Gritos (festivos) en la Sala Bataclán

La última de París

Gritos (festivos) en la Sala Bataclán

Corea del Sur presenta en estos Juegos Olímpicos de París 142 atletas en 24 deportes. Apostaría que la mitad estaban este domingo a las ocho de la tarde en la Sala Bataclán, donde actuaba I.M., el líder de la banda coreana Monsta X. Es el único concierto programado en esta sala durante todos los JJ.OO..

He pagado 54,90 euros para ver un concierto de un desconocido y me dispongo, como previa, a hacer una larga cola una hora antes del concierto. En esta sala parisina fue donde, el 13 de noviembre de 2015, 90 personas murieron asesinadas por el terrorismo islamista mientras escuchaban la música de la banda Eagles of the Death Metal.

A pocos minutos del inicio del show, el grupo de olímpicos coreanos hacen acto de presencia en la sala

Después de casi media hora de espera, y de dos controles de seguridad, accedo al Bataclán. Estoy convencido que la mayoría absoluta de los presentes tenemos en mente ese recuerdo terrorífico de esta sala que obligó a muchos policías a pedir la baja por depresión después de lo observado ese día. Hay aquí dentro una rara sensación entre los extranjeros de “y si...”. Muy lógica psicológicamente, muy absurda porcentualmente.

La seguridad está pero no se la ve y, a pocos minutos del inicio del show, el grupo de olímpicos surcoreanos hacen acto de presencia (la acreditación colgada, tamaño folio, les y me delata). Me cuenta uno de los tipos de seguridad olímpica que hay tiradores, saltadoras y alguna jugadora de tenis de mesa...

La Sala Bataclán

La Sala Bataclán anteayer en el concierto del coreano I.M.

LV

El Bataclán es tal y como me la imaginaba ayudado por el documental de Netflix, 13 de noviembre: Atentados en París y por la película maravillosa y dura (o viceversa) de Isaki Lacuesta, Un año, una noche ( Isaki se basó en el libro de un superviviente Ramón González, Paz amor y death metal).

Pasada la entrada hay una barra elevada donde me pido una botella de agua a tres euros después de otra cola de diez minutos. El concierto no ha empezado y aprovecho para acercarme a la pista donde se culminó la masacre. Salgo como puedo, angustiado porque el local ya está prácticamente lleno. Subo al primer piso donde veo la magnitud del Bataclán con capacidad para 1.500 personas. Vuelvo a la barra y me acerco a la camarera buscando información. “Lo siento, yo no trabajaba aquí”. Y nada más. Hay como una limpieza de la memoria de lo ocurrido: dentro, nadie explica. Fuera, una pequeña placa. Pero... que no pare la música.

A las ocho en punto aparece el coreano y su banda. Y empiezan los gritos, por suerte festivos. Gritos que no permiten saber si el tipo es bueno o malo. Es imposible examinarlo porque los alaridos devoran las melodías. El griterío permanente es ensordecedor, gritos chirriantes que pueden provocar inflamación de tímpanos y que me recuerdan los 80, cuando los Pecos cantaban, Esperanzas o Que no lastimen a tu corazón. Aquí el coreano se arranca con una que se llama XO y gritos, otra que se titula Lure y más gritos...

Me vuelvo a la barra y viendo a la gente disfrutar no puedo evitar pensar en aquel viernes 13 de noviembre de 2015. ¿Qué pasaría si hoy volviera a suceder? ¿Y si entran un grupo de indeseables con sus kalashnikovs? La buena noticia, vista la magnitud del local (dentro de la intolerable desgracia), es que “sólo” hubo 90 asesinados.

Continua el concierto y decido que ya tengo suficiente del pesado coreano y es cuando recuerdo una entrevista a Ramón González en la presentación de Paz, amor y death metal. Explica que uno de los supervivientes, escondido y tirado por el suelo, susurró después de los disparos de los asesinos... “esperemos que no haya ningún bis”.

Salgo del local. Aquel día no hubo sólo un ataque al Bataclán. Mataron también dos personas en un Francia-Alemania de fútbol, cuatro en Le Petit Cambodge, nueve en la terraza de Le Carillon, cinco más en el bar Bonne Bière y 21 personas en el restaurante La Belle Équipe.

Paseo quince minutos entre el Bataclán y La Belle Équipe para intentar cenar algo suave. Son las diez de la noche. El local está lleno y hay gente en lista de espera. Media vuelta. Nunca un “lo siento pero no tenemos mesa” ha sido más bello, más optimista y más feliz. La vida continúa en París recordando que, a pesar de lo sufrido, mantienen en pie el deseo de igualdad, fraternidad y libertad.

Lee también
Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...