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¿Cuál es el origen de Roma?

Los expertos aún no han llegado a un acuerdo a la hora de datar la fundación de Roma ni de determinar las circunstancias en que esta se produjo.

Romulo y Remo (1614-16), de Pedro Pablo Rubens.

Roma origen Rómulo Remo Rubens

La historia legendaria de Roma comienza en Troya. O al menos así es como los padres romanos explicaban a sus hijos el origen de la patria. Y es así como inician sus historias romanas Tito Livio y Dionisio de Halicarnaso, tomando como referente la leyenda.

Junto al poeta Virgilio, ambos autores constituyen las principales fuentes para conocer el nacimiento de la ciudad, que ellos describen más o menos de este modo: durante la guerra de Troya, un joven llamado Eneas logró escapar de la furia de Aquiles y Ulises ayudado por su madre, la diosa Venus. Fue a desembarcar en Italia, en la región del Lacio, donde desposó a la hija de un monarca y fundó un reino.

La caída de Troya.

TERCEROS

Ocho generaciones más tarde, una de las descendientes de Eneas, Rea Silvia, mantuvo una furtiva relación amorosa con el dios Marte. De aquel encuentro nacieron dos gemelos: Rómulo y Remo. El tío de Rea Silvia, el rey Amulio, se encolerizó al oír la noticia. No quería que nadie amenazara el trono de Alba Longa, que había usurpado.

Así que mandó abandonar a los legítimos herederos en una cesta entre las corrientes del río con la intención de que muriesen ahogados. Pero el canasto quedó varado en uno de los recodos del Tíber y, al oír los llantos, una loba halló a los niños y los amamantó. Los hermanos crecieron y se vengaron matando a Amulio, para regresar luego al lugar que les vio renacer. En aquel recodo del río donde la cesta fue a encallar, Rómulo y Remo fundaron Roma el 21 de abril de 753 a. C.

Orígenes misteriosos

El periplo de Eneas y la historia de Rómulo y Remo son simples leyendas. No existe ningún indicio histórico que los sustente. Pero estos tampoco son muchos. Los restos arqueológicos hallados hasta ahora son tan valiosos como escasos y solo dibujan un panorama fragmentario. Así pues, no sorprende que coexistan multitud de interpretaciones divergentes sobre la fundación de Roma.

Rómulo y Remo amamantados por la loba capitolina.

TERCEROS

Expertos como el británico T. J. Cornell refieren lo que los testimonios arqueológicos disponibles dan a entender. La fecha tradicional de la fundación de la ciudad, situada a mediados del siglo VIII a. C., no debería tomarse demasiado en serio. Los restos indican que el lugar estuvo ocupado varios siglos antes de la fecha considerada tradicionalmente como la de fundación de Roma.

Por otra parte, hasta mediados del VII a. C., más de un siglo después de esa fecha tradicional, no puede hablarse de una urbanización decisiva, que es la que definiría la fundación de la ciudad-estado. La zona comprendida entre la bahía de Nápoles y la desembocadura del Tíber estaba poblada por los latinos, una de las tribus itálicas.

La mayor y más poderosa de aquellas poblaciones era Alba Longa –la que aparece en la leyenda–, y quizá fueran un puñado de jóvenes de este lugar quienes decidieran emigrar rumbo al norte. Tal vez se unieron a ellos expedicionarios de la tribu de los sabinos, pueblo de la misma sangre y origen que el latino. Se establecieron a una veintena de kilómetros de la desembocadura del Tíber.

La arqueología no puede proporcionar demasiados detalles sobre cómo se organizaban socialmente los primeros romanos.

Al parecer, latinos y sabinos ya encontraron una pequeña colonia etrusca establecida en el lugar elegido. Lo más probable es que funcionara como punto de avituallamiento para sus embarcaciones comerciales. Mientras, latinos y sabinos comenzaron a construir sus chozas de barro y ramaje sobre la cima del Palatino, a salvo de las crecidas del río. Compartían lengua, costumbres religiosas y, posiblemente, mujeres. Tras el Palatino, fueron progresivamente poblando las colinas del Esquilino y el Quirinal.

Manos a la obra

¿Por qué aquella aldea formada por latinos, sabinos y etruscos prosperó? Pudo no haberlo hecho. Pudo desaparecer a consecuencia de enfrentamientos entre los tres pueblos. Pero no fue así. La arqueología no puede proporcionar demasiados detalles sobre cómo se organizaban socialmente los primeros romanos. Según la tradición, la ciudad fue dividida en tres tribus: la latina, la sabina y la etrusca.

A cada tribu correspondían diez curias, o barrios. Y cada una de estas curias la formaba un grupo de diez clanes, o gentes (cada gens estaba identificada con un antepasado común). Varias familias formaban una misma gens, y a la cabeza de cada familia estaba el paterfamilias, o jefe de la casa. Llegamos así a la base de la sociedad romana, que no era el individuo, sino la familia, y por extensión, su jefe.

Eneas escapa de Troya, según el pincel de Federico Barocci (1598).

TERCEROS

Los romanos profesaban una absoluta devoción por sus antepasados, y la figura del paterfamilias era respetadísima. Ejercía un poder absoluto (la patria potestas) sobre la esposa, los hermanos menores, los hijos y los siervos. Incluso el derecho de vida o muerte.

El segundo paso fue crear los comicios curiados: una asamblea representativa donde, dos veces al año, tomaban parte las curias para discutir cualquier aspecto de la comunidad. Todos tenían igual derecho de voto. La mayoría decidía. Y a ello también contribuía la figura del rey, un monarca campesino, guerrero y sacerdote a la vez.

Un rey campesino

Una de las máximas preocupaciones de los romanos de aquel tiempo era no enfadar a sus dioses. Para mantener la pax deorum (el favor de los dioses) contaban con infinidad de ritos. Pero si alguien podía hacer de puente entre los mortales y los seres divinos ese era el rex. A él se le atribuían poderes especiales, inalcanzables para el resto de ciudadanos.

Y pese a su poder tanto en los ámbitos civiles como en los militares (legislador, administrador, juez supremo...), no dejaba de ser otra cosa que un “delegado” del pueblo. Debemos imaginar a los primeros reyes romanos no como seres supremos, sino más bien como simples paterfamiliae, con una cierta autoridad para leer los auspicios divinos (los mensajes que los dioses lanzaban a través de los pájaros, las nubes, las tormentas...) y que tras servir a la comunidad se dedicaba al arado y la siembra.

Rómulo lleva al templo de Júpiter las armas del vencido Acrón, de Ingres (1812)

TERCEROS

Cuando la población aumentó, se hizo imprescindible que alguien echase una mano al monarca. Y así nació el Senado, un consejo de los ancianos formado por los cien paterfamiliae más importantes, cuya misión pasaba por aconsejar al soberano (aunque después se volvieron más influyentes).

Se promovió también un ejército estable: cada una de las treinta curias proporcionaría cien infantes (una centuria) y diez hombres a caballo (una decuria), para armar el primer cuerpo militar de Roma –la legión– con un total de 3.300 hombres.

De aldea a pequeño imperio

Cuando los romanos antiguos hablaban del origen de su patria, lo hacían resaltando únicamente las hazañas de los cuatro primeros reyes, Rómulo, Numa Pompilio, Tulio Hostilio y Anco Marcio. A los tres posteriores (Tarquino Prisco, Servio Tulio y Tarquino el Soberbio) los repudiaban por su origen etrusco. Sin embargo, fue solo con la llegada de la monarquía etrusca cuando la ciudad adquirió su carácter definitivo de urbs romana.

La burguesía etrusca aumentaba sus arcas gracias a los negocios que el rey le proporcionaba cada vez que entraba en guerra.

Bajo los cuatro primeros reyes, los romanos crecieron ganando terrenos a sus vecinos del este (sabinos), del norte (etruscos) y del sur (latinos). Todo en Roma seguía siendo eminentemente rural. Y siguió así hasta que la cultura etrusca supo hacerse un hueco en el desconfiado cuerpo del Senado. Las guerras con pueblos vecinos habían estimulado la industria, y en ese campo los etruscos no tenían rival.

Llegados de toda Etruria, carpinteros, arquitectos, herreros y mercaderes inundaron la urbe con sus actividades. Las tiendas y negocios se multiplicaron, y los campesinos decidieron trasladarse a la ciudad. Riadas de esclavos también llegaron desde las tierras conquistadas. Nacía así el plenum, la plebe, ingentes masas de extranjeros sin voz ni voto. Esta plebe sería decisiva para el quinto rey.

Con el apoyo y la riqueza de la nueva “burguesía” etrusca, Tarquino Prisco alcanzó el trono. El nuevo monarca refundó la ciudad al “estilo” etrusco, mucho más refinado. Mandó construirse un palacio y rodeó sus actividades de pompa y fasto. Al contrario que sus antecesores, abandonó sus deberes religiosos y se dedicó a la política y la guerra.

Tarquino Prisco, quinto rey de Roma.

TERCEROS

El espacio urbano también cambió. Se ensanchó la ciudad, se efectuó un trazado de las calles delimitando los barrios y echando abajo paulatinamente el enjambre de chozas en que se había convertido la urbe. La plebe estaba encantada con el nuevo monarca. La burguesía etrusca aumentaba sus arcas gracias a los negocios que el rey le proporcionaba cada vez que entraba en guerra. Pero tanta revolución chocó de lleno con el conservadurismo del Senado, que, incapaz de luchar contra la popularidad de Tarquino Prisco, se vio obligado a deponerlo asesinándolo.

Del reformista al tirano

Con la plebe a su favor, su sucesor, Servio Tulio, llevó a cabo una gran reforma política y social que marcaría para siempre el ordenamiento romano. Además de modificar el ejército y doblar sus hombres, Servio puso fin a la vieja división en treinta curias y dio paso a un ordenamiento basado en el patrimonio. Roma debía contar ya con más de cien mil almas, y no todos tenían ya similar poder adquisitivo.

Servio Tulio modificó la estructura de poder romana.

TERCEROS

La mayoría de aquellos nuevos adinerados –que financiaban las guerras y las grandes obras urbanísticas– ni siquiera podía formar parte en los comicios curiados. Así que Servio les dio el trozo del pastel que les correspondía: proporcionó la ciudadanía romana a todo aquel que viviese en Roma y cambió las treinta curias por cinco clases. En los nuevos comicios (ahora se llamaban comicios centuriados, no curiados) el voto ya no valía lo mismo.

La primera clase, la más adinerada, si votaba en bloque, tenía la mayoría de votos. Ni siquiera el Senado podía mover ficha. Ahora, el poder de Roma estaba en manos de la “gran industria” y, además, el pueblo llano se mostraba contento porque no faltaba trabajo. ¿Se quedaría de manos cruzadas el Senado?

Rumbo a la República

Obviamente no. Como ocurrió con su predecesor, el Senado ya le había preparado a Servio Tulio una jubilación anticipada. Sin embargo, los viejos senadores eligieron mal al asesino del rey, Tarquino, que se sentó en el trono desafiando al Senado. Al parecer, disfrutaba de su tiempo libre matando a rivales políticos en el Foro. Apodado el Soberbio, Tarquino se dedicó, sobre todo, a guerrear. Y lo hizo bien.

La legión siguió infundiendo temor en la comarca y las tierras conquistadas no pararon de aumentar. En esta época ya se puede hablar de un pequeño “imperio” romano, que incluía la Sabina, todo el Tirreno y las colonias meridionales de Etruria, hasta Gaeta. Fuera por su absolutismo, fuera por su despreocupación por los problemas internos, lo cierto es que un golpe de Estado terminó con el Soberbio.

El rapto de las sabinas, que describe el episodio legendario del secuestro de las mujeres de la tribu de los sabinos por los fundadores de Roma.

TERCEROS

Mientras, en Roma, los comicios centuriados habían relegado a las viejas curias a un mero papel secundario. Las aristocráticas gentes latinas y sabinas se limitaban ahora a celebrar actos religiosos y poco más. Las reformas de los reyes etruscos habían hecho prevalecer en la escala social romana la riqueza por encima de la sangre. Tarde o temprano, el odio latino-sabino acumulado en Roma debía estallar.

Y cuando lo hizo, cargó contra el “ocupante” etrusco y desencadenó el fin de la monarquía. Las luchas entre la vieja aristocracia y la rica burguesía fomentan un vacío de poder tal que la ciudad se ve atacada primero por Chiusi, una de las ciudades etruscas más potentes del momento, y más tarde por el resto de poblaciones.

En 509 a. C. se instaura la República, que borrará de un plumazo la figura del rex. Poco después, Roma es un lobo herido que se resiste a morir. Deberá comenzar de cero, desposeída de los territorios conquistados por la monarquía. Pero saldrá adelante. Y lo hará con más fuerza que nunca.

Este artículo se publicó en el número 433 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com .