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Ostia, una Roma en miniatura

Arqueología

Por el puerto de Ostia transitaron muchas de las mercancías llegadas por mar con destino a Roma. Sus ruinas son hoy un reflejo de la historia de la capital

El imponente teatro de la ciudad de Ostia.

Rabax63 / CC BY-SA-4.0

Tal vez las ruinas de Ostia, la ciudad portuaria de la antigua Roma, situada a unos veinticinco kilómetros de distancia, no sean tan espectaculares como las de otros sitios y monumentos de la época. Pero este complejo arqueológico es uno de los más extraordinarios del mundo romano. Su importancia reside, en primer lugar, en que es una de las ciudades más íntegras y mejor conservadas tanto a nivel urbanístico y de infraestructuras como arquitectónico y decorativo.

A diferencia de otras urbes, Ostia fue abandonada de forma gradual por sus habitantes, y nunca fue repoblada. Sufrió el habitual expolio de esculturas, mármoles y revestimientos, pero la mayoría de sus edificios y estructuras urbanas se salvaron gracias a que estaban hechos de toba y ladrillo, materiales sin interés de cara a su reutilización. Además, no se construyó nada sobre ellos. A lo largo de los siglos, los depósitos fluviales se encargaron de cubrirlos, lo que contribuyó a su deterioro y, al mismo tiempo, a su conservación.

En segundo lugar, Ostia es única por el modo tan perfecto en que refleja la realidad física y social de la Roma imperial. Con una población cercana a las cincuenta mil personas, correspondientes a todas las clases sociales (desde aristócratas y hombres de negocios hasta estibadores y esclavos) y de las más diversas procedencias (de Hispania a Siria), la ciudad era una versión en miniatura de la sociedad romana. Y su expansión y declive fueron paralelos a los de la propia ciudad del Tíber.

La boca del río

Considerada la primera colonia romana, Ostia (del latín ostium, boca del río) se fundó a instancias del cuarto rey de Roma, Anco Marcio, en la segunda mitad del siglo VII a. C. Diversas fuentes históricas y literarias de los períodos republicano e imperial confirman que, hacia 620 a. C., se construyó una ciudadela fortificada en la desembocadura del Tíber. Su finalidad era controlar la explotación de las salinas que ocupaban el entorno del último tramo del río.

Poco a poco, la ciudad se fue extendiendo más allá del perímetro del castrum, y adquirió un perfil más urbano

No obstante, la escasez de vestigios de esa época no ha permitido ubicar el asentamiento con exactitud. La existencia de Ostia solo queda documentada de forma inequívoca a partir de principios del siglo IV a. C. A esa etapa se remonta el castrum, el germen de la ciudad, un campamento militar articulado en torno a dos vías principales (el cardo maximus y el decumanus maximus) y rodeado por una muralla. Se erigió para controlar la desembocadura del río y el conjunto del litoral, amenazado por las incursiones de griegos y siracusianos.

La colonia se convirtió en una base naval estratégica, pero pronto la privilegiada situación de su puerto fluvial empezó a aprovecharse para fines comerciales: como punto de llegada y almacenamiento de bienes destinados a Roma.

Poco a poco, la ciudad se fue extendiendo más allá del perímetro del castrum, y fue adquiriendo un perfil más urbano. A finales de la República (s. I a. C.) disponía de calles regulares, flanqueadas por pórticos –donde se ubicaban comercios, almacenes y tabernas–, templos, necrópolis, viviendas modestas y domus señoriales.

Una ciudad a lo grande

Con Augusto y los emperadores que le sucedieron, Ostia alcanzó su máximo esplendor. Su función militar menguó, sobre todo, tras el traslado del conjunto de la flota a Miseno, al sur de Roma, y la ciudad se transformó para dar cabida al tejido urbano. Augusto mandó ampliar los depósitos de almacenaje (los llamados horrea) y levantar un teatro y un espacio para los encuentros de negocios, la plaza de las Corporaciones.

Representación del puerto de Ostia en la Antigüedad.

CC0

Por su parte, su sucesor, Tiberio, reorganizó el foro, edificando un gran templo –el de Roma y Augusto– frente al capitolio. Se ganó en altura y monumentalidad gracias al uso del ladrillo, que sustituyó a la toba; y en embellecimiento, gracias al mosaico.

El volumen de tráfico marítimo llegó a ser tan intenso que las instalaciones del puerto fluvial se revelaron insuficientes. Además, al carecer de una bahía natural, la entrada de las naves en el río resultaba complicada cuando las condiciones climatológicas eran adversas. Los barcos de gran calado se veían obligados a permanecer en alta mar, desde donde su carga debía ser traspasada a otras naves más pequeñas.

Para resolver estas dificultades, se erigió un auténtico puerto marítimo a pocos kilómetros al norte de la desembocadura del Tíber y de Ostia, con los que quedaba conectado mediante un canal. El conocido como Portus Augusti Ostiensis se inauguró hacia el año 42 bajo mandato de Claudio, pero, unas décadas más tarde, problemas técnicos llevaron a Trajano a construir un segundo fondeadero, más interno y mejor protegido.

Hoy, las ruinas de ambos, así como de la población creada junto a ellos, Portus, urbanísticamente independiente de Ostia, se encuentran en los terrenos del aeropuerto de Fiumicino.

En el siglo II, Roma se hallaba en la cumbre de su desarrollo, y la población de la capital no cesaba de aumentar, al igual que las importaciones de alimentos y de todo tipo de productos. Muchos de ellos seguían transitando por el puerto de Ostia. Su ciudad tuvo que adecuarse a las nuevas necesidades.

Por eso se multiplicó el número de horrea y se levantaron las insulae, edificios de varias plantas, con una o más viviendas modestas en cada una de ellas, y con una escalera común. No obstante, la estrecha dependencia ostiense de Roma, la que impulsó su desarrollo y riqueza, es lo que, a su vez, determinó su declive. En la segunda mitad del siglo III, el Imperio atravesaba serias dificultades económicas y políticas, y sus efectos se dejaron sentir en la ciudad portuaria.

Durante siglos, se extrajeron de Ostia gran cantidad de reliquias y materiales valiosos

Se inició un período de decadencia, lenta pero inexorable, que condujo a la progresiva despoblación de Ostia durante las dos centurias siguientes. Tras las incursiones de piratas sarracenos, que saquearon lo poco que quedaba del sitio casi sin resistencia, los últimos habitantes de la ciudad se trasladaron a un poblado amurallado cercano, Gregoriópolis.

Del papa al Duce

Durante siglos, se extrajeron de Ostia gran cantidad de reliquias y materiales valiosos, hasta que, en 1855, el papa Pío IX mandó iniciar las primeras excavaciones serias. El territorio formaba parte de los Estados Pontificios. El papa también mandó construir un museo in situ en el que conservar y exponer los objetos que iban saliendo a la luz. Pero, con una financiación escasa e irregular, los trabajos avanzaban con lentitud.

La situación dio un salto cualitativo en la década de 1910, cuando el gobierno italiano intervino, y la exploración pasó a ser metódica y continuada. Aun así, el gran empuje se produjo cuando el régimen fascista incluyó Ostia en el programa de la Exposición Universal de Roma de 194 2.

El grandioso diseño concebido por Mussolini para la nueva Roma imperial contemplaba el yacimiento como un elemento simbólico clave en el renacimiento de la romanidad . Al mismo tiempo, lo integraba en el plan urbanístico de expansión de la capital hacia el mar.

El templo de Roma en el foro de la antigua Ostia.

User:FoekeNoppert / CC BY-SA-3.0

Las excavaciones se convirtieron en una empresa de una envergadura sin precedentes en la historia de la arqueología italiana, tanto por la vastedad del área comprendida como por el poco tiempo disponible y la amplitud de medios humanos y financieros empleados. El objetivo era poner al descubierto un kilómetro cuadrado de ruinas –prácticamente toda el área intramuros–, extrayendo medio millón de metros cúbicos de tierra en tan solo tres años.

El plan, además, otorgaba gran importancia a los aspectos funcionales y estéticos. Preveía levantar una vía panorámica, iluminar los principales monumentos, permitir las visitas nocturnas, ajardinar toda la ciudad, restaurar las fuentes... Todo ello para recrear el aspecto original de Ostia. La Exposición Universal nunca llegó a celebrarse debido a la Segunda Guerra Mundial, pero los gigantescos trabajos arqueológicos se llevaron a término.

Muchos elementos constructivos de las últimas fases de la ciudad se destruyeron

Entre 1939 y 1942 se dobló el área recuperada, lo que permitió (y permite) tener una visión casi completa de una ciudad romana de la época imperial. Sin embargo, la práctica de métodos poco cuidadosos y la prioridad por mostrar los vestigios propios del siglo II –los del apogeo de la Ostia imperial– conllevaron la extracción de las capas superiores –las posteriores en el tiempo– prácticamente sin documentar. Muchos elementos constructivos de las últimas fases de la ciudad se destruyeron.

Nuevas percepciones

La recuperación de la ciudad portuaria continúa en la actualidad a buen ritmo. Hace unos años, el Ministerio de Bienes y Actividades Culturales italiano dio a conocer un estudio con unos resultados calificados de excepcionales: Ostia era mucho más extensa de lo que se sabía.

Un equipo de investigadores de las universidades británicas de Southampton y Cambridge exploraban el Trastevere Ostiense, un área ubicada junto a Ostia, al norte de la zona por la que antiguamente discurría el Tíber. Mediante prospecciones magnéticas detectaron varias estructuras enterradas, entre ellas, fragmentos de vías, murallas provistas con torres y edificios enormes (como uno de 142 m de longitud por 110 de anchura, probablemente usado como almacén).

Todo ello indicaba que el río no marcaba el límite de la ciudad, sino que la dividía en dos. Este descubrimiento ha obligado a arqueólogos e historiadores a repensar muchos de los planteamientos sobre Ostia.

Este artículo se publicó en el número 561 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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