Tal y como saltan a la piscina, ya no hay debate.
Caeleb Dressel (24) alarga el subacuático, emerge medio cuerpo más allá de sus rivales y luego bracea sin sacar la cabeza del agua, brazos como molinillos, casi un largo sin respirar, para tocar la llegada en 21s07, a apenas una décima y media del récord del mundo, su cuarto título en Tokio.
Por si alguien lo dudaba, esta es su era: se irá de Tokio con cinco oros.
Los 50 m se nadan antes de la salida, en los entrenamientos.
Son pura técnica y manejo de las palancas. Como un mecano, en sus ensayos a salvo de público, el velocista insiste con los corchos de manos y pies. Busca la eficiencia, la forma de desplazarse sobre el agua, la forma de elevarse, incluso, pues a menor roce menor resistencia.
Los mecanismos se adoptan en las sesiones y luego se aplican en la carrera. En los 50 m libre, como en los 100 m del atletismo, ya no hay tiempo para pensar.
Ahora hay que bracear.
Las australianas arrollan a las estadounidenses
Katie Ledecky, Lilly King y Lydia Jacoby han copado los titulares de la natación femenina en Tokio. Pero a grandes rasgos, estos han sido los Juegos de las mujeres australianas. Lideradas por Ariarne Titmus, Emma McKeon y Kate Campbell, Australia ha acaparado siete títulos en el Aquatics Centre (el último, este mismo domingo en el 4x100 estilos), cuatro más que las estadounidenses. Emma McKeon se ha llevado siete podios, cuatro oros en total: semejante proeza solo la han firmado Michael Phelps, Mark Spitz y Matt Biondi. "Es surrealista, la verdad", decía McKeon (27).
Dressel no piensa. Empuja.
Cuando emerge del agua, a los 15 m de carrera, tope máximo autorizado para el subacuático, los adversarios asumen su suerte. Dressel les lleva medio cuerpo. Y eso no se remonta así como así.
Carrera frenética
Los 50 m se nadan antes de la salida, en los entrenamientos. Son pura técnica y manejo de las palancas
Resignados, los rivales del fenómeno mantienen la cabeza bajo el agua y apenas respiran en los últimos 10 metros, cuando sienten estallar los pulmones.
Y luego, segundones, felices con los restos, celebran la plata, o el bronce.
Bruno Fratus (32), brasileño como César Cielo -Cielo es el poseedor del récord del mundo desde el 2009, en la era de los bañadores mágicos (20s91)-, rompe a llorar en el podio, e igual que él también lo hace su mujer, también nadadora olímpica, Michelle Lenhardt.
A diferencia de Fratus, que alarga el momento y saluda a su familia en Brasil a través del vídeomarcador, Caeleb Dressel lleva prisa.
Le espera el relevo 4x100 estilos.
Su última cita en Tokio.
Y aquí, Caeleb Dressel eleva definitivamente a los estadounidenses, imperial en su posta de la mariposa (se despega del británico James Guy), para dejarle el título al último relevista, Zach Apple.
El último oro de Dressel en Tokio, el quinto, cierra su exhibición con un nuevo récord del mundo (3m26s78, frente a los 3m27s28 de ese mismo país, del 2009), el segundo que logra en el Aquatics Centre.
Y el mundo de la natación respira aliviado: el ejercicio de Dressel le ha colocado entre los más grandes de la historia de la natación. Ahora, contaremos sus hitos tal y como contamos los hitos de otras leyendas, igual que recordamos que Phelps había cerrado Pekín 2008 con ocho oros (y recogía seis en Atenas 2004 y cinco en Río 2016).
Que Mark Spitz había ganado siete medallas en Munich’72.
Y que Kristin Otto había acaparado seis en Seúl’88 (en la misma edición en la que Matt Biondi se iba hasta cinco títulos).
"Haber recogido títulos mundiales (en 2017 y 2019) era maravilloso. Pero esto va mucho más allá –contaba Dressel en estos días–. Estos son los Juegos Olímpicos. Un título aquí es otra historia. Me siento muy orgulloso de todo lo que he logrado en estos días. Creo que he exprimido todo mi potencial".
La sala de prensa le despedía con un aplauso.
Y el mundo de la natación toma vuelo.
Hay vida más allá de Michael Phelps.