Ramsés II, el faraón que construía a lo grande
Antiguo Egipto
Abu Simbel, el Rameseo, Karnak... Ramsés II está detrás de monumentos colosales del antiguo Egipto. ¿Qué quería transmitir?
El reinado de Ramsés II en 7 claves
Ramsés II y la verdad sobre la batalla de Qadesh
Ramsés II, también conocido como Ramsés el Grande. Estamos ante uno de los faraones más célebres del antiguo Egipto. Así lo entendemos nosotros en la actualidad, pero esta fama le viene reconocida desde al menos tres mil años atrás. Otros pueblos orientales le recuerdan como el gran rey guerrero –los hititas–, pero también como el tirano esclavizador del pueblo hebreo, instrumento de Yahvé para impulsar el éxodo hacia la tierra prometida.
En el primer milenio antes de nuestra era, viajeros eruditos del mundo griego y romano nos aportan una característica más del gran Ramsés: su faceta de rey constructor, cuyos vestigios en aquellos momentos eran espectaculares.
Ramsés II, el rey constructor
Su frenética actividad no deja de sorprendernos, tanto a los investigadores como a los millones de turistas que han podido viajar a Egipto. Además de los maravillosos restos conservados desde la Antigüedad, la arqueología ha ido regalándonos descubrimientos, entre los que cabe destacar la excavación que el arqueólogo estadounidense Kent R. Weeks llevó a cabo con su equipo en KV5, la tumba destinada a los hijos de Ramsés.
Un rey longevo que reinó durante 67 años, a los que hay que añadir los que gobernó como corregente de su padre, el faraón Seti I. A pesar de que la documentación escrita que poseemos del antiguo Egipto es muy abundante, deberíamos señalar que, de nuevo, la de Ramsés resulta excepcional: es probablemente el único monarca del que puede seguirse su reinado casi anualmente a través de los textos oficiales.
Benefactor del universo
A lo largo del valle del Nilo, tanto en las principales ciudades de Egipto como en las pistas desérticas que conducen al mar Rojo o al Sinaí, desde la región de Siria y Palestina hasta las más meridionales del país, lindando ya con el Sudán actual, aparecen por doquier los nombres del rey grabados sobre fachadas, en la base de las columnas o en frisos de todas las paredes.
Aunque para cualquier curioso se trate de algo excepcional, la realidad es que Ramsés solo continúa con una larga tradición que se remonta a los primeros momentos del estado egipcio, en los años finales del cuarto milenio antes de nuestra era. La realeza se concibió desde sus principios como una institución divina, y quien la ocupaba encarnaba al dios creador sobre la tierra. Un ser andrógino que toma conciencia de sí mismo en el caos primordial, dándose la vida a sí mismo y al resto del universo.
El faraón morirá, como sucedió con Osiris, para renacer en la eternidad unido a las restantes deidades
Su actividad constante será contener ese caos primordial para que la creación no vuelva a sumirse en él. Una vigilancia permanente, porque ambos elementos, orden y caos, no pueden subsistir el uno sin el otro. Así, el rey –la realeza– es el garante de ese estado de creación, con un poder terrenal, pero también divino, que le permite ratificar día a día el nacimiento del mundo.
El faraón es mortal, pero divino en el resto de sus atribuciones, tal como nos muestran sus nombres y filiación: él es Horus (el dios halcón señor del cielo) y también es hijo de Ra, así como de todos los demás dioses de Egipto. El faraón morirá, como asimismo sucedió con el dios Osiris, para renacer en la eternidad unido a las restantes deidades.
En este sentido, Ramsés, al igual que el resto de los monarcas, se convierte en el enlace –el intermediario– entre el mundo de los dioses y el de los hombres. Su tarea es, por tanto, fundamental. El universo generado por el creador el “primer día” seguirá funcionando si el rey atiende a todos sus padres y madres convenientemente.
La atención del rey a los dioses repercute en el bienestar de la población: buenas cosechas, protección...
Esta atención continua, diaria, repercute de forma inmediata en el bienestar de toda la población, a todos los niveles: una crecida abundante del río que permita buenas cosechas, una fertilidad adecuada para todos los seres vivos y una ausencia de enfermedades, una defensa de fronteras que proporcione tranquilidad a las gentes...
La felicidad del hombre depende de la tarea benefactora de las divinidades sobre el país. Estamos, pues, ante una maquinaria con engranajes perfectos cuyo sistema de funcionamiento es el do ut des, “te doy para que tú me des”.
Todo faraón debe ser constructor
¿Qué es, entonces, lo que Ramsés da a sus padres para que estos le den? En primer lugar, una residencia. Si ya existe, la restaura o la amplía, actividad que toda la población contempla y en la que participa activamente, trabajando y recibiendo un salario por ello. En segundo lugar, dota de recursos económicos a este templo en forma de tierras, de explotación de minas y canteras o de productos obtenidos a través del comercio.
Así, en los rituales diarios que deben llevarse a cabo para garantizar el bienestar del país no falta de nada: desde sustancias aromáticas hasta los ricos vestidos y tocados de las imágenes de las divinidades, pasando por el mantenimiento de los “siervos del dios” (sacerdotes y sacerdotisas), los artesanos que trabajan en las obras o los panaderos y cerveceros que se encargan de elaborar los alimentos de las ofrendas.
Se ensalza y se atiende a todos los dioses en todos sus santuarios. Y entre ellos, como es lógico, a la encarnación del dios creador sobre la tierra: el faraón.
La exaltación del monarca la hallamos también en su arquitectura y escultura
Ramsés empleará su inmenso poder político, económico y militar para ensalzar su propia divinidad (estatuas, templos, tumbas, capillas, su nueva capital Pi-Ramsés...) y la importancia, en este mismo sentido, de su familia y dinastía.
Así, algunos de los templos que construye o que amplía manifestarán su origen divino o el de la gran esposa real, Nefertari. Es el caso de los dos santuarios rupestres de Abu Simbel. O bien se hace entroncar con sus ancestros en una lista que se inicia en ocasiones con el propio Creador. Así aparece en los relieves del templo que su padre Seti inició en honor de Osiris en Abido y que el propio Ramsés culminó.
El complejo funerario es otro elemento fundamental. No solo la tumba, sino también el templo funerario, el denominado castillo del Millón de Años. Aquí se pone de manifiesto el cambio de estado que sufre el rey. Tras su fallecimiento en la tierra, la sepultura se convierte en el instrumento del paso del difunto al lugar en que residen los dioses, y el santuario pasa a ser el punto de culto para que el dios Ramsés reparta beneficios entre su pueblo, al igual que en época inmemorial hizo su padre, el dios Osiris.
Innovaciones estilísticas
El estilo artístico de este período responde claramente a las aspiraciones de Ramsés II. A partir de sus monumentos se ha acuñado el concepto de gigantismo o de colosalismo. La exaltación del monarca que encontramos por doquier (en textos reales grabados en estelas o en otros escritos por las más fieles personalidades de la corte) la hallamos también en su arquitectura y escultura.
Para una población iletrada en un 97%, el mensaje de la divinidad del rey, de su función benefactora y de su intermediación ante los dioses, se entiende solo a través de la obra figurada y de su grandeza.
El faraón se representa en grandes dimensiones respecto a los demás mortales
El colosalismo empequeñece al hombre y magnifica al faraón. Probablemente los ejemplos más impactantes de este estilo sean la sala hipóstila del templo de Amón en Karnak, los dos templos rupestres de Abu Simbel y el templo funerario, el Rameseo, en la orilla oeste de Tebas . Si lo anterior es evidente para la arquitectura y la estatuaria, no lo es menos para el relieve y para el campo decorativo de muros, frisos y columnas.
El uso de una nueva técnica de esculpido, el huecorrelieve, o relieve excavado, proporcionará unos juegos de luces y sombras, según el recorrido solar, que imprimirá una enorme fuerza a los elementos figurativos.
Otra innovación se refiere precisamente al espacio ornamental. En los momentos anteriores, la pared solía dividirse en registros, en los que las distintas escenas –sobre todo, en aquellas en que aparecía el rey– se organizaban una junto a otra o una debajo de otra, podría decirse que a la manera de un cómic.
Sin embargo, desde este momento, se observa la aparición de escenas únicas, en las que el protagonista, destacado en tamaño, en movilidad o en fuerza, es Ramsés.
El ejemplo quizá más ilustrativo sea la escena de la batalla de Qadesh , grabada en varios templos. Entre batallones de carros o de infantería pertenecientes a ambos bandos, la fortificación de Qadesh o el campamento egipcio, todo ello de tamaño diminuto, se erige un enorme Ramsés montado en su carro, masacrando enemigos. Esta representación del rey, conocida desde muy antiguo en la cultura egipcia, se realza ahora de forma espectacular.
De lo que no cabe duda alguna es de la excelente preparación de los arquitectos, escultores y pintores, que fueron capaces de construir obras armoniosas y bien proporcionadas a pesar de la dificultad que estos cambios debieron conllevar.
Un aspecto interesante que no puede dejarse de lado es el de la usurpación de monumentos por parte de Ramsés II. No todas las obras que llevan su nombre fueron construidas por él. Conocemos partes de edificios (paredes, columnas, frisos...) o esculturas con su titulatura grabada que resultan sorprendentes, puesto que el estilo artístico que presentan en nada se parece al de su reinado.
En realidad, el artesano martilleaba cuidadosamente el nombre y los títulos del rey constructor para después volver a grabar los de Ramsés II. Este hecho suele producirse más a menudo en lugares secundarios de Egipto, no sabemos si por una política de ahorro o por llevar su divinidad hasta los puntos más recónditos del valle del Nilo de la forma más sencilla posible.
Su misión tuvo éxito: no es fácil encontrar hoy a alguien que no conozca el nombre de este faraón
Si algo caracteriza el reinado de Ramsés II es el florecimiento de la actividad arquitectónica, de construcción, de terminación, de restauración y también, como vemos, de usurpación de edificios. Una activa propaganda política y religiosa cuyo objetivo final era destacar la divinidad del rey, su gloria y su posesión del poder absoluto.
Esta divulgación ha llegado hasta la actualidad: no es fácil encontrar a alguien que no conozca el nombre de este faraón. Ha quedado en la memoria histórica a la altura de otros grandes personajes de la Antigüedad, como Alejandro Magno y Julio César.
Este artículo se publicó en el número 420 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.