Ramsés II: su reinado en 7 claves
Ramsés II estableció una paz duradera con los pueblos vecinos, libios e hititas, y no escatimó recursos para erigirse a sí mismo en mito viviente.
A la muerte de su padre, Seti I, tras quince años de reinado, Ramsés accedía al trono. Ascendía al poder el tercer faraón de la XIX dinastía del antiguo Egipto. A partir de aquella ceremonia de coronación, Ramsés II se convertiría para su pueblo en una figura lejana y sagrada. Egipto, una civilización que ya contaba con 2.000 años de historia, nunca había conocido un faraón que aprovechara tanto como él la propaganda política. Ramsés llegó hasta el punto de forjarse un mito casi sobrehumano. Estuvo ayudado por una longevidad inusitada en aquellos tiempos (vivió, según algunas hipótesis, 85 años y estuvo en el poder 67) y por un contexto de relativa paz exterior y prosperidad interior.
Finalmente, el año 1213 a. C., Ramsés II murió. Su gobierno fue el último destello de esplendor de aquella civilización milenaria, y su fama fue tan enorme que ha surcado más de tres mil años de historia. Estas fueron las claves de su reinado:
1. Acabar con el fraude
La administración de justicia en tiempos de Ramsés se caracterizó por su enorme hincapié en erradicar los abusos de los recaudadores de impuestos, que, en caso de insolvencia del campesino, ya no podían embargarle los bienes, como sucedía en épocas anteriores.
2. Ejército de funcionarios
Ramsés II contó con una maquinaria impositiva y administrativa, en manos de un auténtico ejército de escribas, que estaba perfectamente engrasada en virtud de los esfuerzos de sus predecesores. Además, las minas de oro de Nubia y las cercanas al mar Rojo, un monopolio del Estado, trabajaban a pleno rendimiento para alimentar las arcas públicas.
3. Paz exterior
Durante los dos primeros decenios de su reinado, el faraón trabajó con empeño para sentar las bases de una paz duradera con los pueblos limítrofes más problemáticos: firmó un tratado de paz valiosísimo con los hititas después de la batalla de Kadesh y alzó una serie de fortificaciones en su frontera occidental para mantener a raya a los libios. Esa relativa paz exterior sirvió para dar un impulso al comercio exterior, que era un monopolio estatal y un actividad imprescindible para un país tan peculiar como Egipto –un oasis en el desierto que carecía, por ejemplo, de minas de hierro suficientes–.
4. Control religioso
En el interior del país, desde un principio mitigó las intrigas del gran poder fáctico dentro de Egipto: los riquísimos sacerdotes del templo de Amón en Tebas. Nada más ascender al trono, el faraón consiguió que fuera elegido su candidato, Nebunenef, en el puesto de sacerdote supremo. Y otro golpe de efecto más para alejar a los sacerdotes de las intrigas del poder fue el traslado de la capital desde Tebas a la nueva Pi-Ramsés.
5. Constructor
Abu Simbel, el Rameseo, Luxor... Ramsés II probablemente construyó como ningún faraón lo había hecho. Trabajar en los monumentos estatales era una obligación de todo ciudadano, pero, como se encargó de dejar por escrito Ramsés II en una de las numerosas estelas, estaba remunerado. No solo edificó monumentos, también construyó pozos de agua a lo largo del desierto que beneficiaron el comercio interior.
6. Culto a la personalidad
Ramsés II construyó templos –o se apropió de ellos– a lo largo y ancho del valle del Nilo y los mandó decorar con relieves que escenificaran lo portentoso de sus hazañas, de su fuerza divina y su ascendiente sobre el resto de mortales. Y esa es la fuente principal de su biografía, una vida que despierta polémicas entre los estudiosos, enfrentados en discernir qué es verdad y qué es ficción de todo lo que puede leerse en las piedras y en algunos papiros.
7. Problemas sucesorios
Su longevidad fue insólita, y se convirtió, además, en un arma de doble filo. Ramsés II vio morir a numerosos familiares, incluidos esposas e hijos. Los colaboradores que le ayudaron a forjar un férreo estado de prosperidad también fueron desapareciendo. La vejez del faraón le incapacitaba para controlar las irregularidades de sus nuevos funcionarios. También murió el sumo sacerdote de Amón que había elegido Ramsés, Nebunenef, y su sucesor, Bakenkhonsu, volvía a crear en Tebas un estado dentro del estado. Con su longevidad, además, Ramsés provocó una especie de desarreglo generacional (el hijo que le acabaría sucediendo, Meneptah, sería coronado a una edad muy avanzada) que derivaría en serios problemas sucesorios para los futuros faraones de su dinastía.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 420 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.