El Papa Luna, Benedicto XIII, el aragonés rebelde que se enfrentó a la Iglesia
Edad Media
El que sería conocido como el Papa Luna, Benedicto XIII, fue uno de los protagonistas del Gran Cisma de Occidente. Murió a los 95 años, retirado en Peñíscola
El arsénico fue introducido en los dulces por fray Calvet y Domingo Dalava, que era el camarero personal del antipapa Benedicto XIII. Habían sido sobornados por el nuevo Papa de Roma, Martín V, que deseaba con determinación acabar con la vida del Pedro de Luna, conocido como el Papa Luna, refugiado en el invulnerable castillo de Peñíscola, arropado por sus más fieles, con el mar Mediterráneo como espacio de referencia.
El método para intentar asesinarlo era bastante común en ese periodo final de la Edad Media, pero fracasaron porque el antídoto natural del arsénico es el azúcar, y porque el médico personal del pontífice, Gerónimo de Santa Fe, supo aplicar buenas soluciones de urgencia. Ocurría en 1418.
Era un hombre duro, brillante, testarudo, inagotable, de gesto seco, que se enfrentó la al institución más poderosa de la Edad Media”
Lo cuenta Pablo González, experto en la historia de Peñíscola. Cinco años después fallecía, atención, a los 95 años de edad, en esta preciosa ciudad del antiguo Reino de Valencia, pegada a Catalunya. Era un hombre rebelde, testarudo, inagotable, culto, brillante, de fuerte carácter y gesto seco, que se enfrentó a la Iglesia Católica hasta ser excomulgado y condenado por Roma en el Concilio de Constanza (1413); y que puso en jaque a las monarquías europeas.
Un tipo incómodo con una vida de novela, como la que le dedicaron Vicente Blasco Ibáñez en El Papa y el mar o Jesús Maeso de la Torre en El Papa Luna. Benedictus XIII y el Cisma de Occidente, y que hubiera encajado a la perfección como protagonista en una serie de televisión como la de Juego de Tronos.
Dice de él Jesús de Maeso en una entrevista publicada cuando editó su libro que “era un hombre insobornable, de una limpieza moral intachable. Era casto, sobrio, austero... Dormía en una cama de pino, comía en platos de estaño..”. Y añade que “era la antítesis del clero de la época, en el que abundaban la simonía (compra o venta de sacramentos, prebendas y beneficios eclesiásticos), la lascivia, la codicia de riquezas... Los grandes eclesiásticos vivían en palacios suntuosos”.
Vale la pena detenerse en la novela que escribió sobre el Papa Luna el valenciano Blasco Ibáñez, que era por cierto un escritor y agitador profundamente anticlerical y republicano. En ella, el autor de La barraca traza el perfil de un personaje que pretendía, ante todo, una Iglesia más cercana al pueblo y que al tiempo amaba la cultura y la política de consensos. Es en Peñíscola, desde una habitación donde podía ver mar, donde este formidable personaje escribió su obra principal, El Libro de las Consolaciones de la Vida Humana.
Lo más sorprendente del Papa Luna es observar cómo supo moverse con habilidad en uno de los periodos más convulsos de la Iglesia Católica en su historia, en el conocido como Gran Cisma de Occidente (1378-1417). Un periodo en el que la división de la institución, con sedes en Aviñón y Roma, provocó que en un momento determinado hubiera tres papas al mismo tiempo. Con la monarquía francesa cuestionando el poder de Roma y generando el caldo de cultivo de movimientos reformistas que con el tiempo, ya en el Renacimiento, alimentarían el luteranismo y el calvinismo.
Un tiempo,el del siglo XIV e inicios del XV, de guerras, de Reconquista, de disturbios urbanos, del fin del feudalismo, de auge de las ciudades y que salía de graves pandemias como la temible Peste Negra que mató a uno de cada tres europeos.
Benedicto XIII es fruto de ese tiempo, y supo como pocos convivir con él. Natural de Illueca, este aragonés nació en 1328 el seno de una prestigiosa familia de la Corona de Aragón, con personajes ilustres en todos los campos fundamentales de esa época: nobleza, clero y ejército. De hecho, Pedro de Luna fue también militar; un tipo duro, dicen los historiadores, valiente, que dejó las armas para formar parte de la Iglesia, lo que era bastante común. Pero la institución que conoció el Papa Luna se estaba resquebrajando por el conflicto latente entre Iglesia y Estado con Felipe IV el Hermoso, rey de Francia, y el papa Bonifacio VIII, de protagonistas.
Intentó pacificar el Gran Cisma, pero acabó siendo protagonista de una crisis católica que duró 40 años”
La jugada la ganó el monarca: arrestó por las bravas al pontífice en la localidad italiana de Anagni, actitud también muy común en ese momento de la historia donde la política se resolvía a golpe de espada. Poco después moría Bonifacio VIII, y el rey imponía un papa francés, Clemente V. Este trasladó la Santa Sede de Roma a Aviñón. Así, el papado pasó a estar desde aquel momento bajo la órbita del reino de Francia. Era el primer paso para la grave crisis que vendría tiempo después y que llegaría con el papa Gregorio X. Este pontífice aunque era francés, decidió que era hora de regresar a Roma.
Tras morir, al poco tiempo, sus posibles sucesores, los cardenales, tomaron partido según sus conveniencias. La facción italiana, presionada por el pueblo romano, revuelto y furioso, hizo papa a Urbano VI. Pero en el cónclave que lo eligió faltaban los cardenales de Aviñón, que declararon nula su elección. Ahí es cuando aparece Pedro de Luna, cardenal, protegido de la Corona de Aragón y que acudió de mediador y que acabó sumándose al bando rebelde.
Poco después nombrarían sumo pontífice a un primo del rey de Francia, que fue proclamado Clemente VII y se estableció en Aviñón.La Iglesia tenía dos papas y el cisma, que duraría cuarente años, se consolidaba. Ambas sedes, la italiana y la francesa, se precipitaron a la búsqueda de apoyos. Clemente VII confió esta delicada misión a Pedro Martínez de Luna. El cardenal consiguió el respaldo de Castilla, Aragón, Navarra, Nápoles, Alemania meridional, Escocia y, desde luego, Francia. El resto de países favorecieron al romano Urbano VI.
Pedro de Luna, en un gesto de conciliación, creía oportuno unir al catolicismo mediante la abdicación de los dos papas en disputa y la designación de un tercero, pero su proyecto era rechazado por Clemente VII. A su muerte, Luna fue elegido papa con el nombre de Benedicto XIII con la promesa de acabar con el Gran Cisma. Sin embargo, una vez en la silla papal aviñonesa, desechó las ideas que había defendido poco antes. Y comenzó una nueva fase de crisis en la institución.
Fue excomulgado, perseguido e intentaron asesinarlo por orden del Papa Martín V, pero no lo lograrón”
Pedro de Luna no se rindió, e hizo famosa la frase de “mantenerse en sus trece” en referencia a su nombre como pontífice, Benedicto XIII. Regresó a su tierra natal para asegurarse su apoyo de la Corona de Aragón. Benedicto XIII esperaba el apoyo del Rey de Aragón y de su más íntima amistad y confesor personal, San Vicente Ferrer, en aquel momento crucial, cuando parecía incluso que el Cisma se podía resolver a su favor. Pero no fue así, y Benedicto XIII vio como se le giraba la tortilla.
“Fue el único pontífice elegido papa por cardenales anteriores al Cisma de Occidente” señalaba Jesús de Maeso, y desde esa legitimidad mantuvo el pulso. En Roma, un nuevo papa, Gregorio XII, de carácter moderado y pacificador, asumió el poder con la pretensión de terminar con la bicefalia de la cristiandad. Fue entonces cuando se produjo la conocida como cumbre de Pisa, en la que se invistió a un nuevo papa, Alejandro V. Los otros dos pontífices se negaron a renunciar, por lo que tras este Concilio no hubo dos, sino tres papas simultáneos.
Entretanto, la jerarquía pisana tenía un nuevo santo padre, Juan XXIII, (en realidad un antipapa) que había reemplazado al difunto Alejandro V. Juan XXIII, con la aprobación de Segismundo, soberano del Sacro Imperio, convocó un sínodo que debía celebrarse en Constanza, Alemania, para clausurar de una vez por todas el Gran Cisma.
Allí Juan XXIII fue deslegitimado; Gregorio XII, el romano, renunció a través de un representante; pero el Papa Luna se negó a abdicar y se retiró a Peñíscola, en Castellón. Constanza ponía fin al Cisma de Occidente, y el aragonés se refugiaba con sus más fieles, y dedicó el resto de sus días a reivindicarse, a leer y escribir, y a modernizar la localidad castellonense.
Fundó la universidad de Saint Andrews, la más prestigiosa de Escocia, y dedicó sus últimos años a escribir”
También desde Peñíscola fundó la Universidad de Saint Andrews, la primera y más prestigiosa universidad de Escocia. Y uno de los últimos reductos de fidelidad hacia el Papa Luna en todo el mundo. A los 95 años moría, y Roma se libraba de uno de los personajes más incómodos de su tiempo. Era tan testarudo que, como ejemplo, en el Concilio de Perpiñán, promovido por el Rey de Aragón (finales de 1408, comienzos de 1409) el que el Papa Luna defendió su legitimidad durante más de 7 horas ininterrumpidas en un latín perfecto.
Decía en la entrevista sobre su libro Jesús Maeso de la Torre que “el Papa Luna fue un hombre absolutamente contradictorio. No fue una persona tozuda, sino que hizo una virtud de su firmeza. Mantuvo en jaque a la colosal maquinaria del Vaticano. Fue un personaje admirable y único”. Durante un tiempo, Roma no quiso más cardenales de la Corona de Aragón que pudieran convertirse en papas.
Pero décadas después llegarían al Vaticano otros personajes que acabarían convirtiéndose en una pesadilla para los poderes de la Europa del Renacimiento; listos y ambiciosos, con una visión de la política amplia y que perduraría durante siglos; eran los Borja, una saga valenciana que tendría dos papas, Calixto III y Alejandro VI, con una familia de personajes míticos como César o Lucrecia. Pero esa es otra historia.
En Peñíscola, la ciudad que lo acogió, ayudó a modernizar la ciudad cuando Europa estaba a las puertas del Renacimiento”