Los Borgia: el ascenso de una dinastía valenciana en Roma (I)
Juegos de poder
Un plebeyo valenciano supo enmascarar sus orígenes para escalar en la jerarquía eclesiástica, hasta abrir para él y su familia las puertas de la mismísima Roma
Los Borgia: el ascenso de una dinastía valenciana en Roma (y II)
Protagonistas de un espectacular ascenso social y político, los Borgia, versión italianizada del apellido Borja, pasaron en pocas décadas de ser una familia casi desconocida de la pequeña nobleza del Reino de Valencia a colocarse en el epicentro del poder de Roma y, por ende, del mundo cristiano.
Gracias a su habilidad, a las circunstancias favorables y, con frecuencia, a las intrigas y a su falta de escrúpulos a la hora de perseguir sus metas, esta saga llegó a producir dos papas (Calixto III y Alejandro VI), una docena de cardenales y algunos de los personajes más emblemáticos –a la vez que denostados– del Renacimiento europeo. Todo ello en la segunda mitad del siglo XV, un período crucial de la historia, en el que tuvieron lugar las grandes transformaciones que supusieron el tránsito del mundo medieval a la Edad Moderna.
Pese a sus importantes aportaciones en el ámbito cultural y a que entre sus miembros figura incluso un santo (san Francisco de Borja), la memoria de esta familia siempre ha estado ensombrecida por la corrupción y los crímenes. Una larga lista de escándalos que, si bien en muchos casos se corresponden con la realidad, no fueron en absoluto exclusivos de su apellido.
Los orígenes de la dinastía
Cuando en 1378 nació Alfonso de Borja, el futuro Calixto III, en Xàtiva había varias familias con su apellido. Solo una de ellas, los Gil de Borja, cuyos orígenes se sitúan en Aragón, pertenecía a la nobleza. La rama de la que procedía Alfonso, plebeya, formaba parte de la élite mercantil local.
Inteligente y ambicioso, Alfonso no se sentía atraído por el negocio familiar, el comercio, y se inclinó por los ámbitos eclesiástico y jurídico. Se doctoró en Derecho Civil y Canónico e inició su carrera como profesor de la Universidad de Lérida, a la vez que entraba al servicio del rey de Aragón, Alfonso el Magnánimo, como consejero.
Pero su origen no aristocrático era un escollo para sus deseos de promoción a los altos puestos a los que aspiraba. La solución que resolvió en cierta medida el problema fue organizar el enlace de su hermana Isabel con Jofré Gil de Borja, de la rama noble de la familia.
El plan de Alfonso era aparecer como un miembro más de la familia y, por lo tanto, de cuna noble
El matrimonio fue conveniente para todos. La novia aportaba una cuantiosa dote y un hermano influyente a unos aristócratas que estaban en horas bajas política y económicamente, y los Borja comerciantes, ricos pero de bajo linaje, entroncaban con la nobleza.
Aunque el plan de Alfonso iba más allá: a partir del casamiento, probablemente a instancias del propio Alfonso, los Gil de Borja abandonaron el “Gil”, pasando a denominarse tan solo “Borja”, de modo que se produjera una especie de confusión entre ambos grupos familiares. Esto iba a permitir a Alfonso aparecer, más tarde, como un miembro más de la familia y, por lo tanto, de cuna noble.
De la unión entre Isabel y Jofré nacerían varios hijos. Uno de ellos fue Rodrigo, el futuro Alejandro VI, que a su vez sería el padre de César y Lucrecia Borgia, entre otros.
Camino hacia el papado
Siempre vinculada a Alfonso V de Aragón, la trayectoria de Alfonso de Borja siguió un imparable ascenso. Negociador paciente y sagaz, desempeñó un destacado papel en la conclusión del Cisma de Occidente. Fue él quien –siguiendo el mandato del rey– convenció al antipapa Clemente VIII, sucesor de Benedicto XIII (el Papa Luna), para que renunciara a su cargo, poniendo fin de este modo al último foco cismático. Como recompensa por su significativo éxito diplomático, fue nombrado obispo de Valencia, una de las diócesis más ricas de aquel reino.
En los años siguientes, Alfonso de Borja continuó siendo la mano derecha de Alfonso el Magnánimo. De hecho, lo acompañó en diversas ocasiones a Nápoles. Estuvo al lado del monarca aragonés durante la campaña de conquista de este territorio del sur italiano, sobre el que terminaría reinando más tarde.
Cuando el soberano decidió residir permanentemente en Nápoles, dejando el reino de Aragón en manos de un regente, Alfonso de Borja siguió a su señor y se instaló también en esta ciudad, lo cual le permitió conocer mejor los ambientes políticos y religiosos de Italia. El monarca le encomendó la reforma administrativa del nuevo reino y la presidencia del Consejo Real, nombrándole, además, preceptor de su hijo ilegítimo, Ferrante (futuro soberano de Nápoles).
Como embajador en el Concilio de Florencia, Alfonso negoció el acuerdo entre el Magnánimo y el papa Eugenio IV, por el cual el pontífice reconocía los derechos del rey a la Corona de Nápoles, al tiempo que este retiraba su apoyo al Concilio de Basilea, que poco antes había depuesto al papa acusándolo de herético.
La recompensa para Alfonso por estos servicios fue, en 1444, la obtención del capelo cardenalicio. Fue entonces cuando hizo de Roma su lugar de residencia, alejándose por primera vez del servicio directo del Magnánimo.
El principal motivo de la elección de Alfonso de Borja como papa fueron justamente las desavenencias entre las principales familias italianas
Al año siguiente, tras la muerte de Nicolás V, Alfonso de Borja, sorprendentemente, era elegido papa, adoptando el nombre de Calixto III. Es probable que, pese a la indudable ambición que puso de manifiesto a lo largo de toda su vida, Alfonso de Borja no pensara ni remotamente en la posibilidad de que algún día llegara a ocupar el trono de San Pedro.
Los pontífices, en ese período, procedían tradicional y casi invariablemente de potentes linajes italianos. En realidad, el principal motivo de su elección fueron justamente las desavenencias entre las principales familias italianas del momento, como los Orsini o los Colonna, que no lograron alcanzar un acuerdo a la hora de escoger a uno de sus candidatos.
En ese sentido, Alfonso de Borja era políticamente neutral. Además, estaba considerado un excelente jurista y un administrador muy eficaz. Era un tecnócrata, en definitiva, y contaba además con otro importante elemento a su favor: su edad avanzada (75 años). Numerosas razones que le convertían, en principio, en el papa de transición ideal.
El pontificado de Calixto, que duró tres años, estuvo principalmente marcado por su firme voluntad de frenar el avance turco en Europa. Poco después de su elección, promulgó una bula en la que predicaba la cruzada contra los turcos, que dos años antes se habían apoderado de Constantinopla. Gracias a su tesón, logró reunir las suficientes fuerzas como para levantar el sitio de Belgrado e impedir que los turcos invadieran Hungría, lo cual les habría dejado abiertas las puertas del resto de Europa.
Sin embargo, Calixto III se caracterizó por llevar el nepotismo y el clientelismo a su máximo nivel. Pronto, la Santa Sede se vio invadida por sus familiares y partidarios, a los que los romanos denominaban despectivamente “i catalani”, que coparon la mayoría de altos cargos de la curia papal y a los que colmó de privilegios. El cargo más importante de los Estados Pontificios, el de vicecanciller de la Iglesia, lo reservó para su sobrino predilecto, Rodrigo, el futuro Alejandro VI, al que poco antes había nombrado cardenal.
Como era de esperar, esta actitud desató la antipatía y la hostilidad de la oligarquía romana y de toda la curia. La animadversión que causó fue tan fuerte que, cuando el papa murió en 1458, se desencadenó una persecución feroz contra sus familiares y todo su entorno. En dicho acoso, uno de los sobrinos del pontífice, Pedro Luis de Borgia, que ocupaba el puesto de capitán general de los ejércitos de la Iglesia, fue herido y falleció.
Los inicios de Rodrigo
Rodrigo de Borgia se encontraba junto al lecho en el que yacía el papa Calixto cuando este expiró. Protegido por su tío, había realizado una carrera fulgurante y acumulado enormes riquezas, granjeándose, como todo el clan Borgia, numerosas enemistades. Pero Rodrigo, que era extremadamente hábil y no tenía intención de abandonar Roma, había tejido una red de complicadas alianzas con las diferentes familias romanas rivales, y fue esto lo que le mantuvo a salvo cuando los Borgia cayeron en desgracia.
En el cónclave celebrado para escoger un nuevo papa, gracias a sus maniobras, Rodrigo logró que fuera elegido Eneas Silvio Piccolomini, que fue proclamado pontífice con el nombre de Pío II. Este lo premió con la confirmación de su cargo de vicecanciller de la Iglesia.
Rodrigo mantuvo permanentemente su influencia en la curia romana gracias a su talento, a su inteligencia y a sus dotes de negociación
Rodrigo era el prototipo del noble del Renacimiento: culto, humanista y desprovisto de preocupaciones morales, político sin escrúpulos y gran diplomático. A diferencia de su tío Calixto, hombre recatado y de costumbres austeras, Rodrigo era un hedonista, amante del lujo y el refinamiento. En Roma eran conocidas su vida licenciosa y sus numerosas amantes. Con una de ellas tuvo a su primogénito, Pedro Luis, que años más tarde sería el primer duque de Gandía.
En torno a 1470 se enamoró de la bella cortesana Vannozza Cattanei, con la que mantuvo una larga relación y que le dio cuatro hijos: Juan, César, Lucrecia y Jofré.
Gracias a su talento, a su inteligencia y a sus dotes de negociación, Rodrigo mantuvo permanentemente su influencia en la curia romana y consiguió ser el hombre de confianza de los papas siguientes, Pablo II, Sixto IV e Inocencio VIII.
Sin duda, uno de los episodios más destacados de esos años fue su intervención en el conflicto desencadenado por la unión matrimonial entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.
En 1469, los dos príncipes habían decidido casarse, lo que reforzaría la posición de cada uno de ellos frente a la nobleza en sus respectivos reinos. Como eran primos segundos, precisaban una dispensa eclesiástica, algo que habría requerido cierto tiempo. Pero la complicada situación aconsejaba celebrar el casamiento con urgencia, por lo que resolvieron unirse en matrimonio en secreto utilizando una bula papal falsa.
Cuando la noticia llegó a Roma, Pablo II excomulgó a Isabel y Fernando, lo que se tradujo en el inicio de una larga pugna entre los futuros Reyes Católicos y la Santa Sede. En el año 1472, siendo ya papa Sixto IV, Rodrigo viajó a la península ibérica y otorgó finalmente el perdón papal a Isabel y a Fernando, obteniendo, a cambio, una mayor autoridad de la Santa Sede en los reinos de Castilla y Aragón.
Más adelante, siendo pontífice Inocencio VIII, Rodrigo de Borgia se vio beneficiado por otra disputa entre el Papado y Fernando, cuando este era ya rey de Aragón. El monarca se había arrogado la potestad de nombrar ministros eclesiásticos en sus territorios, lo que provocó una vez más la puesta en marcha de otro proceso de excomunión. Rodrigo entabló conversaciones con Fernando que dieron como resultado la rectificación del rey y la paralización de dicho proceso de excomunión, a cambio de lo cual obtuvo, para su hijo primogénito, el ducado de Gandía.
La ocasión perfecta
A la muerte de Inocencio VIII en 1492, tuvo lugar en Roma un cónclave que estuvo marcado por una dinámica similar a la que llevó a la elección de su tío, Calixto III, treinta y siete años antes. Las fuertes rivalidades de las familias italianas más poderosas impedían que estas llegaran a un acuerdo sobre quién debía ocupar el solio pontificio.
Rodrigo vio su oportunidad y, tras unas intensas negociaciones –en las que seguramente prometió todo tipo de favores y privilegios, y en las que probablemente tuvo que utilizar parte de su fortuna para comprar votos–, consiguió el apoyo de los Sforza, los Farnesio y los Orsini, además del de todos los cardenales. A los 61 años, Rodrigo se convertía en Alejandro VI.
Este artículo se publicó en el número 514 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.