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Por qué Julio César vencería a Alejandro Magno

Entre libros

El estadounidense Myke Cole nos hace revivir en ‘Legiones frente a falanges’ las experiencias de las tropas romanas y macedónicas

📽️ Julio César: su historia en un minuto

'Vercingétorix arroja sus armas a los pies de Julio César', por Lionel Noel Royer (1899).

Terceros

El conquistador del Imperio persa y el conquistador de las Galias nunca se enfrentaron. ¿Cómo iban a poder luchar, si César fue tres siglos posterior a Alejandro? No obstante, podemos especular con el resultado, porque las legiones romanas y las falanges macedónicas, en otras épocas y bajo otros líderes, sí llegaron a combatir.

La pregunta sobre qué ejército se hubiera alzado con la victoria es propia de un nerd, ese cerebrito capaz de polemizar sobre si Batman es mejor que Superman. Myke Cole se autodefine como tal, aunque el fornido aspecto de este antiguo combatiente de la guerra de Irak confunda a los que identifican a los nerds con una baja condición física. Su obsesión es la Antigüedad clásica, y por ello ha escrito Legiones frente a falanges, un libro en el que el máximo rigor histórico va unido a una narración emocionante y por momentos épica.

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El talento literario de Cole, procedente del mundo de la novela, nos hace revivir las viejas guerras como si las estuviéramos presenciando. Sentimos la incomodidad del soldado de infantería heleno cuando avanzada por terreno accidentado, bajo el sol, provisto de un pesado equipo, todo metal y madera que rozaban y golpeaban su cuerpo, sin modernas mochilas que le ayudaran a repartir el peso.

Imaginamos cómo debieron de ser los elefantes empleados por los griegos en las batallas, no el mamífero descomunal al que estamos acostumbrados, sino uno más pequeño, de origen norteafricano, perteneciente a una especie ahora extinguida. Aun así, doblaban en tamaño a los caballos. Pero, pese a su efecto devastador, podían resultar contraproducentes si se asustaban. Entonces perdían el control y no distinguían entre amigos y enemigos.

Busto de Alejandro Magno.

Terceros

Sobre todo, lo que más valora el lector es la forma en que se le hace asistir a la incertidumbre del combate. Una batalla en campo abierto venía a ser una especie de lotería en la que no siempre ganaba el que partía con ventaja. Cuando un ejército se batía en retirada, sus hombres, dominados por el miedo, buscaban la salvación en la huida, sin darse cuenta de que era el desorden lo más peligroso. La desbandada acostumbraba a ser más letal que la lucha en sí.

La voluntad de entender

Estamos en las antípodas de esos estudios concebidos por y para eruditos, que pueden ser tan meticulosos como ilegibles para el común de los mortales. Sin embargo, no todo es adrenalina. Cole no se olvida de dialogar con las fuentes y razona sus acuerdos y desacuerdos con los autores clásicos, escritores que de vez en cuando deformaban la realidad en función de sus intereses. El griego Polibio, por ejemplo, sabía que debía agradar a los romanos que le tenían como rehén.

Por otra parte, Legiones frente a falanges no pretende resolver todas las cuestiones posibles. Las fuentes son las que son, escasas en el mejor de los supuestos. Ante lo precario de su punto de partida, el autor reconoce con honestidad que no tiene en su mano todas las respuestas. Aunque le gustaría saber con exactitud, por ejemplo, cómo se desplegaba la línea de batalla romana, los datos disponibles no dan para más.

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Entender a soldados que vivieron hace dos mil años no es tarea fácil. Cole, aparte de una amplia documentación, se sirve de su propia experiencia bélica. Sabe muy bien lo que significa la tensión previa al momento de lanzarse al ataque, lo que suponen los lazos de camaradería entre los compañeros y el espíritu de cuerpo que hace que unas tropas se distingan de otras. Comprende también a la perfección las situaciones extremas en las que la vida o la muerte dependen de una decisión que hay que tomar en apenas segundos. Nada de esto ha cambiado con el correr de los siglos, aunque hoy se utilice una tecnología por radicalmente distinta.

El autor, además, no ha dudado en visitar los antiguos escenarios bélicos. Eso le ayuda a hacernos comprender situaciones concretas, como lo que representaba avanzar a la carrera por una pendiente. Podías darte por afortunado si no dabas con tus huesos en el suelo.

Principio del fin

La falange, en un principio, se mostró superior a la legión. Venció la primera batalla, pero después tuvo dificultades crecientes para ganar, hasta que al final sufrió derrotas cada vez más rotundas.

Todo empezó cuando Pirro (318-272 a. C.), el rey de Épiro, un territorio dividido en la actualidad entre Grecia y Albania, invadió el sur de Italia. Aunque se impuso a los romanos, lo hizo a costa de unas pérdidas tan excesivas que los triunfos resultaron inútiles. De ahí que en el siglo XXI aún denominemos pírrica a la victoria que se consigue a un precio demasiado alto.

Lejos de su país, tenía grandes dificultades para encontrar nuevas tropas. Roma, en cambio, parecía una fábrica inagotable de nuevos combatientes. Esta capacidad demográfica la condujo, finalmente, a repeler al soberano helenístico en Malevento, rebautizada como Benevento en recuerdo de aquel instante de gloria.

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Otros dos soberanos también tentaron a la suerte y desafiaron el poder de la ciudad del Tíber, convertida en la indiscutida superpotencia mediterránea tras deshacerse de la amenaza cartaginesa. Filipo V cayó en Cinoscéfalas (197 a. C.), y su hijo Perseo lo hizo en Pidna (168 a. C.), desastre que marcó el fin del reino de Macedonia.

Ventajas y desventajas

La falange estaba integrada por un bloque compacto de largas lanzas. Mientras ofreciera al enemigo un muro impenetrable todo iba bien, pero el sistema se deshacía en cuanto se abrían huecos. Las enormes picas servían para combatir en formación, no en un duelo individual.

Relieve que representa a las legiones romanas en formación.

Rama / Cc-by-sa-2.0-fr

La legión, en cambio, resultaba más ágil y flexible. Su éxito, sin embargo, dependió también de otras variables. Contó con mejores generales, más atentos a dirigir la batalla en su conjunto que a exhibir su valor personal, y estaba al servicio de un sistema político más sólido. Sus hombres defendían una entidad abstracta, el Estado.

Sus oponentes, en cambio, guardaban fidelidad a una persona. Si el soberano heleno moría en combate o era capturado, ya no había nada que hacer. Todo se había perdido. Los romanos no tenían ese problema. Si las cosas no iban bien, solo tenían que sustituir a un comandante por otro.

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