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Julio César y sus aventuras amorosas: historia de una manipulación

Las mujeres como herramienta

Tan famoso como por sus campañas militares lo fue por su conducta sexual. Pero detrás de las relaciones del “adúltero calvo”, como lo bautizaron sus hombres, había más que simple lujuria

'Cleopatra y César', de Jean-Léon Gérôme

Dominio público

Aparte de como general, político y cerebro superior, Julio César ha pasado a la historia como bomba sexual. Sus escarceos con múltiples mujeres son casi tan bien conocidos hoy como lo fueron en su época, cuando sus legionarios lo apodaron “el adúltero calvo” y recorrían triunfantes las calles de Roma coreando frases como “puede que sea calvo, pero se tira a todo lo que se mueve”.

Y sí, César fue poco dado a contener sus instintos, pero sus aventuras amorosas eran a menudo mucho más que una forma de saciar sus apetitos. Detrás de cada coito había cálculo, espionaje y, naturalmente, política. Lo que nos lleva a este artículo, en el que trataremos de penetrar en la mente del César más libidinoso buscando lo que hubo detrás de su pasión por las mujeres. Empecemos por aquella que más le influyó: Aurelia.

Hijo de su madre

No, César no se acostó con su madre, Aurelia. Pero, al enviudar, aquella mujer educó al futuro líder romano con gran solidez, forjando su personalidad y apoyando siempre las ambiciones de su hijo. Este valoraba los buenos contactos e informaciones que manejaba su madre, y que a menudo fueron fundamentales para la supervivencia familiar.

Sirva como ejemplo la campaña que Aurelia emprendió cuando el joven César fue perseguido por el dictador Sila al negarse a divorciarse de su mujer, Cornelia. Gracias a las maniobras y a la influencia de Aurelia, César esquivó la muerte, lo que probablemente contribuyó a que jamás olvidara la importancia de las inteligentes mujeres romanas que, como su madre, operaban en las sombras de la política.

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Con esta idea presente, abordemos otra figura con ciertos paralelismos con Aurelia: Servilia, eterna amante de César y madre de Bruto. La relación con esta mujer, que terminó con la muerte de César, arrancó hacia el año 70 a. C. y, aunque tuvo un importante componente sexual, siempre hubo más. Como Aurelia, Servilia tenía buenos contactos. Como Aurelia, manejaba buena información. Como Aurelia, era inteligente y daba sabios consejos. Es probable que este paralelismo con la perfecta herramienta política que fue su madre influyera en que César, en palabras de Suetonio, acabase amando “como ninguna a Servilia”.

Pero hay otro punto interesante en esta mujer, pues Servilia era hermanastra de la gran némesis de César: Catón. Y sin duda César aprovechó las confidencias de Servilia para comprender a su enemigo, sabiendo utilizar aquella relación amatoria como ventaja para combatir al adversario. Una táctica que utilizaría a menudo con sus amantes.

Las otras

César tuvo, que sepamos, entre tres y cuatro esposas. Pero nunca dejó de combinar el matrimonio con el desenfreno sexual. Y si bien, como recoge Suetonio, a menudo “pagó elevados precios por esclavas atractivas”, era más dado a buscar diversión entre las damas de la nobleza. ¿Por qué? Parte de su acercamiento a Servilia ya nos lo explica: espiar a sus adversarios políticos. Así, César mantuvo relaciones tanto con Mucia, esposa de Pompeyo, como con Tértula, la de Craso, aliados relativos a los que convenía tener controlados.

Pero también se acostó con otras muchas mujeres anónimas, esposas o familiares de senadores, gracias a las cuales obtenía información valiosa con la que calibrar el siguiente movimiento político a realizar. Vemos así que la obtención de información mediante el sexo se une poderosamente a la actividad política, un uso que César siempre dio a las mujeres de su vida.

Damas romanas, fresco siglo I.

ArchaiOptix / CC BY-SA 4.0

Huyendo de los lechos romanos, fijemos nuestra mirada en el año 69 a. C. Con pocos meses de diferencia mueren dos mujeres ligadas a César. Una, su tía Julia, la viuda del mítico Mario. Otra, la que probablemente fue la segunda mujer de César, Cornelia, hija del líder popular asesinado Cinna.

Pues bien, cuando Julia muere, César se encarga de organizar un funeral por todo lo alto, exhibiendo la máscara mortuoria de Mario y recordando las grandes victorias del héroe de la plebe. Lo hace en un contexto peligroso, porque los optimates han tomado Roma, que dominan de forma violenta, y cualquier miembro de los populares corre peligro si los solivianta. Pero César, con su maniobra, logra erigirse en icono de la plebe y heredero político de Mario a ojos del pueblo.

Repetirá la operación con su esposa Cornelia, muerta a los 28 años, mostrando la máscara mortuoria del padre de esta, el líder popular Cinna, y erigiéndose también en su heredero político. César demostraba así que era ducho enviudando, pero más aún lo fue casándose.

Las esposas

Aunque aún se discute, es probable que la primera esposa o prometida de César fuera una mujer del orden ecuestre que aportaba una buena dote a los Julios. Pero aquel matrimonio o compromiso de conveniencia quedó roto cuando Cinna ofreció a César la mano de Cornelia, con la que iba a ser muy feliz.

La elección de Cornelia tuvo un sentido político, pues fortalecía las alianzas del joven César con la facción popular. Sin embargo, aquel movimiento fue beneficioso por poco tiempo, ya que Cinna fue asesinado y el vencedor de la contienda política romana acabó siendo Sila, quien puso al matrimonio en el punto de mira.

Busto de Julio César. 

Getty

Curiosamente, muerta Cornelia, César buscaría de nuevo esposa entre las filas del propio Sila, encontrándola en Pompeya, la nieta del dictador. Hoy los historiadores no tienen clara cuál fue la motivación de César para casarse con ella, aunque probablemente fue una argucia política con que ganarse la amistad de determinados sectores que le eran hostiles. Pero aquella maniobra no salió del todo bien y, en 62 a. C., durante los ritos de la Bona Dea celebrados en casa de César, estalló una crisis matrimonial que este sabría manejar a su favor.

Clodio, notable juerguista, entró disfrazado de mujer en aquellos ritos reservados a las féminas. Aún hoy se debate si con intención de violar a Pompeya o porque ambos eran amantes. El caso es que, ante la duda, César acuñó una célebre frase, “la mujer del César no solo debe ser honrada, sino parecerlo”, y se divorció de Pompeya.

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Quizá otra de las motivaciones de la separación fuera que la influencia de la mujer no resultó ser tan interesante para César como la que brindaban otros matrimonios, lo que explicaría su pronta boda con la que sería su última mujer, Calpurnia, hija de Lucio Calpurnio Pisón, un gran activo de la política romana del momento.

Con Calpurnia, César conseguía, además, una mujer inteligente y muy interesada en la filosofía epicúrea, lo que debió de satisfacer al líder romano, a quien gustaban las chicas listas. Corría 59 a. C., y ese mismo año César casó a su hija Julia, fruto de su matrimonio con Cornelia, con su aliado Pompeyo, algo que llevó a Catón a acusarlo públicamente de “proxeneta”.

César (izquierda) y Pompeyo (derecha). Fresco de Taddeo di Bartolo (principios del siglo XV).

Dominio público

Y César, en parte, siempre lo fue, pues, como hemos visto, utilizaba a las mujeres como moneda de cambio y herramienta decisiva en la pugna política sin que le importara demasiado el qué dirán. Es más, ante las habladurías por concertar el matrimonio de su hija con Pompeyo, César prometió a sus críticos que “montaría sobre sus cabezas”, frase que, traducida a un lenguaje menos sutil, viene a significar que invitaba a sus enemigos a practicar sexo oral con su miembro viril.

Sexo y cerebro

Se preguntarán qué pasa con Cleopatra. Naturalmente, no nos hemos olvidado de ella ni de su relación con César, esa que el imaginario colectivo asume como meramente sexual. Lo cierto es que este emparejamiento también tuvo mucho de política y de utilización mutua. Y, por encima de todo, parecía responder a las expectativas grandilocuentes del romano.

Políticamente, tener una amante gobernando el importante Egipto beneficiaba a César. Y políticamente, Cleopatra se beneficiaba del apoyo de este, que la puso en el trono y a quien ella intentó hacer pasar por padre de su hijo Cesarión, de cuya cesariana paternidad dudan muchos historiadores, como Mary Beard.

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Pero, más allá de la política y de que nuevamente César se sentía atraído por una mujer inteligente, en la relación entre ambos hay algo que ha llamado la atención de algunos investigadores. Tom Holland, por ejemplo, especula con que una de las cosas que pudieron atraer a César fue que Cleopatra ejemplificaba en su reino lo que podía ser para Roma un futuro multicultural, futuro en el que él creía, haciendo que “los prejuicios de la lejana República parecieran todavía más pueblerinos que antes”.

Es decir, que la creencia de César en una nueva Roma integradora y multicultural, sin un Senado centralista dominando todo y quizá con una figura monárquica mandando sobre todas las cosas, era para él un profundo anhelo político representado por Cleopatra.

Detalle de una estatua de basalto de Cleopatra VII. Egipto ptolemaico, siglo I a. C.

DEA / S. VANNINI/De Agostini vía Getty Images

Con el asesinato del romano asomando en el horizonte de la historia, aquellos posibles deseos políticos quedaron en nada. Pero el caso de Cleopatra nos muestra por última vez que César fue más que un “adúltero calvo” azotado por los instintos de la carne. Para el estratega César, hasta el coito resultó ser cerebral y con un punto del clásico machismo romano.

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