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10 momentos clave para la Revolución Rusa

A través de diez momentos clave en el proceso, intentamos salvar la enorme complejidad del fenómeno revolucionario ruso para interpretar sus fundamentos

Tropas bolcheviques marchando por la plaza Roja en 1917.

Momentos claves Revolución Rusa Soldados 1917

El zarismo hacía tiempo que se tambaleaba. Una y otra vez, Nicolás II había recurrido al Ejército para acallar las protestas de su pueblo. El 9 de enero de 1905, las tropas imperiales disolvieron a tiros una concentración pacífica ante el palacio de Invierno. Los manifestantes tenían la esperanza de que el zar los escuchara. Pero Nicolás ni siquiera estaba en la ciudad.

Sus soldados mataron a unos doscientos manifestantes e hirieron a otros ochocientos. Ese «Domingo sangriento», la imagen del zar como protector del pueblo se hizo añicos. Las protestas se sucedieron por todo el país, mientras el ejército imperial sufría una derrota humillante ante Japón.

A regañadientes, Nicolás II aceptó la creación de un parlamento, la Duma. Sería el mayor éxito de la revolución burguesa de 1905. Pero el zar desaprovechó la oportunidad de democratizar su imperio.

Ilustración del Domingo Sangriento de 1905.

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El país se industrializaba a gran velocidad, pero el 80% de la población malvivía en el campo. Con excepción del británico, ningún imperio europeo sobrevivió a la I Guerra Mundial , pero el ruso sería el primero en caer.

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Estos diez momentos fueron clave para que la revolución triunfara en la Rusia de los zares.

1. El desastre militar

En agosto de 1914, en Prusia Oriental, Paul von Hindenburg y Erich Ludendorff detuvieron una invasión rusa que parecía imparable.

Los generales rusos no podían explicar su fracaso. Un día antes de que la batalla terminara, Alexandr Samsonov se suicidó de un disparo en la cabeza. Los alemanes bautizaron su victoria como la batalla de Tannenberg, para olvidar una derrota medieval ante el eterno enemigo eslavo.

Poco después, Hindenburg venció a Paul von Rennenkampf, el general del Primer Ejército ruso. Rennenkampf no se suicidó. Su derrota no fue tan abrumadora. En su avance frustrado hacia Berlín, los rusos habían perdido más de trescientos mil soldados y oficiales. Su sacrificio salvó París, pero su derrota prolongó la guerra cuatro años más.

Lo primero que perdió el zar fue su ejército: en 1914 los rusos perdieron 1,8 millones de hombres.

Lo primero que perdió el zar fue su ejército. Solo en 1914 los rusos perdieron 1,8 millones de hombres. En 1915, los alemanes iniciaron una ofensiva imparable: conquistaron Polonia, Lituania y gran parte de Letonia. Pero el avance alemán no logró que Rusia saliera de la guerra. En verano, Nicolás II asumió el mando directo de las tropas y cerró la Duma.

En junio de 1916, el general Brusílov emprendió una ofensiva que puso a los austrohúngaros al borde del colapso. Pero cuando su ataque se agotó, el brillante general había perdido 400.000 hombres y, sobre todo, su fe en el zar: «Rusia no podía ganar la guerra con su presente sistema de gobierno».

El general Brusílov.

TERCEROS

2. El monje y la alemana

Cuando Nicolás partió al frente, dejó a su esposa, Alejandra Fiódorovna Románova, a cargo del gobierno. Fue un error. De septiembre de 1915 a febrero de 1917 se sucedieron cuatro primeros ministros, cinco del Interior, tres de la Guerra... La zarina los cambiaba de forma caprichosa. Alejandra tenía 43 años, cuatro hijas y un frágil hijo, Alekséi, el zarévich. La hemofilia del niño había llevado a la zarina a acoger en la corte, tres años antes, a un monje siberiano de siniestra apariencia, Rasputín.

Alejandra era llamada despectivamente la alemana (nació como la princesa Dagmar de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg), pero se había criado a la inglesa. Cuando contaba seis años, su abuela, la reina Victoria, se hizo cargo de su educación. Sin embargo, no logró prepararla para reinar.

El monje Grigori Rasputín.

TERCEROS

El pueblo ruso creía que el desastre en el frente se debía a que la alemana desvelaba los movimientos de las tropas rusas al káiser y que se entregaba a Grigori Rasputín en orgías. Rasputín tenía tanto poder sobre la emperatriz que hasta proponía quién debía ser ministro.

El príncipe Yusúpov invitó a Rasputín a una fiesta en su palacio y allí le envenenaron, le dispararon y arrojaron su cuerpo al río Nevá.

En diciembre de 1916, el príncipe Yusúpov, el heredero de la mayor fortuna de Rusia, le invitó a pasar una velada en su palacio. Quería matar al monje. Durante la fiesta, Rasputín tomó varias copas de un Madeira envenenado, pero el cianuro no surtió efecto. Al final, Oswald Rayner –amigo de Yusúpov, espía británico– disparó a Rasputín y tiraron su cuerpo al río Nevá, donde, como demostró la autopsia, falleció ahogado.

Rasputín fue asesinado en una ciudad que vivía su tercer invierno de guerra. En 1916, la situación en la retaguardia era desastrosa. El frente lo devoraba todo. Una ola de frío polar paralizó un sistema ferroviario al borde del colapso. Ni siquiera la capital recibía los suministros que precisaba, más y más caros.

Desde el verano de 1914, el gobierno ruso no dejaba de imprimir billetes para pagar los gastos de la guerra. La medida disparó los precios de los productos básicos, cada día más escasos. En febrero de 1917, la capital estaba al límite. «Una chispa –pronosticaba un agente de la Ojrana, la policía secreta zarista– será suficiente para que una conflagración estalle».

Retrato del príncipe Yusúpov.

TERCEROS

3. Abajo la autocracia

«¡Pan! ¡Pan! ¡Pan!», gritaban unas siete mil obreras que recorrían la avenida principal de Petrogrado. Pronto se les unieron más mujeres y hombres para exigir un pan casi imposible de encontrar. Ese jueves 23 de febrero de 1917 los cosacos no intentaron disolver la protesta.

Viendo que los cosacos no intervenían, varios miles de hombres se unieron a la manifestación. Muchos eran obreros de la fundición de acero Putílov, la más grande de Rusia, que había cerrado por falta de combustible. Sus 30.000 trabajadores se habían quedado en la calle. «¡Abajo el zar! ¡Abajo la autocracia!», gritaban camino de la sede de la Duma.

La manifestación terminó sin incidentes, pero la mecha de la revolución acababa de prender. Al día siguiente, la huelga se extendió a las principales fábricas. Decenas de miles de obreros se unieron a las protestas. El 25, la huelga general era total en la capital. Esa misma tarde se produce un hecho insólito: ¡los cosacos cargaron contra la policía a sablazo limpio! El domingo 26 unidades militares ocupaban la ciudad. Pero el gobierno estaba a punto de perderla.

Al abdicar el zar había dos poderes en Rusia: el del Gobierno Provisional, presidido por Lvov, y el comité de representantes de trabajadores y soldados, el Sóviet.

Los soldados de los regimientos Volynsky y Pavlovsky, de la Guardia Imperial, se amotinaron. La sublevación militar convirtió la revuelta en una revolución. «Situación desesperada en la capital», telegrafió el presidente de la Duma al zar, a quien las protestas habían sorprendido fuera de la capital. Indiferente, Nicolás anotó en su diario: «Por la noche jugué al dominó».

Manifestación de soldados en Petrogrado en febrero de 1917.

TERCEROS

El 27, los manifestantes asaltaron el Ministerio del Interior y la sede de la Ojrana. Al acabar el día, la bandera roja ondeaba en el palacio de Invierno. Los Romanov estaban a punto de dejar de reinar en Rusia tras 304 años.

El 2 de marzo, Nicolás abdicó. Primero en su hijo enfermo, Alekséi, y después en su hermano menor, el gran duque Miguel, que rechazó el trono. Derribado el zar, ¿quién gobernaba el Imperio? Frank Lindley, asesor de la embajada británica conocía la respuesta. “Tenemos dos [gobiernos]: el verdadero, presidido por el príncipe Lvov, y un comité de representantes de los trabajadores y de los soldados sin cuyas órdenes ningún hombre hará nada”.

En paralelo al poder del Sóviet, el Gobierno Provisional, dirigido por el príncipe Lvov, emprendió la titánica tarea de organizar las elecciones para una asamblea constituyente. Entre ambos hay un nexo: Aleksandr Kérensky. El líder menchevique asume la cartera de Justicia, sin abandonar el Ispolkom, el órgano ejecutivo del Sóviet. La revolución había empezado sin sus profesionales, pero pronto llegarían a la capital desde los rincones más alejados del mundo.

4. El tren de Lenin

La caída del zar sorprendió a Irakli Tsereteli a 8.000 kilómetros de Petrogrado, en una aldea siberiana cercana a Irkutsk, donde vivía desterrado por sus ideas socialistas. Anatoli Lunacharski estaba en París. Trotski, Bujarin y Aleksandra Kolontái, en Nueva York. Lenin, en Zúrich.

Los alemanes convirtieron a Lenin en un arma. Sabían que no pararía hasta conseguir que Rusia saliera de la guerra. Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin, estaba a punto de cumplir los 47 años. Toda su vida la había dedicado a predicar la revolución. Para Lenin, la caída del zar solo era el primer paso para la dictadura del proletariado.

No admitía acuerdos con la burguesía ni con los socialistas que no piensaban como él. Su intransigencia dividió en 1903 al joven Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) en dos tendencias irreconciliables: la bolchevique –minoritaria, aunque su nombre signifique lo contrario–, que lideraba Lenin, y la menchevique, dirigida por Yuli Mártov, que defiende un partido de masas para conquistar el poder mediante el voto.

También querían llegar así al poder los eseristas, los partidarios del Partido Social-Revolucionario, que pretendían centrar sus esfuerzos en expropiar a los terratenientes para repartir las tierras entre los campesinos. Los líderes socialistas pertenecían a una intelligentsia que llevaba décadas intentando derribar la autocracia zarista.

La expedición de Lenin llegó a la estación de Petrogrado la madrugada del 4 de abril de 1917.

La expedición de Lenin partió de Zúrich el 27 de marzo. Atravesaron el país enemigo en un tren sellado: un vagón con tres compartimentos de segunda clase, cinco de tercera y un lavabo. Al otro lado de una línea de tiza, dos oficiales alemanes vigilaban a los rusos. Tras esa línea fronteriza mandaba Lenin.

Locomotora en la que Lenin viajó hasta Petrogrado. Foto: Wikimedia Commons / James G. Howes.

TERCEROS

El 29, los bolcheviques pasaron la noche en la estación de Berlín. El 30, con un día de retraso, llegaron a Suecia tras atravesar el Báltico en un transbordador. Mientras tanto, los bolcheviques habían decidido apoyar al Gobierno Provisional contra las órdenes de Lenin.

La madrugada del 4 de abril, la expedición llegó a Petrogrado. Desde la estación Lenin se dirigió hasta el cuartel general de los bolcheviques: un palacio incautado a una bailarina examante de Nicolás II. Lenin acababa de terminar un viaje de 3.200 kilómetros, pero no pensaba en descansar. Tenía muy claro que los bolcheviques debían tomar el poder y no pararía hasta conseguirlo.

5. La fragilidad de la República

El jueves 23 de marzo, los habitantes de Petrogrado se reunieron para homenajear a los héroes muertos en la revolución. Obreros, soldados y burgueses demostraron que aún estaban unidos. La Rusia que celebraba a sus héroes revolucionarios había pasado en unas semanas de ser la autocracia más represora de Europa a convertirse, en palabras de Orlando Figes, en «el país más libre del mundo».

El Gobierno Provisional que presidía el príncipe Lvov decretó una amnistía y aprobó leyes que garantizaban la libertad de reunión, de prensa, de expresión... Pero la unidad demostrada en el funeral se rompió pronto. Campesinos y obreros no deseaban una reforma, sino una revolución social. Y eran sus asambleas las que tenían el poder.

Solo había una cosa en la que el Gobierno Provisional estaba de acuerdo con el zar: la guerra contra Alemania. Cada día cientos, miles de soldados dejaban el frente.

Lenin intentó aprovechar el descontento de los soldados para intentar tomar el poder, pero, tras unos días, Kerensky aplastó el golpe.

El príncipe Lvov, agotado, dimitió el 7 de julio. Le sustituyó Aleksandr Kérensky. «Es el único hombre al que podríamos recurrir para mantener a Rusia en la guerra», opinaba sir George William Buchanan, el embajador británico.

Aleksandr Kérensky.

TERCEROS

Gran Bretaña y Francia llevan meses presionando al Gobierno Provisional para que atacara a los alemanes, pero la ofensiva de Brusílov resultó ser un fiasco. En Petrogrado, Lenin aprovechó el desencanto de los soldados para intentar tomar el poder, pero, tras unos días de incertidumbre, Kérensky aplastó el golpe. El líder bolchevique tuvo que escapar en un tren a Finlandia disfrazado de fogonero.

Decepcionado por el fracaso de la ofensiva, Kérensky nombró al general Lavr Kornílov sucesor de Brusílov. A finales de agosto, Kérensky intentó usar un golpe frustrado de Kornílov para consolidarse en el poder. El resultado sería el contrario: no iba a resistir un tercer ataque.

6. El golpe bolchevique

La noche del 10 de octubre de 1917, en la casa de una maestra –Galina Flakserman, veterana bolchevique–, se reunieron 12 de los 21 miembros del Comité Central bolchevique. Diez de ellos votaron a favor de la insurrección armada. Solo Lev Kámenev y Grigori Zinóviev se opusieron.

El 18, una semana antes del golpe, Kámenev advirtió a Kérensky del golpe a través de unas líneas en el periódico de Gorki. Pero el presidente ignoró el peligro. Es más, Kérensky subestimó tanto a los bolcheviques que decidió transferir el núcleo de la guarnición de Petrogrado al frente.

Los soldados, que no tenían ningún deseo de combatir, se pusieron bajo la autoridad del Comité Revolucionario Militar (CMR). Liderado por Trotski, el CMR tenía la misión oficial de impedir una contrarrevolución. En realidad, sería el instrumento que los bolcheviques emplearán para su golpe.

Guardia Roja en Petrogrado en octubre de 1917.

TERCEROS

La noche del 24 de octubre, unidades bolcheviques tomaron los centros estratégicos de la ciudad. A la mañana siguiente, Kérensky estaba aislado en el palacio de Invierno. Huyó de la ciudad precipitadamente en un vehículo requisado a la embajada estadounidense. En el palacio se quedaron sus ministros, protegidos por una heterogénea e improvisada guarnición. Sin apenas munición y víveres, la mayoría desertó antes de que llegara la noche. La verdad es que los bolcheviques tardaron casi todo el día en tomar el palacio. Los combates se limitaron a sus alrededores.

Los hombres de Lenin tardaron diez días en tomar la ciudad de Moscú.

No había salido como Lenin quería, pero la toma del palacio de Invierno concluyó antes de que el Comité de Sóviets finalizara. Solo 300 de los 670 delegados eran bolcheviques. Eseristas y mencheviques eran mayoría, pero, con ingenuidad, abandonaron el congreso para protestar por el golpe. Era un suicidio político.

En Moscú, la resistencia fue mucho más fuerte. Los hombres de Lenin tardaron diez días en tomarla. Con Moscú bajo su control, Lenin podía afirmar que Rusia estaba bajo la autoridad del Consejo de Comisarios del Pueblo.

Le encantaba el nombre que había elegido Trotski para sus ministros. «¡Huele a revolución!». En realidad, olía a dictadura. Lenin ilegalizó el Partido Kadete (una formación de ideología liberal) y encarceló a sus líderes. Cuando, en noviembre, las elecciones a la Asamblea Constituyente dieron la victoria a los socialrevolucionarios, Lenin no renunció al poder. Clausuró la Asamblea el mismo día de su apertura. La breve etapa de libertad de Rusia había terminado. La guerra civil estaba a punto de empezar.

Lev Trotski. Foto: Wikimedia Commons / Bundesarchiv, Bild 183-R15068 / CC-BY-SA 3.0.

TERCEROS

7. Ni guerra ni paz

Lenin ordenó a Trotski que estirara al máximo las negociaciones con los alemanes. “No hay duda de que será una paz vergonzosa –anuncia al Comité Central bolchevique el 11 de enero de 1918–, pero si nos embarcamos en una guerra nuestro gobierno será barrido”.

Maestro de la retórica, Trotski llevó su lema «Ni guerra ni paz» al máximo.

El 9 de febrero, Alemania firmó la paz con Ucrania y exigió a Rusia su rendición. Ese día Trotski se sacó de la chistera su último truco: admitía la derrota, ¡pero se negaba a firmar la paz!

Las tropas alemanas iniciaron el 18 de febrero el avance imparable previsto por Lenin. Cinco días más tarde, este lograba que la ejecutiva del Sóviet aceptara las durísimas condiciones alemanas. El tratado se aprobó el 3 de marzo en la ciudad bielorrusa de Brest-Litovsk. Trotski dimitió para no tener que estampar su firma en él.

Rusia perdía Polonia, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y, sobre todo, Ucrania. En estas tierras estaba el 34% de su población, el 54% de sus fábricas, el 89% de sus minas de carbón...

El Tratado de Brest-Litovsk supuso que Rusia perdía Polonia, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y, sobre todo, Ucrania.

Esa paz humillante permitió a Lenin centrarse en los enemigos interiores. En esa lucha contra burgueses, aristócratas, kulaks (campesinos enriquecidos) y, finalmente, socialistas eseristas y mencheviques, la Cheka fue un instrumento esencial.

Firma de la Paz de Brest-Litovsk. Foto: Wikimedia Commons / Bundesarchiv, Bild 183-R92623 / CC-BY-SA 3.0.

TERCEROS

La Comisión Extraordinaria Panrusa para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje (Cheka) se creó el 7 de diciembre de 1917. Era la organización de la que nacerá el KGB. Lenin situó al frente a Félix Dzerzhinsky. En abril era un pequeño ejército, el embrión de una fuerza que llegó a los 250.000 hombres en 1920.

Lenin usó el terror para eliminar a sus enemigos. La revolución había desatado un odio de clases largamente latente. Había que eliminar a “los de antes”, incluida la familia real.

8. El fin de los Romanov

Nicolás II se sintió liberado cuando perdió el poder. Tras su abdicación, el Gobierno Provisional recluyó a la familia imperial en Tsárskoye Seló. El último zar dedicaba sus días a cortar leña, remar, a jugar al tenis, al dominó...

El Gobierno Provisional tanteó exiliar a la familia a Reino Unido, pero Jorge V –primo del zar de asombroso parecido– retiró su oferta por temor a la reacción de los laboristas británicos. A mediados de agosto, Kérensky ordenó el traslado de los Romanov a Tobolsk, en Siberia.

Trotski quería juzgar en Moscú al zar por sus crímenes contra el pueblo, como hicieron los revolucionarios franceses con Luis XVI. No hubo proceso público. En abril de 1918, el Sóviet de los Urales trasladó a la familia a Ekaterimburgo, adonde los Romanov llegaron el día 30.

La historiografía soviética atribuyó al Sóviet de los Urales la orden de la ejecución. Trotski escribió en su diario que fue decisión de Lenin.

Se alojaron en una desvencijada mansión requisada a un hombre de negocios local, Nikolái Ipatiev. Para las autoridades bolcheviques era “la Casa del Propósito Especial”. Mientras tanto, las tropas antibolcheviques de la Legión Checa estaban a pocos kilómetros.

La familia imperial rusa.

TERCEROS

La noche del 16 al 17 de julio, Yakov Yurovsky, jefe de la Cheka local, ordenó al médico que reuniera a la familia imperial para su traslado. Era una farsa. Yurovsky había preparado la ejecución de los Romanov en el sótano de la casa. Trece tiradores, incluido él, armados con revólveres. La historiografía soviética atribuyó al Sóviet de los Urales la orden de la ejecución. Trotski escribió en su diario que fue decisión de Lenin.

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9. De la utopía al terror

Fanny Kaplan, una joven eserista, intentó matar a Lenin. La tarde del 30 de agosto de 1918, Kaplan burló a los guardaespaldas del líder bolchevique y disparó tres veces contra él. Su primer disparo falló. El segundo alcanzó a Lenin en el cuello. El tercero le atravesó el pulmón izquierdo. Pese a la gravedad de sus heridas, Lenin se recuperó rápidamente.

Fanny Kaplan fue ejecutada sin juicio. El 4 y el 5 de septiembre, dos decretos de los comisarios de Interior y Justicia iniciaron el llamado Terror Rojo. Miles de eseristas fueron detenidos, pero también burgueses y oficiales.

Quienes escapaban al Terror Rojo se exponían también al Terror Blanco. La contrarrevolución estaba liderada por los generales Mijaíl Alexéev y Lavr Kornílov. Las potencias occidentales armaban y vestían a sus hombres y enviaban miles de soldados para proteger sus retaguardias.

El almirante Kolchak pasa revista a las tropas en 1919.

TERCEROS

En el verano de 1919, las tropas del general Denikin amenazaban Moscú, mientras las del general Yudénich y el almirante Kolchak avanzaban hacia Petrogrado. Pero el Ejército Rojo, creado por Trotski, las venció en todos los frentes. Profundamente antisemitas y conservadores, los blancos fueron incapaces de ganarse el apoyo de unos campesinos que también rechazaban a los bolcheviques. A mediados de noviembre de 1920, una flota heterogénea partía de Sebastopol rumbo a Constantinopla con casi 150.000 soldados, mujeres y niños. La revolución había vencido a los contrarrevolucionarios.

10. La última rebelión

Para alimentar a las ciudades, Lenin ordenó requisar a los campesinos sus víveres y provocó una revuelta que llegó hasta el corazón de la revolución, la base naval de Kronstadt. Hartos de los abusos que sufrían sus familias campesinas y obreras, los marineros reclamaban «raciones iguales para todo el pueblo trabajador» y «libertad para los campesinos para cultivar la tierra». El 1 de marzo de 1921 se reunieron para elegir un nuevo Sóviet. Habían vuelto a febrero de 1917.

Los bolcheviques vencieron a todos sus enemigos, pero a un coste terrible: millones de muertos y centenares de miles de exiliados.

La represión bolchevique no tendría piedad con ellos. Trotski ordenó el arresto de sus familias. El asalto de la base comenzó el 7 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora (en febrero de 1918, Rusia había pasado del calendario juliano al gregoriano). Diez días después, tras varios asaltos frustrados, la fortaleza cayó.

Soldados del Ejército Rojo asaltan la isla de Kronstadt.

TERCEROS

Los bolcheviques habían vencido a todos sus enemigos, pero el coste había sido terrible. Diez millones de personas murieron entre 1917 y 1922 víctimas de la revolución, la guerra civil, el hambre, las enfermedades, la represión... Cientos de miles se habían exiliado.

En mayo de 1922, Lenin sufrió un infarto que le dejó sin habla, y en diciembre otro ataque paralizó la mitad de su cuerpo. La nueva URSS iba a nacer ese mismo mes.

Frente a los vencidos están los primeros ejemplares del “Homo sovieticus”. Los niños nacidos tras la revolución crecerían en una sociedad sin clases, adorarían a Lenin y temerían a Stalin. En 1937, mientras la utopía socialista seducía a cientos de intelectuales occidentales, Stalin ordenaba el arresto de casi dos millones de personas. Un millón trescientas mil acabaron en campos de concentración. Setecientas mil fueron ejecutadas, entre ellas, los antiguos compañeros de revolución.

¿Quieres saber más acerca de la Revolución Rusa? Consulta el dossier del número 595 de la revista Historia y Vida.

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