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Alfonso XII de Borbón y su duro reinado en España

Monarquías

La tarea que se abría ante el nuevo régimen de la Restauración era ardua: construir un sistema político estable. Cánovas impulsó un gobierno basado en el turnismo, pero este sistema nacía con insuficiencias

Rey Alfonso XII de España.

Alfons XII reinado

Madrid se echó a la calle el 14 de enero de 1875. Tras unos años de turbulencias políticas y cambios de régimen, la dinastía borbónica había sido restaurada en la figura de Alfonso XII. El pueblo en masa, siempre tornadizo, lo celebraba con entusiasmo. Nadie parecía recordar los improperios lanzados seis años antes contra su madre, Isabel II, cuando a raíz de otro golpe militar y en pleno declive de su reinado, fue despojada de su soberanía y obligada a tomar el camino del exilio.

Al llegar a palacio, aquel caserón inmenso donde había transcurrido su primera infancia, se hizo más patente que nunca la ausencia de los seres queridos. El rey Alfonso comprendió entonces aquello que Cánovas le había inculcado: la restauración de la legitimidad dinástica no suponía un salto atrás. La naciente monarquía tenía que asentarse sobre nuevas bases y esta empresa era inviable con el retorno de Isabel II, símbolo de una España que ya era historia.

La reina Isabel II.

Dominio público

Para no caer en errores pasados era preciso construir un sistema sólido que garantizase la estabilidad y pusiera fin a la era de los pronunciamientos. Según Cánovas, el arquitecto de aquel proyecto, debían ser monarquía y Cortes los pilares de este nuevo sistema. 

Como afirma el historiador Manuel Espadas Burgos, “la Restauración se apoyó en sus primeras horas en las consecuencias inmediatas del último gran pronunciamiento del siglo XIX, y sus días vieron el fin con otro manifiesto militar, el de Primo de Rivera en 1923”. Sin embargo, el modelo canovista lograría, al menos durante el reinado de Alfonso XII, frenar esa tradicional tendencia.

Cánovas aportó al liberalismo decimonónico español un texto constitucional y la alternancia de partidos en el poder

El pensamiento del político malagueño bebía de la gran tradición del conservadurismo europeo, desde Edmund Burke a los doctrinarios franceses. Dicha tradición era favorable a las soluciones de compromiso. Antonio Cánovas, que quería conservar los intereses tradicionales, comprendía que en política no era posible el “borrón y cuenta nueva”.

Su aportación al liberalismo decimonónico español consistiría en dos cuestiones estrechamente relacionadas: la existencia de un texto constitucional en el que estuvieran de acuerdo todos los partidos que aceptaran la monarquía y la alternancia de dichos partidos en el poder. El primer ministerio de la Restauración, presidido por él, quedó constituido formalmente el 9 de enero de 1875.

El rey soldado

Apenas producida su triunfal entrada en Madrid, el joven monarca, haciendo honor a su condición de rey soldado, y de acuerdo con las consignas canovistas, se dirigió al frente del norte. Aquel golpe de efecto sirvió para constatar que uno de los objetivos prioritarios del nuevo régimen era poner fin a la rebelión carlista y conseguir la pacificación militar. La experiencia del sexenio demostraba que la pervivencia de un conflicto armado impedía configurar una estructura política firme.

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El bautismo de fuego de Alfonso XII contó con un riesgo evidente. El rey estuvo a punto de caer en poder de las tropas enemigas en tierras navarras. La victoria en Lácar fue, sin embargo, el último respiro para los partidarios de don Carlos. A partir de entonces, las fuerzas carlistas empezaron a experimentar una lenta e irreversible desintegración.

Después de la batalla de Lácar, las fuerzas carlistas empezaron a experimentar una lenta e irreversible desintegración.

No todo fue positivo en los primeros meses de reinado del monarca. Las duras semanas vividas en el frente, expuesto a bajas temperaturas y a los rigores de la campaña, reactivaron una antigua dolencia pulmonar. Poco después de la acción de Lácar tuvo un vómito de sangre. Cánovas ordenó que se silenciara el hecho: el rey soldado había regresado a Madrid como un héroe popular. Pero lo cierto es que aquella hemoptisis sería el primer aviso de una serie de recaídas que, en el curso de pocos años, mermarían sensiblemente su salud.

Bipartidismo y Constitución

El tiempo que transcurrió entre el pronunciamiento de Sagunto y la entrada en vigor de la Constitución de 1876 fue un período decisivo en la conformación del nuevo régimen. En este intervalo, Cánovas intentó captar adhesiones entre los estamentos con más peso en la sociedad española. La nobleza, la burguesía, el Ejército y la Iglesia se sintieron pronto comprometidos con el nuevo rey, gracias a oportunas concesiones y estratégicos nombramientos.

Antonio Cánovas del Castillo.

Dominio público

La aspiración canovista era instaurar un sistema similar al inglés, con dos partidos de programa muy parecido, que se sucedieran ordenadamente en el poder y garantizaran la paz social y el progreso económico. Poco a poco se fue perfilando el bloque liberal-conservador, cuyas filas aglutinaron políticos de diversa procedencia. La cohesión entre las diferentes tendencias la daría el propio Cánovas, asumiendo la jefatura de esta fuerza.

Configurado el bloque conservador, era necesario fomentar la creación de otro partido que, sin discrepancias sobre el fondo de la legitimidad política y social establecida, pudiese desempeñar la función de oposición y ser pieza apta para reemplazar a los conservadores en un juego de alternancia en el poder. Fiel a su pragmatismo, Cánovas atrae a personalidades afiliadas en diferentes facciones y, con notable habilidad, logra convencer a Práxedes Mateo Sagasta –estandarte del Partido Fusionista, de carácter progresista– para que se convierta en jefe de la oposición. El líder conservador pretendía, a través del bipartidismo, materializar en todos sus objetivos la obra restauradora.

La Constitución de 1876, un "cheque en blanco" para los partidos en el poder, fue la más duradera de la historia española

Llegados a este punto, urgía dotar al régimen de un texto constitucional acorde a las exigencias del momento histórico. Tras meses de intensos debates, en 1876 se aprobó la nueva constitución. Se trataba, en cierto modo, de un texto ecléctico, síntesis de las anteriores constituciones moderada y democrática de 1845 y 1869, respectivamente. Al igual que estas, descansaba en un modelo unitario y centralista del estado –que sería llevado todavía más lejos con la abolición de los fueros vascos– y en la división de poderes, elemento esencial de una monarquía constitucional. 

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Aquel código, como de él se ha dicho, no era más que un “cheque en blanco”, susceptible de ser rellenado por los partidos que sucesivamente ocupasen el poder. Seguramente, esta característica hizo de la Constitución de 1876 la más duradera de la historia española.

La pacificación del país

Legitimado el cambio político, los esfuerzos se concentraron en la pacificación del país. La restauración dinástica había sido muy bien acogida por la burguesía y contaba con notables apoyos entre la aristocracia y el clero. Reforzado el estado desde sus mismos cimientos, ya poco podían hacer las minorías carlistas, enquistadas en el norte de la península y Levante y con escaso respaldo internacional. La desmoralización empezó a apoderarse de gran parte de los partidarios de don Carlos, y el propio general Cabrera, símbolo del carlismo, reconoció a Alfonso XII como rey de España.

El general Martínez Campos firmaba en Cuba la Paz de Zanjón, que ponía fin a la denominada Guerra Grande y que concluía sin vencedores

El joven monarca volvió de nuevo al frente del norte en la campaña que resultaría decisiva. Tras una serie de victorias por parte de sus tropas, en febrero de 1876 celebraba en San Sebastián el triunfo de las fuerzas liberales en la contienda. Mientras tanto el pretendiente carlista abandonaba el territorio español, después de pasar revista a diez mil fieles seguidores. La promesa hecha en aquel momento, “¡Volveré para salvar a España!”, jamás pudo ser cumplida. La larga y cruenta guerra civil, determinante en las cuatro últimas décadas, había terminado. Alfonso XII empezaba a labrar su leyenda de “rey pacificador”.

El general Martínez Campos en Barcelona en 1875.

Getty

Dos años más tarde, el general Martínez Campos, protagonista del pronunciamiento de Sagunto y con un papel relevante en el último episodio del conflicto carlista, firmaba en Cuba la Paz de Zanjón. Este tratado ponía fin a la denominada Guerra Grande, iniciada en 1868, y que concluía sin vencedores. En virtud de esta paz, se concedían a la isla las mismas prerrogativas de que ya gozaba Puerto Rico, se otorgaba a los alzados en armas un indulto general, se daba por emancipados a los esclavos que habían combatido en el bando rebelde y se prometían reformas en la administración.

Desarrollo desigual

La pacificación militar –primero en la metrópoli con el fin del conflicto carlista, y luego en los dominios de ultramar– contribuía a estimular el desarrollo económico. Riqueza y prosperidad, aunque con marcada desigualdad social, dieron brillo a los primeros años de la Restauración. A grandes rasgos, el panorama de la España alfonsina presentaba un notable aumento de la producción agrícola, la industria siderúrgica experimentó un impulso, especialmente en el País Vasco, y el sector algodonero catalán triplicó su producción en el último cuarto de siglo e intensificó su progreso técnico.

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La conquista del mercado textil nacional y antillano, unida a la gran expansión del cultivo vinícola y al despegue financiero, conllevó una oleada de prosperidad y buenos negocios, conocida en Catalunya como Febre d’or. Estos años dorados (1876-86) fueron un tiempo de enriquecimiento burgués, reforzado por la endogamia y la tendencia a la concentración capitalista.

Este país dinámico, si bien con lentitud accedía al tren del progreso, presentaba profundas contradicciones sociales. Las injusticias y los desequilibrios crearon una progresiva toma de conciencia social entre los trabajadores, que vino acompañada de una mayor capacidad organizativa. El movimiento anarquista, clandestino durante los primeros años de la Restauración, salió a la luz tras la ley de Asociaciones del gobierno Sagasta en 1881.

Cánovas y Sagasta en una caricatura de la época

Otras Fuentes

Asimismo, un grupo de tipógrafos, encabezados por Pablo Iglesias, había fundado dos años antes el Partido Socialista. Aspiraban a la abolición de clases y a la emancipación completa de los trabajadores. Para ello abogaban por una serie de medidas sociales. Como en el caso de los anarquistas, la ley de Asociaciones permitió legalizar el nuevo partido, que pasó a llamarse Partido Socialista Obrero Español.

Más allá de la ley, las acciones terroristas empezaron a hacerse notorias a medida que fue transcurriendo la década de los ochenta. El propio monarca se convirtió en víctima de dos atentados en poco más de un año, de los que saldría ileso.

Farsa en los comicios

Alfonso XII había asumido la Constitución y respetaba el modelo político establecido, un modelo que, si bien permitió la restauración dinástica y posibilitó una época de estabilidad, contenía una trampa de fondo. Cánovas, su artífice, lo había diseñado en función de unos intereses concretos y su puesta en práctica evidenció este hecho. 

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El turnismo entre las dos grandes fuerzas constituidas se llevó a cabo con un hábil equilibrio. Esta práctica se ponía en funcionamiento con los resultados garantizados de antemano. Y ello sucedía gracias a la dinámica nacida de la Constitución de 1876, basada en la doble soberanía del rey y de las Cortes, por la que un partido, obtenida la confianza regia para formar gobierno, convocaba unas elecciones. 

Pero los resultados electorales estaban determinados por el peso de una tupida red clientelar en la que ocupaba un importante papel el caciquismo. Lo demás, como afirma Espadas Burgos, “era puro adorno de un régimen que, como la mentalidad que lo sustentaba, se preocupaba mucho de la apariencia y de las buenas formas”.

Los resultados electorales estaban determinados por el peso de una tupida red clientelar en la que ocupaba un importante papel el caciquismo

La farsa electoral propició la estabilidad perseguida por Cánovas, pero vició un sistema que, de modo paulatino, fue generando su propia destrucción. En cualquier caso, el poder real de los dos grupos mayoritarios asfixió cualquier intento de planteamiento político antidinástico. La oposición republicana, que se hizo patente en diversas revueltas, chocaba siempre contra los partidos liderados por Cánovas y Sagasta.

Contra las cuerdas

En el primer gobierno Sagasta de la Restauración, que se desarrolló entre 1881 y 1883, se liberalizaron algunos ámbitos, como la prensa y la enseñanza, además de aprobarse la ya citada ley de Asociación. Sin embargo, una serie de acontecimientos pusieron entre las cuerdas al gabinete hasta provocar su caída. Entre ellos destaca la desarticulación en Andalucía de la Mano Negra, supuesta organización secreta anarquista, que puso en marcha acciones contra la propiedad y los ricos latifundistas. La violenta represión condujo a la detención de más de un millar de jornaleros, siete de los cuales fueron ejecutados.

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Otro incidente, este de orden diplomático, tuvo como protagonista al propio monarca. Su amistoso encuentro con el káiser Guillermo I causó recelo en Francia, que aún se resentía de la derrota en la guerra franco-prusiana. Lo que más irritó a los galos fue que Alfonso XII aceptara el nombramiento de coronel de un regimiento de ulanos, que se hallaba en Alsacia, arrebatada por Alemania a los franceses.

Pronto, sin embargo, otro tipo de inquietudes crearían seria preocupación entre los más allegados al rey. El estado de salud del monarca empezaba a deteriorarse de forma alarmante, y él no parecía dispuesto a frenar sus excesos. Finalmente los especialistas acabaron por diagnosticar un proceso de tuberculosis aguda. Pese a su juventud, Alfonso XII era un hombre desgastado, que iniciaba una decadencia irrefrenable.

Antes de morir, en claro compromiso con la Restauración, recomendó a su esposa preservar el turnismo político

En noviembre de 1885, pocos días antes de su muerte, dejó claro su compromiso con el espíritu de la Restauración al recomendar fervientemente a su esposa, la reina María Cristina, que luchara por preservar el turnismo político, mediante el cual se cerraba paso, por la derecha y por la izquierda respectivamente, a los partidarios del pretendiente carlista y a los republicanos. La voluntad del monarca quedó refrendada con el denominado Pacto de El Pardo. Por este acuerdo, Cánovas y Sagasta se comprometían a alternarse, de forma pacífica, en el uso del poder.

Un mes después, María Cristina de Habsburgo prestaba juramento ante las Cortes como reina regente. Dos infantas enlutadas contemplaban aquella escena aferradas a su madre, y en el seno de la soberana crecía una nueva esperanza para la continuidad dinástica. Su mayor deseo, la llegada al mundo de un varón, se materializaba en mayo de 1886, cuando nació su hijo, Alfonso XIII.

Este artículo se publicó en La Vanguardia el 21 de julio del 2020

Este artículo se publicó en el número 455 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.