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Julio César debe morir

Entre libros

El magnicidio y su represalia, expuestos con todo rigor, detalle y energía en el ensayo 'El último asesino', del autor inglés Peter Stothard

'Asesinato de César', 1865, Karl Theodor von Piloty

Dominio público

Pese a ser los más citados Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino no fueron, desde luego, los únicos asesinos de Julio César. En la tormenta de puñales más famosa de la historia, participaron decenas de romanos bien situados y dispuestos a extirpar de la República a un dictador que ya se estaba pareciendo demasiado a un rey. 

En la larga lista de conjurados había un bisabuelo del emperador Galba. También un militar, Quinto Ligario, defendido célebremente por Cicerón, quien por su parte no intervino, pero simpatizó con la conspiración.

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Los hermanos Casca fueron menos ambiguos. Uno de ellos, el tribuno y senador Publio, fue el primero en herir con su daga al conquistador de las Galias, inmovilizado a traición por el comandante naval Tilio Cimbro. Los filos arreciaron desde allí. Bruto clavó el suyo en un muslo. Bucoliano, en la espalda. Incluso apuñaló al autócrata su amigo Décimo Junio Bruto. César había cenado con él la noche anterior a esos idus de marzo.

Quizá el menos relevante entre todos los complotados fuese un poeta y trágico menor, el capitán de barco Casio de Parma. El último asesino tiene por hilo conductor, precisamente, a este personaje al borde del anonimato. Es toda una declaración de intenciones de este ensayo, centrado en “la caza de los hombres que mataron a Julio César”, como anticipa su subtítulo.

Cesaristas versus republicanos

Este casi don nadie fue el ajusticiado final en dicha persecución sin cuartel, durante trece años, por el vasto Oriente romano, particularmente Grecia. Lo cual sirve de excusa a Peter Stothard para trazar una amplia parábola, rebosante de hechos, personajes e ideas, desde que César cruzó el Rubicón hasta que su hijo adoptivo Octavio se quedó sin rivales a eliminar. 

Detalle de 'La morte di Cesare', de Vincenzo Camuccini

Dominio público

Exeditor de The Times y The Times Literary Supplement –el único periodista que ha ocupado ambos puestos, entre 1992 y 2016–, y autor también de libros que rondan la transición de la República al Imperio, el escritor británico explica esta época compleja, sangrienta y monumental desde una perspectiva a pie de calle, desacralizadora y próxima, gracias al recurso de convertir en protagonista a uno de sus actores más corrientes.

Así, El último asesino relata superpuestas la gran historia y la menuda. Tanto las alianzas fluctuantes y las despiadadas guerras civiles de los Octavios, Marco Antonios y Pompeyo Sextos como la filosofía epicúrea de moda, las cabezas cortadas y pateadas como castigo, mil detalles cotidianos de Roma, Atenas o Parma y otros pormenores solo al alcance de clasicistas avezados. 

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Todo, para recordar el destino cruel de cada confabulado, fruto de una paciente investigación por fuentes olvidadas (sobre todo, la del colorista Veleyo Patérculo para Casio de Parma) y contado con el embrujo evocador, la tensión narrativa y la temperatura emocional de una novela.

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