Loading...

Malta, 7.000 años de dominación externa

La histórica sede de los Caballeros Hospitalarios dejó de ser una colonia británica hace poco más de medio siglo. La razón de su ocupación reiterada ha sido su envidiable situación en el Mediterráneo.

Los diferentes pueblos que conquistaron Malta dejaron importantes estructuras defensivas.

Terceros

El archipiélago de Malta tiene más de 7.000 años de historia. Pero solo ha sido independiente los últimos 55. ¿Por qué? La explicación de este fenómeno constituye un capítulo fascinante del devenir europeo, ya que refleja la dinámica geopolítica del Mediterráneo desde que este es escenario de grandes civilizaciones.

Centro exacto de su eje este-oeste y situado entre Sicilia y el norte de África, Malta ha sido desde tiempos remotos una codiciada piedra angular en las rutas mercantiles y militares del Viejo Mundo. Sus primeros habitantes, los constructores de los imponentes templos neolíticos, fueron relevados en la Antigüedad sucesivamente por fenicios, griegos, cartagineses y romanos.

Estos últimos legaron al Imperio bizantino las tres islas y los dos islotes que forman Malta. En la Edad Media, es posible que el territorio sufriera una invasión vándala y, con toda certeza, la expansión musulmana. A ella siguió la reconquista cristiana a manos de los soberanos normandos de Sicilia, a los que más tarde absorbió la Corona de Aragón.

Napoleón no previó al tomar las islas un componente básico de la identidad maltesa, su honda religiosidad

Carlos V, heredero de este reino, selló la impronta del archipiélago en la Edad Moderna al confiarlo a la orden de San Juan de Jerusalén, los Caballeros Hospitalarios de las cruzadas, en su afán de mantener a raya a los otomanos en el Mediterráneo. La Malta contemporánea, en la que se enmarca la república actual, emergió con el declive de estos ocupantes en otra coyuntura de sumo interés.

Una colonia estratégica

Ocurrió durante el apogeo de las guerras con que Napoleón buscó imponer fuera de Francia el modelo revolucionario que puso fin al Antiguo Régimen. Pese a su genio estratégico, el Gran Corso no previó al tomar las islas un componente básico de la identidad maltesa, su honda religiosidad.

Llevada por las ideas laicizantes del país galo, la guarnición que dejó a cargo del lugar –antes de seguir rumbo a la campaña egipcia– saqueó las iglesias locales, con lo que despertó una revuelta popular. Las tropas de Bonaparte no tardaron en verse arrinconadas en las fortificaciones portuarias y, poco después, en quedar rodeadas por mar por naves británicas y portuguesas enviadas desde el Reino de las Dos Sicilias a petición de los isleños.

Tras resistir un par de años, las fuerzas francesas capitularon ante las inglesas. Ambas reanudaron las hostilidades tras la Paz de Amiens, con resultado a favor de las segundas, que ya no abandonaron la plaza. Malta les resultaba tentadora, pues, aparte de su posición privilegiada en el Mediterráneo, contaba con magníficos puertos naturales de aguas profundas y su territorialidad de reducidas dimensiones hacía que fuera fácil vigilarla.

El asedio de Malta de 1565 sirvió como punto de inflexión en el avance otomano hacia el oeste.

Wikimedia Commons

El Tratado de París, firmado en 1814, aquel que exilió a Napoleón a Elba antes de Waterloo, oficializó esta permanencia. El archipiélago, convertido en colonia del Imperio británico, se enriqueció a lo largo del siglo XIX gracias a la lucha por la independencia griega, el conflicto de Crimea o la apertura del canal de Suez.

Su situación, a medio camino entre Gibraltar y Egipto, en poder inglés, lo transformó en una escala ideal en la ruta de la metrópolis a estos sitios, así como a Oriente Próximo, India e incluso el Pacífico. La Royal Navy enseguida instaló allí la sede de su Flota del Mediterráneo. Y allí repostaban carbón y víveres los cargueros de las compañías mercantiles en sus largas travesías.

La prosperidad de los muelles generó empleo, fomentó la artesanía, el comercio y la banca y permitió tender una vía férrea. Pero este progreso material carecía de contrapartida política. En tanto colonia, un gobernador militar regía las islas. La administración británica admitió paulatinamente en su seno a miembros malteses, primero a través de un Consejo de Gobierno y, desde mediados del siglo XIX, de representantes electos que serían la mayoría a finales de esa centuria.

Sin embargo, desde la unificación de Italia se habían levantado voces a favor de la anexión a este país vecino. Pero este clamor, oído tanto en el archipiélago como en la bota, se acalló durante la Primera Guerra Mundial. Durante el conflicto, ingleses e italianos combatieron codo con codo, y Malta colaboró acogiendo tal cantidad de heridos –en una antigua tradición originada en los Caballeros Hospitalarios– que se la conoció como la “enfermera del Mediterráneo”.

Miles de malteses emigraban debido a una crisis producida por el uso de las embarcaciones a petróleo

No obstante, la posición pro-peninsular volvió a estallar acabada la guerra. Ahora con más virulencia, puesto que las autoridades anglosajonas, al reprimir una protesta contra nuevos impuestos, mataron a cuatro isleños. Aquella jornada –recordada por su fecha en italiano, el Sette Giugno– intensificó el sentimiento antibritánico y se sumó al auge irredentista en Italia, azuzado por D’Annunzio, Mussolini y el fascismo en ciernes.

Londres, para serenar los ánimos, concedió a la colonia una Constitución que garantizaba el autogobierno. Pero el malestar continuó. Hacía tiempo que miles de malteses emigraban debido a una crisis económica producida por el uso de las embarcaciones a petróleo, que fueron haciendo innecesarias las escalas en las islas, y por la reducción del tráfico marítimo a raíz de la nacionalización del canal de Suez.

De poco sirvió reconvertir los astilleros hacia la construcción naval civil. Eco de los problemas sociales, la atmósfera política se crispó aún más, hasta el punto de que la carta magna fue suspendida, reinstaurada y luego revocada otra vez en los años treinta.

Por fin la libertad

Otros dos acontecimientos terminaron de tensar la relación con la metrópolis durante aquella década. Por un lado, la Royal Navy trasladó la Flota del Mediterráneo a Alejandría, propinando el tiro de gracia a la maltrecha economía del archipiélago. Por el otro, se prohibió el italiano como lengua cooficial.

Esto no gustó precisamente a los malteses irredentistas, pero fue una respuesta previsible al expansionismo de Mussolini, un peligro próximo tanto al norte, por Sicilia, como al sur, por Libia. Lo cierto es que el propio Duce abortó cualquier posible triunfo popular de la tendencia anexionista en las islas al bombardearlas salvajemente desde el aire y bloquearlas por mar durante la Segunda Guerra Mundial.

La Valeta quedó muy dañada por los constantes bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial.

Wikimedia Commons

No obstante, pasado el conflicto, en que los habitantes demostraron su lealtad a la Corona británica, volvió a evidenciarse que el régimen colonial hacía aguas. La crisis económica continuó agravándose sin que Londres ofreciera medidas suficientes para paliar la situación. Además, se redujo su interés estratégico en el archipiélago en un momento en que el valor ejemplar de los malteses en la contienda había reforzado su propia conciencia como nación.

Estos factores confluyeron en una reivindicacion unánime: la independencia. Se trató de un proceso negociado y paulatino, tan sereno como inexorable. El archipiélago se emancipó en todos los aspectos, salvo en asuntos exteriores y defensa, en 1964, dentro del marco de la Commonwealth.

Una década más tarde consolidó su soberanía constituyéndose en república, con lo que un presidente electo sustituyó como jefe de Estado a la reina de Inglaterra. Mientras, una serie de tratados fueron concertando el último paso hacia la autonomía plena: la retirada de las tropas británicas y el control de las comunicaciones, desde los puertos y el correo hasta la radio y la televisión.

Este avance final culminó el 31 de marzo de 1979, no en vano recordado como el Día de la Libertad. Por primera vez desde la llegada de los fenicios, milenios antes, Malta comenzó a regirse a sí misma sin presencia militar ni más injerencias de potencias extranjeras.

Miembro de la Unión Europea desde 2004, la república comparte en la actualidad con países como el nuestro la condición de frontera exterior de la UE y el dramático conflicto de la inmigración ilegal.

Este artículo se publicó en el número 505 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.