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Emma Goldman, la enemiga número 1 del FBI

Feminismo y anarquía

La revolucionaria Emma Goldman fue la piedra en el zapato de J. Edgar Hoover durante décadas.

La activista junto a Alexander Berkman en el año 1917.

Wikimedia Commons

Cuando Emma Goldman murió hace casi ochenta años aún arrastraba la fama de ser “la mujer más peligrosa de América”. J. Edgar Hoover la había acusado de ello antes incluso de dirigir el FBI, cargo que ostentó desde 1924. Otros la habían tildado de “ignorante”, “vulgar” o “gritona” y culpado de “llevar una bomba en una mano y una botella de vitriolo en la otra”.

En su defensa, William M. Reedy, editor del periódico St Louis Mirror, había escrito que esta luchadora “simplemente estuvo ocho mil años adelantada a su época”. Goldman fue, ciertamente, una de las anarquistas y feministas más revolucionarias del siglo pasado.

Nacida en el seno de una familia judía en Lituania, en la antigua Rusia, a los 16 años marchó a EE.UU. huyendo de la miseria de su país y de la tiranía de un padre violento. Allí se puso a trabajar en una fábrica textil, donde pronto se percató de que América no era tierra de oportunidades para un inmigrante judío.

Al cabo de un año ocurrió algo que despertó su vena revolucionaria. El 1 de mayo de 1886, los obreros de la fábrica McCormick de Chicago se declararon en huelga para exigir una jornada de ocho horas. Al tercer día de protestas, la policía cargó contra ellos y, en medio de los disturbios, estalló una bomba que causó cuatro muertos.

Prisión de Blackwell's Island en 1853, donde Emma Goldman estuvo de 1893 a 1894.

Wikimedia Commons

La administración culpó del atentado a los organizadores de un congreso anarquista celebrado en Pittsburgh, pese a no haber estado presentes en el lugar de los hechos, y los condenó a muerte. Goldman asegura en sus memorias que el día en que se ejecutó la sentencia sintió que renacía y que debía luchar por un cambio social.

Una pesadilla para América

En aquella época Goldman se casó con un joven inmigrante ruso, del que se divorció a los diez meses. Decidió después trasladarse a Nueva York, cuna de los intelectuales del momento. Allí entró en contacto con algunos líderes anarquistas, como el alemán Johann Most, que por entonces creía firmemente en el terrorismo como método de acción.

Most se convirtió en su mentor y amante hasta que ella empezó a cuestionar sus ideas y conoció al que sería su nuevo compañero, Alexander Berkman. Ambos se convirtieron en cabezas visibles del movimiento anarquista en EE.UU. y en destacados oradores y agitadores. Es decir, en una pesadilla para las autoridades del país.

Las autoridades la detuvieron por defender el derecho de la mujer a disfrutar del sexo y el uso de anticonceptivos

Las cosas se complicaron en 1892. Aquel año Berkman fue detenido acusado de intentar matar a Henry Clay Frick, propietario de una planta de acero y considerado durante un tiempo el hombre más odiado del país por su actitud frente a las exigencias de los trabajadores.

Cuando condenaron a Berkman a 22 años de prisión, Goldman inició una campaña en su defensa, alzándose en una de las radicales más temidas.

Además de líder política, Goldman fue una feminista provocadora. Las autoridades la detuvieron en más de una ocasión por defender en público el derecho de la mujer a disfrutar del sexo, al control de la natalidad y al uso de anticonceptivos. Requisitos, según ella, necesarios para que las mujeres pudieran decidir libremente sobre su propia vida.

Pero sus ideas no solo perturbaron a la puritana sociedad estadounidense de principios del siglo XX. Goldman también sorprendió a sus compañeros anarquistas al apoyar la causa homosexual.

El chasco soviético

Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, fundó con Berkman –ya liberado– y otros intelectuales y activistas políticos la Liga Antialistamiento, desde donde combatió la participación americana en el conflicto. Ello la llevó a prisión dos años y, finalmente, a ser juzgada en una audiencia presidida por J. Edgar Hoover, que en 1919 ordenó deportarla a Rusia.

Goldman en un tranvía en 1917.

Terceros

Goldman había depositado grandes esperanzas en el proceso revolucionario que había acontecido en su país natal. Sin embargo, lo que descubrió fue que el bolchevismo se había convertido en sinónimo de represión, persecuciones y falta de libertad.

Su inmensa decepción quedaría plasmada en el libro Mi desilusión con Rusia , donde disecciona con dureza y sin escatimar ni una crítica el régimen que había reemplazado al sistema zarista. Justamente los últimos dos decenios de su vida los dedicó a alertar sobre las barbaries en la URSS.

Murió en 1940 durante su exilio en Canadá, convertida ya en todo un símbolo mundial de la lucha anarquista.

Este artículo se publicó en el número 508 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.