Trump y otras controversias de los Premios Nobel
Polémica con antecedentes
Cada 10 de diciembre, aniversario de la muerte de Alfred Nobel, se entregan los Nobel, y al presidente estadounidense le encantaría recibir uno
Donald Trump, propuesto de nuevo para el Nobel de la Paz
No hay premio internacional que se precie que no genere una buena polémica. Y ninguno ilustra mejor esta máxima que los Nobel, los más célebres del mundo. El interés que despiertan trasciende el ámbito académico y se instala, con bombo y platillo, en el mediático.
Para la opinión pública, la nacionalidad de los ganadores suele ser más importante que sus méritos, un efecto “marca de país” especialmente sentido, por su popularidad y lustre cultural, en el Nobel de Literatura. Y este, junto con los de evidente carga política, el de la Paz y el de Economía, constituye, sin duda, una fuente de debate periodístico de primer orden.
Más allá del desconcierto que puedan causar por la sobrevaloración de algunos nombres o la omisión de otros de mayor valía, los Nobel han dejado a lo largo de sus más de cien años de historia un reguero de controversias memorables. Si en las científicas predomina la autoría de los inventos o descubrimientos, cuestionada o no exclusiva de los galardonados, las acusaciones de eurocentrismo y sesgo izquierdista han sido la tónica en las literarias. Pero la palma se la lleva el de la Paz, el más discutido por no pocas contradicciones clamorosas y las sospechas de posicionamiento político.
Pax americana
En cualquier caso, los Nobel son un termómetro que refleja fielmente el abrumador protagonismo de Estados Unidos en el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Los norteamericanos encabezan de lejos todas las categorías salvo la literaria, que lidera Francia.
La guinda política de este reconocimiento la ponen sus veinte Nobel de la Paz, entre ellos, nada menos que cuatro presidentes, dos vicepresidentes y tres secretarios de Estado. Donald Trump sería el quinto mandatario al frente de la Casa Blanca en conseguirlo, si prospera su segunda nominación, a raíz del acuerdo de paz entre Israel y Emiratos Árabes Unidos (la primera buscaba el reconocimiento a sus negociaciones con Corea del Norte).
El Nobel a Henry Kissinger fue el más controvertido
Lo cierto es que el camino de la hegemonía mundial estadounidense está trufado de actitudes y maniobras no ya censurables, sino contrarias a la naturaleza pacífica del premio. Theodore Roosevelt lo ganó en 1906 por su mediación en el fin de la guerra ruso-japonesa, pero, como se apresuraron a señalar los críticos, el presidente se jactó de su intención de que su país alcanzara el estatus de gran potencia mediante la fuerza militar, que usó en el Caribe el mismo año en que fue distinguido. La respuesta del Comité Nobel del Parlamento noruego fue que en la valoración de los elegibles primaba su labor decisiva en un acontecimiento concreto.
Más controvertido fue el de 1973, concedido al secretario de Estado Henry Kissinger y al representante norvietnamita Le Duc Tho por los Acuerdos de París, que establecían un alto el fuego en la guerra de Vietnam y la retirada de las tropas estadounidenses.
Los otorgados a Carter, Gore y Obama levantaron ampollas por su presunto respaldo a los postulados demócratas
Además de que las hostilidades no habían cesado, lo que dejó en evidencia el “empeño” alegado por el Comité, la trayectoria de Kissinger era, de tan oscura, negra: campaña de bombardeos en Camboya e implicación en la Operación Cóndor de las dictaduras del Cono Sur. Dos miembros del Comité dimitieron y Tho rechazó el premio.
Más recientemente, los otorgados a Jimmy Carter (2002), Al Gore (2007) y Barack Obama (2009) han levantado ampollas por su presunto respaldo a los postulados demócratas. Obama, por ejemplo, juró su cargo apenas doce días después de que concluyera el plazo de presentación de nominaciones para el diploma. Por tanto, era imposible, según los detractores, que lo mereciera “por sus esfuerzos extraordinarios para reforzar la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos”. Ante estas críticas, algunos miembros del Comité respondieron que su decisión se basaba en el deseo declarado de Obama de revertir la agresiva política internacional de su predecesor, George W. Bush.
La ira de Hitler
Otra de las grandes polémicas del Nobel de la Paz la hizo suya la bestia negra del siglo XX, Hitler. Y, en este caso, la intencionalidad política del galardón era manifiesta. En 1935, en pleno apogeo nazi, recayó en el periodista alemán Carl von Ossietzky, pacifista y destacado opositor del régimen hitleriano, por una serie de artículos en los que denunciaba la continua violación alemana del Tratado de Versalles.
El veto de Hitler a que los alemanes aceptaran cualquier Nobel afectó hasta a tres candidatos
Aunque el nazismo no era santo de devoción en el resto de Europa, la política de apaciguamiento empezaba a tomar forma, y muchas voces consideraron un error ofender así a Alemania. Como si les hubiera escuchado, la indignación de Hitler fue mayúscula.
Impidió a Ossietzky, enfermo de tuberculosis tras pasar tres años en campos de concentración y vigilado por la Gestapo, acudir a la ceremonia de entrega en Oslo en 1936. Y un año después promulgó un decreto que prohibía a los alemanes aceptar cualquier Nobel.
El veto, con amenazas incluidas, afectó a Richard Kuhn (Química, 1938), Gerhard Domagk (Medicina, 1939) y Adolf Butenandt (Química, 1939), que no recibieron la medalla hasta después de la Segunda Guerra Mundial.
Escritores antisistema
Lo mismo le ocurrió, pero bajo el yugo del totalitarismo opuesto, el soviético, a Boris Pasternak. Aunque en un principio aceptó el Nobel de Literatura de 1958, tuvo que declinarlo por la presión de Moscú, que lo tildó de “recompensa al mensaje disidente” de la novela Doctor Zhivago.
La distinción a Pasternak, junto a las de Camilo José Cela (1989) o Mario Vargas Llosa (2010), por citar algunos ejemplos, vendría a desmentir el manido sesgo izquierdista del que se ha acusado a la Academia Sueca. Aunque también es cierto, como observó el diario El País en 2010, que “parece premiar, además de a un escritor, la causa que considera que defiende o representa”, así como valorar “las luchas de las minorías y la valentía de quienes se enfrentan al poder”. Por esa razón, a Jorge Luis Borges, simpatizante de la dictadura de Videla, se le habría negado el Nobel.
La opinión de que la Academia es marcadamente eurocentrista está muy extendida. Y no solo entre los críticos norteamericanos, tal vez perplejos porque su país aún no ocupe el primer puesto del ranking, sino incluso dentro de la propia institución. En 2008, su secretario permanente, Horace Engdhal, salió al paso de los continuos ataques con dos sentencias que le costaron el puesto: “Europa sigue siendo el centro del mundo literario” y “Estados Unidos es demasiado insular. Apenas traducen y tampoco participan realmente en el gran diálogo de la literatura”. Su sustituto, Peter Englund, calmó las aguas reconociendo ese sesgo, aunque lo justificó: “Nos es más fácil identificarnos con la tradición europea”.
Anulación mutua
El Nobel de Economía tampoco ha escapado de las disputas ideológicas, pero, de nuevo, nunca parece llover al gusto de todos. Así, mientras que el del Milton Friedman en 1976 fue muy contestado por la izquierda por su asociación con la dictadura de Pinochet, el de 2008 a su antagonista, Paul Krugman, suscitó críticas desde la derecha por su izquierdismo y notoria antipatía por los republicanos y, en concreto, Bush.
Claro que, entre las historias de archienemigos, la de Thomas A. Edison y Nikola Tesla es sin duda la más divertida, o dramática, según se mire. Edison es el inventor más prolífico de la historia (bombilla y fonógrafo, entre otros) y Tesla, el científico que más ha contribuido al desarrollo de la electricidad, pero ninguno llegó a ganar el Nobel.
La animosidad que se profesaban tendría mucho que ver en ello. Ambos minimizaron públicamente los logros del otro y rechazaron compartir el Nobel o aceptarlo si uno de ellos lo recibía antes. Tesla se llevó la peor parte. El Nobel de Física por la invención de la radio fue a parar a Guglielmo Marconi en 1909, pese a que aquel tenía la patente. Terminó declarándose en quiebra.
Este artículo se publicó originalmente en el número 537 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.