e incluso religiosa. Él también empezó a ser consciente de que su lucha no tenía futuro. Estaba cansado de una subsistencia dura, de vivir entre sobresaltos, de una intranquilidad y un riesgo constantes.

Intuyó que su única salida era escapar al extranjero, más concretamente a Estados Unidos, donde esperaba ser protegido por la Cosa Nostra. La idea fue celebrada por la Mafia siciliana, que se ofreció a organizarle la huida. Le recogería un submarino en la costa occidental de la isla que lo trasladaría a Nueva York. Aspanu, su primo Pisciotta, recibió el encargo del propio Triddu de ejecutar el plan para su evasión.

La policía italiana contempla el cadáver de Giuliano.

Umberto Cicconi / Getty Images

La víspera de la fecha fijada para el embarque, Giuliano llegó entrada la noche a Castelvetrano bajo la protección del mafioso Giuseppe Marotta. Fue acogido en una discreta casa de campo de un conocido abogado local, que le brindó alojamiento y cena. Ya iba a acostarse cuando llegó Pisciotta atacado por la tos. Hacía meses que sufría tuberculosis. Los dos primos y compañeros de fatigas se saludaron con frialdad y hablaron unos minutos, parece que acaloradamente.

Hay muchas versiones sobre lo que ocurrió entonces. La tesis más probable es que el sexto sentido que siempre acompañaba a Triddu le alertó de la traición que Aspanu estaba cometiendo. Viéndose descubierto, el lugarteniente desenfundó su pistola y le descerrajó un tiro que acabó con la vida de Giuliano en cuestión de segundos. Los disparos despertaron a algunos vecinos y alertaron a los carabinieri. Estos, implicados en la encerrona, esperaban en las proximidades.

Cuando llegaron, Giuliano estaba tendido en el patio en un charco de sangre. El jefe de la fuerza no se detuvo a comprobar si estaba muerto. Ordenó que se disparasen varias ráfagas sobre su cuerpo aún caliente. La versión oficial posterior fue que habían sido los carabinieri quienes lo habían matado en defensa propia. Nadie creyó esa explicación, pero tampoco se investigó a fondo. O, si se investigó, nadie se preocupó de establecer la verdad sobre lo que pasó aquella madrugada en que Giuliano pasó a la historia del bandolerismo, para unos, y del independentismo, para otros.

Tumba de Salvatore Giuliano en Palermo.

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Fama de héroe

Tenía apenas veintisiete años, la mirada alta y desafiante. Según quienes le conocieron era simpático y, a juicio de las mujeres, muy atractivo. La vida errante que llevó no le impidió mantener algunas aventuras amorosas e incluso una relación seria con una joven monteleprina, que los padres de ambos encubrieron. En el pueblo nadie le discute la condición de héroe. No ocurre lo mismo con su primo, lugarteniente y asesino. Gaspare Pisciotta, Aspanu, es el malo de la historia.

Aspanu no tuvo un final mejor. Su traición no fue recompensada como esperaba, con el tratamiento de su tuberculosis y la recuperación de la libertad en Estados Unidos. Fue encarcelado con su padre. En espera de juicio se dedicó a recopilar, con su deficiente caligrafía, sus recuerdos, predestinados seguramente a convertirse en motivo de preocupación para muchos. Una mañana murió apenas cinco minutos después de tomar el desayuno: alguien le había envenenado el café con estricnina.

Los cuadernos con sus secretos desaparecieron con la misma rapidez que su existencia. El cementerio es para muchos lo más interesante de Montelepre todavía hoy. Allí sigue el panteón dedicado a Giuliano, el más grande y suntuoso que el pueblo había visto hasta entonces. Lo fue por poco tiempo. Cuando Aspanu murió, los suyos, la familia Pisciotta, hicieron erigir justo enfrente uno mayor.

Este artículo se publicó en el número 473 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.