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6 claves sobre la importancia de los ingenieros romanos

Roma no habría sido Roma sin sus ingenieros, que le dieron las armas para erigir un imperio y los puentes y caminos para mantenerlo

Ruinas del templo de Júpiter en Baalbek, Líbano. Foto: Thinkstock / axel2001.

Ingenieros Romanos templo Baalbek Líbano

Con sus construcciones modernas, los romanos no hacen más que estropear el paisaje”, comenta Astérix mientras, camino de Lutecia para comprar una hoz de oro, pasa con Obélix frente a un elevado viaducto en plena edificación.

Aquello, sin duda, era cierto en el año 50 a. C., pero más de dos milenios después, las “moderneces” de entonces forman ya parte imprescindible de nuestra cultura. Todo ello gracias a los buenos oficios de quienes las levantaron: los ingenieros romanos.

Lo más curioso es que, a pesar de la extraordinaria calidad de su trabajo, estos no fueron unos grandes innovadores. Son contados los avances técnicos que les debemos: la aleación de latón, la amalgama de mercurio para extraer oro, el hormigón, las norias hidráulicas y poco más.

En realidad, en lo que se mostraron maestros fue en aprovechar y mejorar los ingenios desarrollados por otros. Siempre pragmáticos, ya se tratara de los qanats orientales para horadar túneles, las bombas griegas de extracción de agua o la fundición de hierro o acero, conocida desde hacía milenios, los romanos fueron capaces de tomar los mecanismos y métodos creados en distintas regiones y no solo adaptarlos a sus necesidades, sino perfeccionarlos y aumentar así sus propios conocimientos.

Gracias a ello, el Imperio romano dispuso de la mejor capacidad técnica del mundo antiguo, que precisamente utilizó para controlarlo y explotarlo a su antojo (o casi) durante más de quinientos años.

Estos son 6 motivos por los que los ingenieros romanos fueron tan importantes:

1. ¿Polifacéticos? Atendiendo al vocabulario latino, por el Imperio pulularon muchos tipos de ingenieros. Desde el topógrafo (mencionado en los textos como agrimensor o gromaticus), que se dedicaba a calcular las superficies para dividirlas en parcelas o para marcar el recorrido de las calles de una ciudad, hasta el architectus, que diseñaba y construía acueductos, puentes, vías, canales, pero también basílicas, baños o villas. Existían, además, otros tipos de ingenieros con nombres y funciones específicos.

Sin embargo, la división es un tanto artificial. Por otra parte, las fuentes son claras: durante la Antigüedad los ingenieros fueron muy polifacéticos, y a menudo se encargaron de construir todo aquello que fuera necesario, reuniendo en sí mismos las facetas de diseñadores y topógrafos.

Los ingenieros romanos fueron muy polifacéticos y a menudo construían todo aquello que fuera necesario.

Es indudable que la especialización existía, y que el ingeniero de una legión tenía mucha más práctica en levantar murallas o fabricar máquinas de asedio que en erigir un edificio.

Pero, terminado su servicio activo, no tendría muchos problemas en aplicar sus conocimientos a un puente, si se le encargaba.

2. Formación profesional. Vitruvio, hablando siempre desde un punto de vista teórico, ya que por entonces no existían las universidades, consideraba que el arquitecto no solo debía saber dibujar, sino también geometría, óptica y aritmética, sin olvidarse de conocimientos generales de historia, filosofía, música, medicina, derecho, astronomía y cosmología. ¡Todo un currículo!

Obviamente, si esto llegó a suceder sería en contados casos. En realidad, tras aprender a leer y matemáticas básicas en la escuela infantil y quizá algo de oratoria, gramática, historia, etc. en la escuela de lo gramático, si uno deseaba hacerse ingeniero no le quedaba más remedio que sumergirse en el mundo teórico que podía encontrar sobre esa profesión en las bibliotecas.

El método más eficaz para convertirse en ingeniero era buscar un maestro a quien seguir los pasos como ayudante.

No conocemos casi ninguna de estas obras, pero, además del clásico tratado de Vitruvio (siglo I a. C.), sabemos que existía el voluminoso Corpus agrimensorum, que se encargaba de enseñar a sus lectores cómo medir terrenos y dividirlos. Pero con esto no bastaba.

El único método eficaz para convertirse en ingeniero era buscar un maestro a quien seguir los pasos como ayudante, viéndole trabajar y aprendiendo de él. Como es natural, si, recién ingresado en el ejército, un legionario era destinado al cuerpo de ingenieros, su camino ya estaba decidido, lo quisiera o no.

Durante sus años de servicio sería uno de esos personajes cuya labor tanto se iba a dejar sentir en el desarrollo del imperio que Roma estaba conquistando. Unos conocimientos que posiblemente convirtiera en su ocupación una vez abandonase el ejército.

Retrato de Marco Agripa. Foto: Wikimedia Commons / Shawn Lipowski.

TERCEROS

3. Pasión por el agua. En el siglo I a. C., Roma había alcanzado una población cercana al millón de habitantes. El crecimiento de la ciudad fue paulatino, de modo que los diferentes cónsules de la República y luego del Imperio la procuraron abastecer de agua.

Esta no solo era necesaria para el consumo, sino que acabó constituyendo uno de los elementos definitorios de la cultura romana. Todas las ciudades de relevancia contaron con un suministro de agua gracias a los acueductos.

Para que nos hagamos una idea, cuando en el año 33 a. C. Agripa se encargó de mejorar el abastecimiento de agua de Roma, no solo construyó un nuevo acueducto, el Aqua Iulia, sino también 700 cisternas, 500 fuentes y 130 torres de agua. ¡Y la ciudad todavía no había terminado de crecer!

Los diferentes cónsules de la República y luego del Imperio procuraron abastecer Roma de agua.

Esa agua traída desde tan lejos alimentaba también uno de los elementos más característicos de la cultura romana, los baños. Nacidos de las instalaciones que acompañaban a los gimnasios griegos, no tardaron en ser adoptados con pasión por los romanos, que los hicieron evolucionar hasta convertirlos en los grandes establecimientos termales de la época imperial, dotados no solo de piscinas con agua a distintas temperaturas, sino también de espacios donde realizar ejercicio físico e incluso de bibliotecas públicas.

4. Limpiar las calles. Los romanos eran conscientes de los problemas causados por el exceso de inmundicia, y pusieron a sus ingenieros a trabajar para atajarla. Las calles de las ciudades, por su parte, podían ser un auténtico vertedero.

Pompeya, por ejemplo, era una ciudad recorrida y ensuciada –como todas en aquellas fechas– por animales de todo tipo, desde caballos hasta humanos. La mayoría de casas carecían de adecuados servicios sanitarios, de modo que los vecinos utilizaban las calles para aliviarse. “¡Cagón, aguántate las ganas hasta que hayas pasado de largo!”, reza un aviso encontrado en Pompeya que explica bien la situación.

Los ingenieros procuraron reducir un tanto esa suciedad al trazar las calles pompeyanas de modo que sirvieran para desaguar el líquido que manaba de las fuentes. El agua derramada arrastraba parte de los restos por las calles. Si las lluvias eran fuertes, se llevaban con ellas gran parte de los detritos acumulados. Las calles de Pompeya eran una especie de cloaca a cielo abierto.

Calle de Pompeya.

TERCEROS

5. Todos los caminos llevan a Roma. La atención prestada al trazado de las calles no es extraña, pues los romanos tuvieron que acabar convirtiéndose en grandes ingenieros de caminos. Mientras su ámbito fue solo el latino, usaron para trasladarse los caminos naturales que seguían los accidentes del terreno y se creaban con el paso continuado de gente.

El primero de los grandes caminos pavimentados fue la vía Apia, comenzada en 312 a. C., que comunicaba Roma con Capua.

Sin embargo, a partir del siglo III a. C. quedó claro que las legiones debían desplazarse con rapidez, lo mismo que las mercancías necesarias para alimentar a Roma. Por ello, se inició la construcción de grandes vías perfectamente pavimentadas, las vías públicas, que seguían el camino más corto o el más rápido, de modo que, cuando era preciso, cruzaban valles mediante inmensos puentes, en lugar de bajar y subir sus laderas.

No se escatimaron gastos para facilitar un veloz desplazamiento terrestre. El primero de estos grandes caminos fue la vía Apia, comenzada en 312 a. C. por Apio Claudio Ceco para comunicar Roma con Capua. Fueron los primeros pasos de una red que llegaría a tener 100.000 kilómetros de longitud durante el Imperio.

Ruinas del acueducto de Barbegal, Francia. Foto: Wikimedia Commons / Maarjaara.

TERCEROS

6. El invento romano. El abastecimiento de grano era esencial para alimentar a la creciente población. Se necesitaba molerlo en grandes cantidades para fabricar harina, lo cual llevó al único invento técnico puramente romano: la noria hidráulica.

De nuevo, los ingenieros llegaban al rescate de los gobernantes, desarrollando un sistema que les permitía sacar todavía más ventaja del agua que acarreaban hasta la ciudad.

La noria vertical aprovecha el movimiento del agua para transformarlo en energía. Transmitida por una serie de engranajes hasta una rueda de molino, esta realizaba el trabajo a una velocidad cinco veces mayor de lo que giraba la noria. En algunos casos se puede hablar de norias casi industriales, como las que existían en Barbegal (Francia) a finales del Imperio.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 558 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

Acueducto de Segovia

TERCEROS

Erigido aproximadamente en 50 a. C., conducía agua a la ciudad desde 16 km de distancia. Patrimonio Mundial desde 1985.

Foto: Thinkstock / SeanPavonePhoto.

Acueducto de Valente

TERCEROS

Terminado en 368 d. C., proporcionaba agua a la ciudad de Estambul. La llevaba desde una fuente situada a un kilómetro. Hoy en día ve pasar bajo sus arcos seis carriles de tráfico urbano.

Pont du Gard

TERCEROS

Formaba parte del recorrido de 50 km que seguía el agua camino de Nimes desde el año I d. C. También es Patrimonio Mundial desde 1985.

Foto: Wikimedia Commons / Benh Lieu Song.

Muralla de Constantinopla

TERCEROS

Una serie de muros defensivos construidos en diversas épocas que rodeaban toda la ciudad y le permitieron resistir hasta su conquista final por los turcos en 1453.

Foto: Thinkstock / Dinosmichail.

Muralla de Lugo

TERCEROS

Augusto la mandó edificar en 13 a. C. Hoy circunda, con sus 2.266 m de longitud, el casco antiguo de la ciudad. Es Patrimonio Mundial desde 2000.

Foto: Thinkstock / Percds.

Muro de Adriano

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Con sus 117 km de longitud, este muro iniciado en 122 d. C. marcaba la frontera entre el Imperio y el territorio picto en Britania. Queda todavía un tramo en pie. Es Patrimonio Mundial desde 1987.

Foto: Thinkstock / Wellwoods.

Puente de Alcántara

TERCEROS

Proyectado por orden de Trajano en 104 d. C., permite vadear en Alcántara (Cáceres) el río Tajo, que pasa 45 m más abajo.

Foto: Thinkstock / Typo-Graphics.

Puente del Eurimedonte

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Concluido en el siglo II d. C., este puente posee 14 m de largo y unos treinta de alto y cruza el río homónimo a la altura de la antigua ciudad de Selge, en Turquía. Su estado de conservación es excelente.

Foto: Wikimedia Commons / Ralph Rochow.

Puente de Sant'Angelo

TERCEROS

Conocido por los romanos como el puente de Adriano, esta estructura sobre el Tíber de 18 m de longitud fue erigida por el César en 134-139 d. C.

Foto: Thinkstock / Daria Serdtseva.

Anfiteatro de El Jem

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Situado en Túnez y construido en 238 d. C., es el cuarto más grande del mundo, con unas dimensiones de 64 x 38 m y aforo para 35.000 espectadores. Es Patrimonio Mundial desde 1979.

Foto: Thinkstock / IdealPhoto30.