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Etruscos, el pueblo al que copió Roma

Antigüedad

No sabemos cuándo aparecieron los etruscos ni cómo se diluyeron como pueblo, pero la arqueología delata el poder y la riqueza que llegaron a acumular

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Los dos bailarines, imagen que se encuentras en una tumba etrusca en Tarquinia.

Dominio público

Fue en la Toscana del Renacimiento donde brotó el interés por la civilización etrusca, hasta entonces en el olvido. Primero por casualidad y después gracias a la búsqueda deliberada, surgieron monumentos como la tumba de Castellina in Chianti o la serie de esculturas de bronce de Arezzo, entre ellas la célebre Quimera.

La atracción que ejercieron los etruscos en las clases dominantes florentinas y en los Medici en particular no solo se debía a la admiración que estos profesaban por la Antigüedad y el arte, sino también al hecho de que se consideraban los legítimos herederos de aquella civilización, más antigua que la propia Roma .

Pero el gran impulso que desencadenó la fascinación por la cultura etrusca se produjo en 1828, con el hallazgo accidental por parte de un campesino de las tumbas de Vulci. Estaban en unos terrenos propiedad de Lucien Bonaparte, hermano de Napoleón y príncipe de Canino. En ellos se encontraron poco después muchos otros sepulcros, repletos de esculturas, joyas, vasos y todo tipo de objetos.

Ruinas de un templo en Volsinies (Orvieto).

Nixdorf / CC BY-SA-3.0

Pronto se pusieron en marcha excavaciones en masa, y el comercio de obras etruscas experimentó un fuerte desarrollo. Se crearon así las primeras colecciones privadas y públicas, al tiempo que arqueólogos y estudiosos de toda Europa publicaban obras más o menos científicas al respecto.

Lagunas sobre su origen

Existen diferencias muy evidentes entre el grado de riqueza, progreso y cultura de los etruscos y el de los otros pueblos coetáneos que habitaban la península itálica. La explicación más plausible es que habían inmigrado desde Oriente. Su lengua no tenía ninguna conexión con otras habladas en Italia, y muchos de los objetos hallados en sus tumbas tenían elementos comunes con los elaborados en Grecia y el Mediterráneo oriental. Pero no había evidencias concluyentes sobre cómo, cuándo y de dónde habían llegado.

Lo que sabemos de los etruscos se basa en las fuentes griegas y romanas, así como en los restos arqueológicos

Una de las grandes dificultades para los investigadores es la falta de documentación etrusca original. Los etruscos contaron con literatura –existen referencias a ella en escritos romanos–, pero no se ha conservado nada. Los conocimientos han tenido que basarse en las fuentes griegas y romanas, así como en los restos arqueológicos.

Las fuentes griegas deben tomarse con mucha prudencia, porque, si bien griegos y etruscos mantuvieron estrechas relaciones, también estuvieron enfrentados durante siglos, principalmente por el dominio de las rutas comerciales del Mediterráneo occidental. Por ello, la visión que ofrecen está sesgada.

Además, en cuanto al origen etrusco, son contradictorias. Herodoto defendía, en el siglo V a. C., la teoría de que los etruscos habían llegado a la península italiana desde Asia Menor. Según él, en tiempos remotos, un grupo de lidios había emigrado huyendo de una gran escasez y se había establecido en lo que sería Etruria.

Sin embargo, el también historiador griego Dionisio de Halicarnaso afirmaba que se trataba de un pueblo autóctono, y justificaba las singularidades que lo caracterizaban por su origen antiquísimo.

Caballeros etruscos, lámina de plata incisa con relieves dorados.

Dominio público

Entre los romanos, Tito Livio fue uno de los que escribió sobre el pueblo etrusco. El historiador se admiró del poder que llegó a tener antes del dominio de Roma y de la gran extensión que ocupó en su máximo apogeo, cuando incluía la Campania en el sur y la llanura padana en el norte. Pero no aportaba datos sobre su origen.

En las tumbas encontradas, perfectamente conservadas, se reproducen las viviendas y los ambientes y situaciones de la vida cotidiana. Contenían amplísimos ajuares funerarios y espléndidos frescos. Su estudio permitió comprender cómo vivían los etruscos, su gusto por el lujo y los objetos bellos y la importancia que otorgaban al más allá y a los ritos religiosos y funerarios, aunque no arrojó luz sobre su procedencia.

Autóctono, pero singular

Recientemente se han efectuado exploraciones de las áreas urbanas y de los centros portuarios y mineros etruscos. En estas instalaciones no se han hallado objetos tan espectaculares como los de las necrópolis, pero lo encontrado pone de manifiesto un dinamismo opuesto a la visión estática que se tenía cuando solo se consideraba la esfera funeraria.

El ‘Sarcófago de los esposos’, del siglo VI a.C., es una de las obras etruscas más conocidas.

Gerard M / CC BY-SA-3.0

Los historiadores actuales se inclinan por la hipótesis de que la nación etrusca no llegó de ninguna parte, sino que se formó a finales de la Edad del Bronce y principios de la Edad del Hierro (siglo IX a. C.) en el área de Etruria. Los habitantes de estos territorios, que hasta entonces vivían dispersos, se agruparon en asentamientos que posteriormente darían lugar a sus principales ciudades: Veyes, Tarquinia, Cerveteri, Vulci, Populonia, Volterra, Orvieto...

La intensa transformación del pueblo etrusco, que ya en el siglo VIII a. C. evidenciaba una prosperidad y un nivel cultural excepcionales, se explica por la abundancia de los recursos naturales de que disponía. Pero, sobre todo, por los contactos establecidos con el mundo griego (que había instalado colonias en el sur de la península italiana y en Sicilia) y otros pueblos del Mediterráneo oriental dedicados al comercio marítimo.

Sus minas de hierro, cobre, plata y plomo, así como sus fértiles tierras, proporcionaron a los etruscos mercancías que intercambiar con griegos y fenicios. Toda esta riqueza permitió a la aristocracia etrusca adquirir y utilizar objetos de lujo procedentes de Grecia, las colonias griegas, Fenicia, Chipre o Siria.

Por otra parte, en un proceso de aculturación acelerado, se dejó influir en sus costumbres e ideologías por las culturas de esos territorios, entonces mucho más avanzados.

Estaban organizados en ciudades-estado independientes, semejantes a las polis griegas

Es posible que la teoría de la procedencia oriental de los etruscos se basara en una tradición difundida por los propios etruscos, deseosos de ennoblecer su estirpe mediante la invención de una ascendencia legendaria.

Las relaciones de Etruria con griegos y fenicios fueron también un elemento clave en los cambios que se produjeron en la organización de la producción. Los contactos llevaron a los etruscos a profesionalizar la agricultura, la artesanía y el comercio.

De la cima al abismo

Las transformaciones condujeron al desarrollo de las ciudades y a la evolución de las relaciones de poder. Se pasó del dominio absoluto por parte de los aristócratas terratenientes a una sociedad más estructurada. Surgió una nueva clase, compuesta por ciudadanos enriquecidos, que adoptó un estilo de vida principesco y que participaba en la vida política.

Inscripciones en la cabeza de una estatua etrusca.

Terceros

Los etruscos tenían en común la lengua y la religión y se consideraban a sí mismos un pueblo, pero no formaban una nación unitaria. Estaban organizados en ciudades-estado independientes, semejantes a las polis griegas. Las doce ciudades principales crearon una federación que reconocía su unidad étnico-religiosa y que se reunía en fiestas anuales para debatir iniciativas comunes.

Las ciudades etruscas alcanzaron su apogeo en los siglos VII, VI y V a. C. Tarquinia, Vulci y Cerveteri construyeron grandes murallas, santuarios, edificios públicos y necrópolis. Los artesanos elaboraban productos de gran refinamiento, entre los que destacaban la cerámica, los bronces y especialmente la orfebrería, que se comercializaban en todo el Mediterráneo.

La sofisticación de las manufacturas se logró, en parte, por la presencia de gran cantidad de artesanos del mundo griego, que además formaron a los locales.

Los etruscos llegaron a ser una potencia naval de primer orden, lo que les permitió impulsar las exportaciones a gran escala. Pero, al mismo tiempo, esto los convirtió en rivales de griegos, fenicios y cartagineses.

Pintura mural etrusca representando a un músico.

Dominio público

En esta etapa se establecieron estrechos vínculos con Roma, que culminaron cuando Tarquinio Prisco, originario de Tarquinia y, según la tradición, hijo de padre corintio y madre etrusca, se convirtió, en 616 a. C., en el quinto rey de Roma. Prisco incorporó representantes etruscos al Senado romano y fue, en gran medida, responsable de la fuerte influencia etrusca que se aprecia en Roma a partir de entonces.

Cuando fue asesinado después de 38 años de reinado, le sucedió su yerno, Servio Tulio. Tras este reinó Tarquinio el Soberbio, hijo de Tarquinio Prisco, cuyo gobierno, basado en el terror, llevó a su expulsión en 510 a. C. y a la abolición de la monarquía. A partir de ese momento, los destinos de Etruria y Roma volvieron a separarse, aunque no por mucho tiempo.

En 474 a. C., Siracusa , fortalecida tras haber vencido a los cartagineses en Himera pocos años antes, infligía a los etruscos una severa derrota naval en Cumas. Ello debilitó fatalmente su poder marítimo y causó la pérdida de numerosos mercados, lo que condujo a las ciudades etruscas, muy dependientes del comercio, a una grave crisis económica. Fue el inicio de un progresivo declive que terminaría con la práctica desaparición de la nación etrusca.

En el siglo I a. C., los etruscos obtuvieron la ciudadanía romana, y su territorio se convirtió en parte de la Regio VII

Mientras asistían a la destrucción de su poderío naval, las ciudades etruscas vieron surgir la amenaza, por el sur, de la pujante y expansionista Roma, que desde la expulsión de Tarquinio el Soberbio se había convertido en enemiga; y, por el norte, de los cada vez más potentes celtas.

Las amenazas se concretaron pronto: cuando Roma atacó Veyes, esta pidió auxilio al resto de las ciudades etruscas, un auxilio que no le concedieron por falta de acuerdo entre ellas. Tras una prolongada guerra, Roma destruyó la ciudad en 396 a. C. Poco después, los galos penetraban por el norte, devastando cuanto encontraban a su paso.

En los siguientes decenios, de nuevo Roma atacó, una a una, todas las ciudades etruscas. Quedaron sujetas a la nueva potencia por una serie de vínculos y cláusulas que incluían el pago de elevados tributos y la fuerte limitación de su autonomía política. En el siglo I a. C., los etruscos obtuvieron la ciudadanía romana, y su territorio se convirtió en parte de la Regio VII con el nombre de Etruria.

Caballos alados de Tarquinia, realizados en terracota, s. IV a. C.

Ulrich Mayring / CC BY-SA-3.0

La herencia palpable

Los etruscos habían sido vencidos y sus ciudades conquistadas, pero su civilización no desapareció de Italia. Muchos de los elementos que hoy se consideran característicos de la civilización romana tienen su origen en la cultura etrusca.

En el ordenamiento urbanístico, el asentamiento urbano de planta ortogonal, utilizado por los romanos en sus ciudades de nueva planta y en sus implantaciones militares, había sido diseñado y empleado por los etruscos.

El componente básico de la arquitectura romana, el arco (y sus derivaciones, la bóveda, la cúpula y el pórtico), fue introducido en Roma por los etruscos –que lo habían importado de Oriente– tras haberlo utilizado en sus murallas y acueductos, así como en sus tumbas.

Las insignias romanas del poder real, como la corona de hojas de roble en oro, la capa de púrpura bordada o el cetro de marfil coronado por un águila, habían sido símbolos del poder de los aristócratas etruscos.

Incluso las luchas de gladiadores serían una versión evolucionada de los sacrificios rituales etruscos de prisioneros de guerra.

Hígado de bronce de Piacenza, usado para la adivinación de los arúspices etruscos.

Lokilech / CC BY-SA-3.0

También perduró en Roma la figura del arúspice. Este practicaba la adivinación a partir del examen de las entrañas de los animales inmolados en los sacrificios, en particular del hígado, y de la interpretación de los rayos y del vuelo de determinadas aves.

Durante todo el Imperio romano, antes tomar cualquier decisión importante, el emperador, el Senado y otras instituciones, así como los ciudadanos que podían permitírselo, consultaban a los arúspices. Lo único que Roma no asimiló de los etruscos fue la lengua, que se vio relegada a ciertas zonas rurales y finalmente dejó de utilizarse.

Este artículo se publicó en el número 520 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.