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Y 17 años después, París sigue en manos de Rafael Nadal

Tenis | Roland Garros

El manacorí arrolla a Casper Ruud para apropiarse de su 14.º título en París, el 22.º Grand Slam de su carrera: 6-3, 6-3 y 6-0, en 2h18m

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Rafael Nadal, este domingo en París 

Adam Pretty / GETTY

Puedo aceptar el fracaso, todos fracasan en algo. Pero no puedo aceptar el no intentarlo

Michael Jordan

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Algo más de tres semanas separan dos escenas.

La primera de ellas se había registrado en Roma, en la sala de prensa del Foro Itálico. Cojo y dolorido, y derrotado por Denis Shapovalov, Rafael Nadal (36) decía:

-No sé cuánto tiempo más soportaré este dolor.

¿Pretendía decirnos algo?

Era de suponer que sí, y alerta nos ha tenido a los cronistas del tenis desde aquellos días.

La segunda escena se registraba este domingo, en Roland Garros. Nadal aparecía en la pista central del Bois de Boulogne, la Philippe Chatrier, y 15.000 pares de ojos se abrían como platos, excitados, pues allí estaba de nuevo su ídolo, el tenista de los 14 títulos en Roland Garros, el de los 22 Grand Slams.

(realmente se han quedado atrás Roger Federer y Novak Djokovic, clavados en el 20)

(...)

-Todos los franceses somos de Nadal -me decía Guillaume, el ujier que, una hora antes de la final, iba marcando con etiquetas las localidades de la tribuna de prensa (los españoles ocupaban dos hileras; los noruegos, una tercera).

-¿Y por qué? -le preguntaba a Guillaume.

-Cuando Nadal ganó aquí su primer Roland Garros (2005), yo era un niño: toda la vida he vivido con él, le he visto ganar casi siempre. ¿Cómo voy a ser de cualquier otro tenista?

Y como si estuviese escuchando a Guillaume, el escenario vocea:

-¡Te quiero, Rafa!

Y saborea el guion: 2h18m más tarde, Nadal definitivamente se ha eternizado.

Y el cronista acaba preguntándose: ¿qué estará pasando ahora por la mente de Casper Ruud (23), el mejor terrícola del momento, tras haberse visto como se ha visto, maltratado por una leyenda que hace tres semanas se declaraba coja, malherida y cuestionada?

¿Cuándo se acabará esta historia de la leyenda de París?

¿Cuándo dejará Nadal algo para el resto?

Pues aquí todos caen, sus contemporáneos del Big Three, y los agobiados miembros de la Next Gen, y los cachorros como Alcaraz, Rune, Sinner o Korda, y también tenistas inclasificables, "terrícolas" les llama Carlos Moyá, gente como Thiem o como Ruud. 

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Desde luego, la leyenda no se apaga ahora, Nadal no se toca, el tiempo dirá por cuánto tiempo será así.

Pues el Nadal de este domingo inicialmente encapotado en París, luego iluminado por el sol, encarnaba al coloso que el artista Jordi Díez había esculpido en acero, y que treinta metros más allá de la Chatrier recibe al visitante que ha abonado una cantidad indecente para contemplar al ídolo de carne y hueso.

Si tan mitómanos son estos visitantes, les habrá valido la pena.

Ya no vale la duda, a Nadal no se le cuestiona, Nadal es Jordan, si se lo ponen difícil, responderá como las leyendas.

Ruud lo vivía así este domingo. 

Acaso debía de sentirse de paso, siempre en el hogar del balear, como cuando se entrena en la academia de Manacor, o como cuando salta a la Philippe Chatrier: porque Nadal no solo se apropia del público, sino que se tunea la pista. Reparte y extiende sus cuatro toallas en los cuatro maceteros repartidos en los cuatro puntos cardinales, y recurre a ellas cuando necesita secarse los brazos (a menudo, pues hace calor), o cuando quiere parar el juego.

Casper Ruud, durante su final ante Nadal, este domingo 

Yves Herman / REUTERS

Aunque esta vez no toca, no necesita parar el juego.

Ruud es pasto del miedo escénico y del vértigo del reto, "el mayor de los retos de un deportista", Djokovic dixit: ganar a Nadal en París. 

En presencia del rey Felipe VI y del príncipe Hakon, heredero a la corona noruega, Ruud siente la Nadalidad, le cae encima a plomo. No logra entrar en el partido, no le deja el manacorí, que le rompe el servicio en dos ocasiones en el primer set y a los 48 minutos ya se ha apuntado el primer parcial.

Pelea más, pero no tiene recursos. 

Ruud no saca como Zverev, no resta como Djokovic, no volea como Federer. El noruego es un "terrícola" de manual. Se mantiene al fondo de la pista, sube poco y volea menos. Se empeña en alargar los rallies pero no halla la manera de cerrarlos y, desde luego, no acierta a responder a las embestidas del manacorí.

Escasa oposición

Ruud es un "terrícola" de manual. Se mantiene al fondo de la pista, sube poco y volea menos y no soporta las embestidas del manacorí

Cuando necesita acelerar, Nadal acelera. 

Y de repente se descubre en una autopista ancha, despoblada y sin peajes, un regalo hacia sus sueños: a la 1h48m, Nadal se apropia de la segunda manga (tres veces rompe el servicio del noruego, incluido en el último juego) y el público se entretiene haciendo la ola, pues no hay debate y este es el partido más cómodo del balear en sus cuatro últimas apariciones en este París: desde la mitad del segundo set hasta el cierre, el manacorí se apunta once juegos seguidos.

¿Así es como Ruud pensaba detener a una leyenda?