Haber comprado un piso en Catalunya u otro lugar del mundo no prepara a uno para la experiencia de intentar convertirse en propietario en Inglaterra o Gales (Escocia tiene su propio sistema, diferente). No hay discriminación –excepto la de tener o no dinero– pero sí feudalismo, y para empezar hay que saber distinguir entre la figura del freehold, en la que uno es propietario del terreno sobre el que están edificados la casa o el apartamento, y la del leasohold, en la que ese terreno pertenece a la Casa Real, la Iglesia anglicana o el duque de Westminster, y solo lo alquila por un número de años, que pueden ser lo mismo quince o veinte que mil, cobrando por ello una renta, normalmente una cantidad simbólica.
Alrededor de un veinte por ciento de las propiedades son leasehold, por lo general pisos en bloques de edificios en los mejores barrios de Londres, y cuyo valor varía según la duración del lease o alquiler. Se trata de un concepto de origen medieval, de cuando los nobles y señores feudales cedían sus tierras a agricultores para que las cultivaran, y les dejaban construir en ellas casas en las que vivir. Tienen gastos comunes a veces importantes, de jardinería, portero, seguros, limpieza y mantenimiento, que pueden variar sustancialmente si cambia el dueño y la adquiere, por ejemplo, un fondo de inversiones.
Ya sea un freehold o un leasehold, una diferencia fundamental con España y otros países es la ausencia de la figura del notario para verificar la identidad de quienes efectúan la transacción y que todos los documentos estén en regla. El proceso lleva tres o cuatro meses, en los que, en la gran mayoría de casos, comprador y vendedor nunca se ven las caras, y todo se realiza a través de la agencia inmobiliaria y los respectivos abogados.
Es un mercado que favorece al vendedor, porque hay menos oferta de pisos que demanda. El comprador ideal es el que tiene el dinero en efectivo, después viene el que necesita una hipoteca, y el peor de todos es aquel que requiere primero vender su propia casa para comprar otra. Que las dos partes se pongan de acuerdo en la operación y den su palabra no impide que puedan cambiar de idea hasta el momento mismo de la firma del contrato de compraventa, y a veces se sube el precio con el pretexto de que han aparecido candidatos que pujan más alto.
En el caso más habitual, de que se necesite una hipoteca, la agencia inmobiliaria sugiere al comprador que utilice los servicios de un broker o agente con el que trabaja, y que en teoría negocia con los diferentes bancos la mejor oferta posible. También se puede encargar de, al cabo de unos años, cambiar de institución bancaria si aparece otra que ofrece mejores condiciones.
En uno de cada cinco transacciones en Inglaterra y Gales el comprador no adquiere el terreno, que es propiedad de la Corona, la Iglesia o un noble
Los fondos que se aportan a tocateja para la operación son minuciosamente examinados para asegurarse de que no se trata de un blanqueo de capitales, y de ahí que el proceso se demore entre tres y cuatro meses. Uno ha de justificar el origen de todo el dinero que pone, ya sea fruto de sus ahorros o regalo de los padres.
A cargo del comprador corre el pago del llamado stamp duty, un impuesto que es cero hasta las primeras 250.000 libras del valor de la propiedad (300.000 euros), de un 5% hasta 925.000 libras (la mayoría de pisos quedan en esa horquilla), del 10% hasta un millón y medio, y del 12% por encima de esa cifra. Eso si se trata de la primera propiedad que uno adquiere en su vida, en cualquier lugar del mundo, o para sustituir una vivienda por otra como residencia principal, siendo sustancialmente superior si se trata de un negocio inmobiliario o una casa de vacaciones. Es necesario un informe o survey sobre el estado de la propiedad (manchas de humedad, posibles daños estructurales...) que corre a cargo del comprador, mientras que el vendedor ha de hacer un inventario muy detallado de todo lo que se va a llevar y dejar, incluidos los enchufes y los marcos y pomos de las puertas.