Alemania es un país con gran tradición de vivir de alquiler, si bien cada vez más alemanes se plantean adquirir una vivienda. El precio de los alquileres va subiendo, sobre todo en grandes ciudades como Munich o Hamburgo y también en Berlín, que en un par de decenios ha pasado de ser ‘arm, aber sexy’ (pobre, pero sexy) –como sentenció en el 2003 en una frase para la historia el entonces alcalde gobernador de Berlín, Klaus Wowereit– a convertirse en una urbe global que atrae talento e inversores de todo el mundo, con la consiguiente gentrificación de barrios y el alza desbocada del coste de los alquileres, amén de la presencia de fondos de inversiones volcados en la especulación.
Pero ya antes de que las cosas se pusieran así, el procedimiento para acceder a una vivienda de alquiler ha estado siempre muy relacionado con la garantía para el propietario de que el inquilino pagará la cuota mensual, lo cual implica para el aspirante ofrecer mucha información de antemano. A la hora de buscar piso, los inquilinos pueden rastrear pisos ofertados directamente por el propietario –sea este una persona o una inmobiliaria poseedora de inmuebles– o recurrir a un agente inmobiliario (Makler) para la búsqueda. En este segundo caso, los inquilinos le pagarán una comisión, que suele ser el equivalente a dos meses de alquiler. La fianza para el propietario puede ser de hasta tres meses.
En la práctica, intentar conseguir un piso de alquiler implica a menudo someterse a un auténtico casting entre inquilinos –a veces con presencia física, a veces a través del papeleo, o las dos cosas–, por el que propietarios o inmobiliarias prácticamente escogen a su inquilino ideal. Entiéndase: ideal significa alguien con capacidad financiera de pagar las mensualidades puntualmente y que, cuando algún día se marche, dejará la vivienda hecha un pincel. Haber sido moroso en un alquiler es mal negocio para el aludido, porque eso quedará registrado en su expediente Schufa,
el sistema de calificación crediticia alemán. La empresa de ese nombre recopila impagos de los ciudadanos; quien no posea un Schufa inmaculado lo tendrá fatal para acceder a otro alquiler o a un préstamo bancario. A veces, la visita al potencial piso para alquilar se hace ya en grupo. Allí coinciden en un mismo tramo horario, convocados por el agente inmobiliario, las personas que luego quizá competirán entre sí por hacerse con ese piso. A veces incluso está presente el inquilino que se irá, a quien en sus últimos días de estancia le corresponde permitir que la vivienda sea visitada por los posibles nuevos clientes de su casero.
En general, una vez que la persona interesada ha localizado el piso o casa que le gusta y aspira a alquilar, el procedimiento suele consistir en rellenar un formulario con nombre, datos personales, profesión y sueldo. La mayoría de los caseros quieren ver las tres últimas nóminas del interesado, para asegurarse de que puede permitirse el piso, y a veces piden un justificante firmado por el casero anterior o por la inmobiliaria de que está al corriente de pago. También piden el expediente Schufa, que no puede ser de más de dos meses de antigüedad. No es obligatorio por ley suministrar estas informaciones, pero, en la práctica, el propietario se decantará por quienes sí las faciliten. El propietario –sea persona física o jurídica– estudia las candidaturas a su piso, y elige.
Con un sistema tan blindado, pocos propietarios mantienen pisos vacíos. Para el inquilino, el calvario inicial puede acabar compensado a largo plazo por otros factores, como la garantía de permanencia, la relativa invariabilidad del importe y el buen estado de las viviendas. Pero dar con el piso ideal resulta cada vez más difícil, porque el parque disponible se ha reducido, falta vivienda a precios asequibles y la demanda supera a la oferta.