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Frentes de guerra, penales durísimos e incluso guaridas de monstruos son lugares, reales o de ficción, que hay que evitar. A toda costa.
La Isla del Diablo. Francia, como otras potencias europeas, dispuso de un duro sistema penal en ultramar que, en tiempos en que la esclavitud ya había sido abolida, utilizó a los presos para sustituir a la mano de obra esclava. Uno de los presidios más conocidos fue la Isla del Diablo, en la Guayana, donde recalaron reclusos célebres como los impulsores de la Comuna o Alfred Dreyfus. No era como el castillo de If, pero casi.
Polonia. Hace justo 85 años Polonia era uno de los peores países del mundo donde encontrarse de paso porque fue justamente allí donde prendió la mecha de uno de los conflictos más sangrientos de todos los tiempos. El 1 de septiembre de 1939, en una operación de la que la URSS de Stalin también sacó tajada, Alemania invadió el país y dio pie al estallido de la segunda guerra mundial. Este videorreportaje recuerda aquellos acontecimientos.
Gaza. La guerra ha convertido a la Franja de Gaza en un infierno para sus poco más de dos millones de habitantes. La situación no es nueva, porque históricamente los conflictos bélicos se han sucedido en una región de elevado interés estratégico. Ya en la Antigüedad, la capital desafió a Alejandro Magno, uno de los grandes conquistadores del mundo grecorromano. La historia terminó mal para sus habitantes.
Fondo marino. Por si el mundo real no fuera un lugar lo suficientemente peligroso, en el pasado prácticamente todas las culturas imaginaron que en el fondo del mar y en las profundidades abisales vivían monstruos y grandes criaturas aterradoras. En cierta forma, son los antepasados remotos de Gozdilla.
Más allá
¿Cuánto costaría construir el Coliseo? Este vídeo del canal de Youtube Told in stone se pregunta cuánto costaría hoy construir el Coliseo de Roma. La respuesta, necesariamente inexacta, es que aproximadamente 2.000 millones, pero lo más interesante es que los medios técnicos actuales abaratarían mucho la obra, pero los costes laborales de hoy se dispararían en comparación con los tiempos de los Flavios, cuando el trabajo duro recaía en los esclavos. (con traducción automática en castellano)
Memoria adhesiva. En los años 70, durante la transición, los adhesivos de propaganda y de activismo social, clandestinos o no, tuvieron una gran difusión y se convirtieron en el hermano pequeño de la publicidad política. El CRAI de la Universitat de Barcelona ha reunido esta colección accesible online que contiene muchos ejemplares que resultarán familiares a quien tenga edad suficiente.
Déjà vu
Miedo tecnológico. El progreso de la inteligencia artificial y la supuesta amenaza que puede representar para la especie humana, o la omnipresencia de las redes sociales y los efectos psicológicos que pueden causar sobre la población son algunos de los ejemplos más recientes del miedo a los avances tecnológicos. Pero ese miedo, justificado o no, no es nuevo, pues históricamente los temores siempre se han disparado en amplias capas de la población ante la inminencia de cambios de gran calado. Este año se han publicado dos libros a partir de los cuales se pueden trazar interesantes paralelismos con la actualidad.
Robert Peckham ha explorado en Miedo (Paidós) cómo ha evolucionado y cómo ha sido utilizada esta emoción a lo largo de la historia. En su libro, el autor británico se detiene particularmente en la Revolución Industrial para la que traza un discurso alejado de la visión optimista más común. Desde su punto de vista, la introducción de la maquinaria moderna en el siglo XIX e inicios del XX propulsó el temor a los accidentes, a la pérdida del empleo por el propio proceso de cambio, a la alienación de los trabajadores y a la destrucción del tejido social.
Muchas de estas amenazas suenan perturbadoramente actuales. “Hoy las advertencias de algunos comentaristas decimonónicos sonarían totalmente contemporáneas”, explica Peckham en referencia a la idea de que las máquinas llegarían a tomar el control y desplazarían a los humanos.
Las máquinas, tal vez no llegaron a tomar el control entonces, pero la mecanización y automatización, junto a la idiosincrasia del sistema capitalista, provocaron una aceleración del tiempo, apoyada además por argumentos morales e incluso religiosos. Muchos no pudieron sostener el ritmo del cambio y quedaron arrinconados en la marginalidad del sistema, y otros se resistieron a esa aceleración. Es la tesis del historiador Laurent Vidal, autor de Los lentos (Errata naturae). Una vez más, son evidentes los paralelismos con el mundo contemporáneo en el que el progreso tecnológico ha supuesto una enorme inyección de prisa.