Loading...

Cleopatra, reina de Egipto

Rescatar a Cleopatra de las garras de la literatura y el cine resulta complicado, sobre todo cuando la documentación es escasa y difícil de interpretar. Pero eso es lo que se han propuesto conseguir los estudios más recientes.

Cleopatra, por Giovanni Battista Tiepolo

Cleopatra, por Giovanni Battista Tiepolo

Los veintiún años que duró el reinado de Cleopatra VII (de 69 a 30 a. C.) fueron trepidantes y convulsos. El Egipto faraónico vivió su último período de gloria recuperando el protagonismo internacional de antaño. La última representante de una larga dinastía de faraones de origen griego, fundada a la muerte de Alejandro Magno en 323 a. C., intentó devolver la estabilidad y el esplendor a un país extenuado por las sangrientas revueltas palaciegas, la corrupción y el descontento social. Cleopatra de Egipto buscó rehacer un imperio que, controlado desde Alejandría, había llegado a incluir numerosos territorios del Mediterráneo oriental. Al hacerlo se interpuso en el camino de Roma por la supremacía en esta zona, provocando uno de los enfrentamientos más recordados de la Antigüedad. Tres destinos se cruzaron con el de la reina: el de César, el de Marco Antonio y el de Octavio . Juegos diplomáticos y ardides políticos tejieron un complejo entramado en el que, sin duda, el factor humano, dominado por carismas excepcionales, determinó el desarrollo de los acontecimientos.

Revisada su biografía, Cleopatra emerge exultante de la sombra proyectada por sus rivales. Convertida en un icono de belleza y encasillada en un papel de femme fatale, su mito se fue alimentando de las fuentes escritas de tradición romana. Estas obras, la mayoría realizadas después de su muerte, son las únicas en ofrecer ciertos datos de la biografía de Cleopatra. Sin embargo, su fiabilidad se pone a veces en entredicho, ya que solo contaron la historia desde el punto de vista del interés romano, proyectando una visión negativa de la reina en pro de la de César y, sobre todo, Octavio (futuro emperador Augusto), el contundente vencedor en todo este drama.

Lo cierto es que la reina logró conservar el poder. Consiguió el apoyo de la capital, que era en definitiva la que decidía el destino de sus gobernantes, y el del clero.

Esta imagen distorsionada, explotada hasta la saciedad incluso en nuestros días, ha hecho un flaco favor a la verdadera figura de Cleopatra. A pesar de su celebridad, sigue siendo una gran desconocida. La documentación contemporánea es escasa y no arroja gran información sobre su nacimiento o su trayectoria, y nada sobre su personalidad, lo que, por otra parte, no resulta extraño en la arqueología egipcia. Los nuevos estudios se encuentran inmersos en una revisión del personaje, lejos de la imagen del papel cuché y del celuloide, dispuestos a extraer la realidad de clichés tan arraigados.

Un legado difícil

La biografía de Cleopatra VII no puede entenderse sin situarla en el contexto que le dejó en herencia su padre: un Egipto inmerso en una crisis económica, con amenaza de hambruna, una corte dividida y, sobre todo, una deuda con la República de Roma . Ptolomeo XII fue un faraón polémico y oportunista. Expulsado del país por la clase política y el pueblo de Alejandría, recurrió (como venía siendo costumbre desde hacía varias generaciones) al Senado para recuperar el trono. Egipto se convirtió así en un protectorado romano. A su muerte en el año 51 a. C., sería Roma, en las personas de Pompeyo y César, la valedora de hacer cumplir su testamento: el reconocimiento de la nueva pareja real formada por dos de sus hijos, Ptolomeo XIII y Cleopatra VII, de 10 y 18 años respectivamente. La decisión restaba dentro de la legalidad, ya que el matrimonio entre hermanos (o primos, hijos...) respondía a una práctica repetida desde principios de la dinastía, con la que se pretendía garantizar la divinidad de la familia real. Sin embargo, en este caso fue solo una unión ritual, como lo serán también las siguientes de Cleopatra, pero servía para desempeñar su necesario papel como garantes del orden.

Cleopatra fue la heredera de una saga de enérgicas reinas que acumularon un poder inusitado frente a una mayoría de reyes varones que se granjearon la fama de débiles y maleables.

De los episodios que ocurrieron posteriormente, que incluyen la guerra con su hermano y su encuentro con César, se sabe muy poco, anécdotas aparte. Pero lo cierto es que la reina logró conservar el poder. Consiguió el apoyo de la capital, que que era en definitiva la que decidía el destino de sus gobernantes, y el del clero, ante el que actuó dentro de la más pura tradición egipcia. Cleopatra descartó pronto la posibilidad de gobernar en solitario, apresurándose a formar una nueva pareja de corregentes, primero con su hermano menor Ptolomeo XIV y, a la muerte de este, con su hijo Ptolomeo XV César (Cesarión). La novedad reside en que desde entonces asumiría el papel dominante, como se deduce, por ejemplo, del hecho de que su nombre aparece escrito en los textos antes que el de su consorte. No obstante, su reinado estuvo marcado por la búsqueda de legitimidad. Reclamó sus derechos de herencia al llamarse “la que ama a su padre”, mientras que el nombre de Cesarión aludía claramente a su progenitor romano, ya convertido en dios, que había ayudado a restaurar la monarquía. Sin duda, este jovencísimo faraón es crucial para entender la política dinástica de Cleopatra y sus planes de conquista.

La presencia de una mujer en el trono de Egipto fue una situación excepcional que se produjo en contadas ocasiones. Desde sus orígenes, algunos miembros de la realeza femenina ejercieron un papel político y religioso muy destacado en calidad de esposa o madre del rey. Sus nombres, como Nitocris, Ahmes Nefertari, Nefertiti o Tiyi, nos son bien conocidos. Algunas asumieron el papel de regente e incluso unas pocas accedieron a las insignias de faraón, como hizo Hatshepsut. Pero el modelo sobre el que se basó Cleopatra, quien seguramente no tuvo noticia de sus célebres antecesoras, no hay que buscarlo tan lejos, sino en sus homólogas ptolemaicas.

Cleopatra fue la heredera de una saga de enérgicas reinas que acumularon un poder inusitado frente a una mayoría de reyes varones que se granjearon la fama de débiles y maleables. No es raro encontrarlas representadas en los templos, y muchas de ellas protagonizaron golpes de Estado salpicados de intrigas y asesinatos de maridos e hijos. Pionera fue Berenice II, que reinó junto con su primo y esposo Ptolomeo III y que terminó asesinada por su propio hijo. Cleopatra II, por ejemplo, hija de Ptolomeo V, tuvo una vida política muy agitada; tras su matrimonio con dos de sus hermanos, llegó a gobernar en solitario, para acabar formando una tríada con su marido y su hija Cleopatra III. Berenice III, hija de Ptolomeo IX, aprovechó la muerte de su padre para reinar durante varios meses. La propia hermana mayor de Cleopatra VII, Berenice IV, usurpó el trono aprovechando el exilio forzado de su padre, algo que pagaría con su vida.

El factor macedónico

TERCEROS

Lo que diferencia a estas reinas de sus antiguas predecesoras es su origen macedonio. Cuando los Ptolomeos se instalaron en Egipto adoptaron sin problemas el modelo de realeza faraónica, pero también incluyeron elementos de la helenística, que otorgaba una importante posición a sus mujeres. Esta ascendencia griega la conservaron durante generaciones a través de los matrimonios consanguíneos.

Los estudiosos debaten hoy sobre cuánto había de egipcio y cuánto de griego en la faraona Cleopatra. Frente a ese lado claramente indígena, existen indicios de que la reina quiso especialmente asociarse con las raíces de su dinastía. Adoptó el título de “la que ama su patria”, que, contrariamente a lo que se viene interpretando, no haría referencia a su amor por Egipto, sino más bien por la tierra de Alejandro Magno. También quiso compararse con su tía bisabuela Cleopatra Thea (hija de Ptolomeo VI y Cleopatra II), que reinó en Siria, antiguo feudo del imperio de los primeros Ptolomeos, donde ella precisamente se refugió durante la guerra contra Ptolomeo XIII.

Aunque la identidad de su madre sigue siendo un misterio, muchos piensan que debió de ser una aristócrata macedonia de la capital, y no tanto la hija de un alto sacerdote egipcio, como se pensó en un principio. Así pues, Cleopatra encarnó el mismo sincretismo que caracterizó a Alejandría, la ciudad que probablemente la vio nacer y a la que debió su inquietud cultural. Las reinas ptolemaicas, a la sombra del museo y de su biblioteca, debieron de ser una excepción dentro del mundo griego por su buena instrucción, normalmente reservada a los herederos. No sabemos cómo fue su educación, pero los autores clásicos destacaron el alto nivel cultural y la inteligente conversación de Cleopatra de Egipto, sorprendidos sobre todo por su don para las lenguas. Aunque es difícil de creer que supiera contestar a cada enviado extranjero en su idioma (según cuenta Plutarco, etíopes, trogloditas, hebreos, árabes, sirios, medos y partos), demuestra un interés más allá del griego. Cleopatra se ganó además respeto por ser la única de su dinastía que aprendió el egipcio. Muchos autores ven en la firma “que así sea”, con la que finaliza un papiro fiscal, la auténtica mano de la reina.

Adoptó el título de “la que ama su patria”, que, contrariamente a lo que se viene interpretando, no haría referencia a su amor por Egipto, sino más bien por la tierra de Alejandro Magno.

Es a la documentación arqueológica (formada por papiros, relieves, monedas o esculturas) donde hay que ir a buscar a la verdadera Cleopatra. Su número de representaciones se benefició del culto oficial dado a las reinas ptolemaicas desde que Arsinoe II, hermana y esposa de Ptolomeo II, fuese proclamada diosa por este. Fruto de una estudiada estrategia religiosa, su popularidad fue en aumento. Asimilada a Isis (Afrodita-Venus), la reina aprovechó que el culto a la diosa estaba muy extendido por el Mediterráneo para imponer el suyo. Especialmente en Roma, donde César llegó a erigirle una estatua dorada en el templo de Venus.

Este artículo se publicó en el número 487 de la revista Historia y Vida. Si tienes algo que aportar, escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.